“Cuando un soldado italiano sabe por qué lucha, no lucha mal, como fue el caso en la época de Garibaldi. En esta guerra, sin embargo, los soldados no sólo no saben por qué están luchando, sino que no querían esta guerra y no la quieren. Por lo tanto, sólo piensan en volver a casa”, dijo un bersagliere (fusilero de élite) de la División Príncipe Amedeo Duca d'Aosta, enviada por el líder italiano Benito Mussolini al Frente Oriental en el verano de 1941, sobre la participación de Italia en la campaña militar contra la URSS.
A pesar de que Italia declaró la guerra a la Unión Soviética el 22 de junio de 1941, el día en que se lanzó la Operación Barbarroja [la invasión alemana de la Unión Soviética], no había soldados italianos en el ejército invasor. Inicialmente Adolf Hitler no tenía la intención de comprometer a su principal aliado en la “Cruzada contra el Bolchevismo”. De acuerdo con el Führer, Roma ya tenía mordía más de lo que podía tragar: Tenía que mantener importantes fuerzas de ocupación en Albania, Grecia y Yugoslavia, proteger las posesiones italianas en África Oriental que estaban casi perdidas, y en el norte de África los italianos se las arreglaban para mantenerse firmes sólo gracias al apoyo de las fuerzas alemanas del mariscal de campo Erwin Rommel enviadas allí. A pesar de esto, Benito Mussolini persuadió al líder del Tercer Reich para que diera a sus tropas la oportunidad de mostrar lo que podían hacer en la guerra contra los rusos.
Los primeros soldados italianos llegaron al Frente Oriental en agosto de 1941. El llamado Cuerpo Expedicionario Italiano en Rusia (Corpo di Spedizione Italiano in Russia, o CSIR) contaba con más de 62.000 hombres, incluyendo 600 camisas negras de la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional (Milizia Volontaria Per La Sicurezza Nationale) que eran profundamente leales al régimen. El apoyo aéreo fue proporcionado por 51 aviones de combate Macchi C.200 Saetta de la Real Fuerza Aérea Italiana.
Las primeras semanas de las operaciones del CSIR en la Unión Soviética demostraron que Italia no estaba preparada para la guerra. El suministro de provisiones, ropa de combate y municiones estaba profundamente desorganizado. La situación del transporte por carretera era aún peor: los camiones italianos no sobrevivían a las carreteras rusas. Los soldados de la División Turín, obligados a marchar más de 1.300 km desde la frontera rumana hacia el este, se compararon a sí mismos con los humildes soldados de a pie de la Edad Media llevados a la guerra por sus amos alemanes, que a su vez viajaban cómodamente a caballo.
Sus cañones antitanque de 47 mm demostraron ser inútiles contra los tanques T-34 soviéticos. Sus balas sólo abollaban ligeramente (o simplemente rebotaban) contra los blindajes de los tanques enemigos. En lo que respecta a vehículos blindados, los italianos sólo tenían tanquetas L3/33 y L3/35, incapaces de enfrentarse contra los tanques del Ejército Rojo en igualdad de condiciones. Cuando las heladas llegaron, los aviones de combate comenzaron a defraudar a los italianos: Los Macchi C.200 habían sido diseñados para el combate en el teatro mediterráneo en lugar de en medio del invierno ruso.
Todos los factores anteriores llevaron a los comandantes del Grupo de Ejército Sur a estar constantemente descontentos con el cuerpo italiano bajo el mando del grupo. A pesar de algunas operaciones locales exitosas de los italianos (como la “Batalla de Navidad” en el río Mius librada el 26 de diciembre de 1941), los alemanes tenían una pésima opinión de los italianos como soldados. “Las divisiones italianas son desafortunadamente tan ineficaces que no pueden ser empleadas para nada más que para cubrir los flancos en la retaguardia de nuestras posiciones”, escribió Franz Halder, jefe del Estado Mayor del Ejército, en su diario de guerra.
Las cosas fueron diferentes con la Marina Real Italiana, que se ganó grandes elogios de los alemanes. Una de las subunidades especiales más eficaces de la Segunda Guerra Mundial, la 10ª Flotilla de Embarcaciones de Asalto, estuvo en servicio activo en el mar Negro, donde sus lanchas torpederas, submarinos enanos y grupos de sabotaje lucharon con éxito contra las tropas y fuerzas navales soviéticas en Crimea. Incluso se desplegaron varios barcos en el Báltico, a pesar de la enorme distancia con Italia.
