Cuando Rusia derrotó a la orgullosa Suecia y le arrebató Finlandia

Historia
BORÍS YEGÓROV
Para los suecos, la pérdida de Finlandia ante el zar ruso fue su mayor tragedia, pero los finlandeses, en marcado contraste, lo vieron como una oportunidad para crear, algún día en el futuro, su primer estado nacional.

Cuando en 1917, de las ruinas del Imperio ruso surgió una Finlandia independiente, no fue por arte de birlibirloque. Las libertades políticas de las que los finlandeses habían disfrutado bajo el gobierno de los zares rusos, durante el siglo que fueron parte de Rusia, les hicieron posible crear “un estado dentro de un estado”. Durante muchos siglos antes de esto, los finlandeses habían vivido bajo el yugo de los reyes suecos y no podían ni siquiera algo así.

El 17 de septiembre de 1809, Suecia vivió una de las horas más oscuras de su historia. Bajo los términos del Tratado de Fredrikshamn, que puso fin a la guerra finlandesa de 1808-09 entre el Imperio ruso y el Reino de Suecia, Finlandia pasó a formar parte del Imperio ruso. Durante más de seis siglos, las tierras finlandesas habían sido parte del Reino de Suecia y nadie en Estocolmo podía imaginar que un día las perderían y que las fronteras de un estado hostil terminarían tan cerca de la capital sueca.

Es paradójico que la oportunidad del emperador Alejandro I de anexarse tan vastos territorios y hacerlos parte de su imperio surgiera como resultado de una derrota. Al aplastarse la Cuarta Coalición contra Francia, estuvo obligado a sentarse en la mesa de negociaciones con Napoleón. El tratado de paz firmado en Tilsit el 7 de julio de 1807, obligó al Imperio ruso a unirse al Bloqueo Continental de Gran Bretaña, abandonando completamente el comercio con su principal socio comercial y antiguo aliado. Además, los rusos también obligaron a los suecos, todavía leales a su alianza con los británicos, a actuar en la misma línea. Al mismo tiempo, el emperador francés dio a San Petersburgo mano libre con respecto a su vecino del norte.

Bajo la presión diplomática de los rusos, el rey sueco Gustavo IV Adolfo se encontró en una posición difícil. Por un lado, había sido un enemigo implacable de Napoleón y de la Francia revolucionaria durante muchos años, y el comercio con los británicos era vital para Suecia. Por otra parte, Gran Bretaña demostró su fuerza de manera conspicua cuando en agosto-septiembre de 1807, al enterarse de que Dinamarca podía unirse al bloqueo, un escuadrón británico realizó un bombardeo devastador sobre Copenhague y capturó a la flota danesa. Por otro lado, el no ceder al zar Alejandro podía llevar a una situación en la que no sólo los franceses sino también los rusos se convirtieran en los enemigos de Suecia. Al final, Gustavo IV Adolfo permaneció leal a Londres, una decisión que le costaría su corona.

El verdadero objetivo del emperador ruso, que inició una guerra contra Suecia en febrero de 1808, no era en absoluto obligar a esta nación a unirse al bloqueo y cerrar completamente el mar Báltico a Gran Bretaña, aunque éste era el objetivo declarado. Alejandro quería resolver, de una vez por todas, la cuestión de la seguridad de la capital, San Petersburgo, que se encontraba en una peligrosa proximidad a tierras suecas. Las tropas rusas ya habían tomado Finlandia dos veces antes: durante la Gran Guerra del Norte (1700-21) y la Guerra Ruso-Sueca de 1741-43. En ambas ocasiones, fue devuelta a Estocolmo después del fin de las hostilidades. Esta vez el plan era conservarla.

A pesar de la superioridad numérica de Rusia (24.000 contra 21.000 en el lado sueco), la guerra no fue un simple desfile para el ejército ruso. Los guerrilleros finlandeses, operando con buenos resultados bajo el mando de oficiales suecos, fueron un verdadero grano en el culo para los eslavos. La situación podría haber empeorado aún más en mayo de 1808, cuando un cuerpo de 14.000 soldados británicos comandados por el Teniente General John Moore llegó a Gotemburgo. Afortunadamente para Rusia, el Rey Gustavo IV Adolfo y el comandante británico no pudieron ponerse de acuerdo en llevar a cabo acciones conjuntas, y los soldados de Su Majestad Jorge III fueron enviados a luchar contra los franceses en España.

Contrariamente a la creencia general, el “General Invierno” no siempre actúa en favor de los intereses de Rusia. He aquí una descripción de la campaña de finales de 1808 en Finlandia de Thadeus Bulgarin, que luchó en las filas del ejército ruso: “Hubo muchos días en los que cada uno de nosotros habría dado todo su dinero por un pedazo de pan y unas horas de sueño en una cálida cabaña campesina... El viento del norte nos quemaba como una llama. Casi todos teníamos las mejillas cubiertas de costras. Era imposible protegernos ya que cada soplo de viento quemaba la piel de nuestras caras... Teníamos que dejar a los hombres de guardia para ir de un lado a otro y despertar a los oficiales y a los hombres cuando aparecían signos de congelación. Entonces nos poníamos de pie y nos frotábamos rápidamente nieve en la cara”.

A pesar de ciertos éxitos locales del ejército sueco, este no pudo frenar el ataque de las fuerzas rusas (que eran alrededor de 50.000 al final de la guerra). Después de apoderarse de todo el territorio finlandés, ocuparon las islas Aland el 18 de marzo de 1809 y al día siguiente aparecieron en las afueras de Estocolmo. Incluso antes de estos sucesos, el 13 de marzo, el Rey Gustavo IV Adolfo había sido depuesto en un golpe, cuyo objetivo, según los conspiradores, era “devolver la paz a nuestra infeliz, quebrantada y moribunda Patria”. El nuevo monarca, Carlos XIII, no tuvo más remedio que aceptar el establecimiento de negociaciones con Rusia.

Un tratado de paz que ponía fin a la guerra entre los dos estados fue firmado en la ciudad de Fredrikshamn (hoy Hamina) el 17 de septiembre de 1809. Uno de los participantes suecos en las conversaciones escribió: “Como el Señor es mi testigo, prefiero firmar mi propia sentencia de muerte que este tratado de paz”. Suecia perdió toda Finlandia y las Islas Aland, un tercio de su territorio y un cuarto de su población (más de 800.000 personas). Si la Gran Guerra del Norte había privado al país de su condición de gran potencia, la guerra de 1808-09 lo relegó a las filas de las potencias secundarias que no desempeñaban ningún papel sustancial en la política europea. Desde 1814 el país se ha adherido a una política de neutralidad, que mantiene hasta hoy.

El “mayor desastre nacional en la larga historia del Estado sueco” tuvo inesperadamente consecuencias favorables para los finlandeses. Reconociendo la fuerte propensión de la población local a la guerra de guerrillad, Alejandro I decidió integrar cautelosamente la región en el Imperio Ruso. Los finlandeses no sólo conservaron todos sus derechos y privilegios, sino que, con la proclamación del Gran Ducado de Finlandia en septiembre de 1809, recibieron cierta autonomía por primera vez en su historia. Además, dos años más tarde el zar les cedió Carelia Occidental, la llamada “Vieja Finlandia”, que Rusia obtuvo al final de la guerra de 1741-43. (Por este territorio pelearían los dos países en el siglo XX.) Y así fue que, al convertirse en parte de Rusia, los finlandeses se acercaron lo más posible al establecimiento de su primer estado nacional, algo que efectivamente ocurrió en 1917.

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