En cuanto a su trato con las poblaciones locales y los prisioneros de guerra del Ejército Rojo, los italianos fueron mucho más humanos que los alemanes, húngaros o rumanos. “En la mañana del 21 de octubre de 1941, las tropas italianas entraron en la ciudad”, recordaría Yekaterina Mateichuk (Gaiduk), residente en la ciudad ucraniana de Krasnoarmeisk. “Y nosotros, los niños, corrimos a ver qué uniformes tan finos tenían: Boinas con plumas de colores brillantes, aiguillettes... No había nada que nos hiciese sentir miedo en ellos, pero los italianos se fueron muy rápido y sólo cuando los alemanes llegaron al pueblo y comenzaron sus atrocidades pudimos ver la diferencia...”
A pesar de que los italianos intentaron distanciarse de los métodos brutales de sus aliados, el camino del CSIR a través del territorio soviético también estuvo marcado por una serie de crímenes de guerra: Asesinatos de civiles, violaciones, saqueos y destrucción de infraestructura.
En el verano de 1942, el Cuerpo Expedicionario de los italianos había perdido alrededor de 15.000 hombres, una cuarta parte de sus efectivos. Mussolini decidió reforzar significativamente su agrupación militar en la URSS y en julio se desplegó allí el 8º Ejército, también conocido como Ejército Italiano en Rusia (Armata Italiana en Rusia, o ARMIR). Contaba con 235.000 hombres, pero los problemas anteriores con los suministros y las armas se repitieron. Un pequeño grupo de 19 tanques ligeros L6/40 que se puso a su disposición fue incapaz de convertirse en una fuerza de ataque de importancia, por lo que formaciones acorazadas alemanas fueron requeridas periódicamente para reforzar el ARMIR.
El activo más preciado de las tropas italianas en el Frente Oriental fueron las varias divisiones de infantería de montaña de élite que formaban el llamado Cuerpo Alpino. Acostumbrados al frío y bien armados, equipados y entrenados, eran considerados como las unidades más fiables de las fuerzas armadas del Reino de Italia. Tuvieron que acudir repetidamente al rescate del ARMIR cuando sus soldados vivieron momentos difíciles.
Estos tiempos difíciles no tardaron en llegar para los italianos. Poco después de que el 6º Ejército de la Wermacht fuera rodeado en Stalingrado en noviembre de 1942, las tropas soviéticas atacaron al 8º Ejército italiano situado en el Don. En el curso de varias operaciones ofensivas en diciembre y enero los italianos fueron completamente aplastados. Serguéi Otroshchenkov, un tripulante de tanques del 18º Cuerpo de Tanques, recordó un exitoso ataque sorpresa contra las unidades ARMIR en retirada cerca del pueblo de Petrovski: “Cuando las unidades de avanzada italianas estaban a nuestro nivel, llegó la orden a lo largo de las columnas (de tanques): ‘¡Avancen! ¡Hacia ellos!’ ¡Se la dimos por ambos flancos! Nunca he visto tal carnicería desde entonces. Literalmente, enterramos al ejército italiano... Era invierno y nuestros tanques estaban encalados con el camuflaje invernal. Cuando nos retiramos de la batalla, nuestros tanques estaban rojos debajo de las torretas. Era como si hubiéramos estado nadando en sangre. Examiné mi tanque - en un lugar había una mano pegada a las orugas, en otro un fragmento de un cráneo.”
La retirada del Ejército derrotado del Don hacia el oeste recordó la huida del Gran Ejército de Napoleón de Rusia en 1812. “Los hombres exhaustos caían en la nieve para no levantarse nunca más”, recordó Eugenio Corti, un oficial de la División Pasubio. “Algunos se volvían locos y no entendían que se estaban muriendo. Los más tenaces siguieron arrastrándose por el camino durante mucho tiempo, hasta que la fuerza de estos desafortunados finalmente se agotó. Las historias más frecuentes que escuché fueron de confusión mental. Recuerdo que me sorprendió la historia de alguien que de repente se echó a reír, se sentó en la nieve, se quitó las botas y se puso a enterrar los pies descalzos en la nieve. Cuando terminó de reírse, cantó en voz alta algo muy alegre. Hubo muchos casos similares.” Sólo la infantería alpina que cubría la retirada de sus camaradas opuso periódicamente una resistencia organizada.
En los combates en Rusia, el 8º Ejército italiano perdió más de 114.000 hombres muertos, capturados o desaparecidos. Sin haber tenido ningún logro destacable las tropas ensangrentadas y agotadas fueron devueltas a casa en la primavera de 1943. El desastre del Ejército Italiano en Rusia conmocionó a la sociedad italiana y fue una de las principales razones de la rápida caída del régimen fascista de Benito Mussolini en Italia, que ocurrió poco después del retorno de estos desgraciados soldados.
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