El 12 de julio de 1942, la Segunda Guerra Mundial estaba pleno apogeo en la Unión Soviética. Vastos territorios de la parte occidental de la URSS estaban bajo control alemán, y los esfuerzos soviéticos para liberar estas áreas de los nazis no habían tenido éxito. El 2º Ejército de Asalto en el Frente de Vóljov, parte de un intento de aliviar el asedio de Leningrado, quedó rodeado por la Wehrmacht y resultó brutalmente derrotado.
Dos semanas después, un jefe de aldea local informó a los alemanes de que había atrapado a un hombre sospechoso, tal vez guerrillero, y que lo tenía encerrado en un granero. Cuando los soldados con ametralladoras se acercaron al almacén, un hombre alto con gafas salió y dijo en un tosco alemán: “No disparen. Soy el general Vlásov”. Habían atrapado un pez gordo: Andréi Vlásov dirigió el 2º Ejército de Asalto y previamente había luchado heroicamente en la defensa de Kiev y Moscú.
Este prestigio, sin embargo, pronto quedó cubierto de vergüenza cuando Vlásov aceptó trabajar en beneficio de Alemania y liderar el llamado Ejército Ruso de Liberación (ERL), que consistía en prisioneros de guerra soviéticos que se habían vuelto contra su propio país. Incluso hoy en día, el nombre de Vlásov está profundamente asociado con la traición. Se convirtió en un símbolo de colaboracionismo, y aquellos que cometieron traición durante la Segunda Guerra Mundial y trabajaron del lado de Alemania son comúnmente llamados vlásovtsi (“gente de Vlásov”). Pero de hecho, hubo muchos más ciudadanos soviéticos y rusos étnicos, y no sólo miembros del ERL, que decidieron cooperar con el nazismo.
El fenómeno del colaboracionismo
El colaboracionismo en el seno de la URSS no es, por decirlo suavemente, un tema popular de discusión en Rusia. Quizás todo esto es parte de la herencia soviética del país: “Durante casi 50 años, el mero hecho de que hubo episodios de colaboracionismo fue silenciado en nuestro país”, señala el historiador Serguéi Drobiazko, que proporciona un análisis exhaustivo de este tema en su obra Bajo la bandera del enemigo: Formaciones antisoviéticas dentro de la Wehrmacht, 1941-1945.
Reconocer que algunos ciudadanos soviéticos prefirieron ponerse del lado de Hitler era demasiado escandaloso para que las autoridades permitiesen que se discutiese durante el período soviético. Y no se trataba de un pequeño grupo de bichos raros. “En total, el número de ciudadanos soviéticos y emigrantes rusos que sirvieron en las filas de la Wehrmacht, las SS, la policía y las milicias pro-germanas fue cerca de 1,2 millones de personas (entre ellos hasta 700.000 eslavos, unos 300.000 bálticos y hasta 200.000 turcos, caucásicos y otras personas de etnias minoritarias)”, ha escrito Drobiazko.
Hay dos cosas importantes que hay que tener en cuenta. Primero, esto no significa que todos los integrantes de este 1,2 personas luchasen en al frente contra la Unión Soviética. Más bien, la mayoría de ellos fueron usados como fuerzas policiales, conductores, etc. y/o no estaban en primera línea de combate. Segundo, este número es bastante bajo si se piensa que, según el censo de 1939, había 170 millones de personas viviendo en la URSS antes de la guerra. En otras palabras, la gran mayoría de los soviéticos lucharon valientemente contra los nazis y permanecieron leales a su país. Pero a pesar de esto, vale la pena preguntarse: ¿por qué tantos rusos se pusieron del lado de Alemania?
Razones para la traición
Antes de la guerra, se veía a la Unión Soviética como un poderoso monolito rojo gigante, especialmente desde el exterior, pero de hecho, esta imagen no cuadraba del todo con la realidad. No todo el mundo, por decirlo de una forma sencilla, estaba satisfecho con el gobierno bolchevique, especialmente debido a las brutales represiones que tuvieron lugar bajo el mandato de Iósif Stalin. Además, la guerra comenzó catastróficamente cuando, durante el verano y el otoño de 1941, los nazis ocuparon vastos territorios y avanzaron hacia Moscú. Muchos soviéticos se preguntaron si era siquiera viable el contraatacar.
“Las catastróficas derrotas que sufrió el Ejército Rojo en el verano-otoño de 1941 inundaron a la gente con pensamientos de mal liderazgo, aparente incapacidad de las autoridades soviéticas para controlar la situación e incluso traición. Además, la guerra abrió las grietas de las contradicciones que la sociedad soviética había estado sufriendo...” señala Drobiazko. Continúa comentando que, “Al mismo tiempo, los que sufrieron el régimen de Stalin no pudieron olvidarlo en el momento en que el país estaba en grave peligro.”
Acorralados y antibolcheviques
Oleg Budnitski, director del Centro Internacional de Historia y Sociología de la Segunda Guerra Mundial, subraya algunas difíciles decisiones que muchos colaboracionistas tuvieron que tomar: “La mayoría [de los soviéticos que lucharon por Alemania] se convirtieron en personal auxiliar de los nazis debido a las circunstancias... En una situación crítica eligieron una opción que consideraban un mal menor o simplemente que podía salvar sus vidas”. Las autoridades soviéticas no ayudaron precisamente a evitar estos casos. Desde el comienzo de la guerra, los prisioneros de guerra soviéticos hechos por los alemanes y luego liberados fueron tratados por el gobierno de la URSS con sospecha y vistos como potenciales traidores. Esto alentó, de hecho, a algunos de ellos a convertirse en colaboracionistas.
Al mismo tiempo, Budnitski señala que había un porcentaje de personas que se oponían profundamente a los bolcheviques y luchaban contra la URSS por razones ideológicas. Entre ellos destacaban los emigrantes del Ejército Blanco que tuvieron que abandonar Rusia después de la victoria de los Rojos (aunque, una vez más, sólo una pequeña parte de ellos se puso del lado de los nazis) y habitantes de los territorios que la URSS había anexado antes de la Segunda Guerra Mundial: los antiguos estados bálticos independientes y las zonas de Ucrania occidental y Bielorrusia occidental que solían formar parte de Polonia.
Aliados no deseados
Si el Tercer Reich hubiera aprovechado al máximo a las personas deseosas de luchar contra la URSS, esto habría aumentado drásticamente sus posibilidades de victoria “La resistencia de los soldados del Ejército Rojo se romperá el día que se den cuenta de que Alemania les dará una vida mejor que los soviéticos", dijo Otto Bräutigam, un oficial alemán del Ministerio de los territorios ocupados, en 1942.
La idea de abordar el tema de una “Rusia sin comunistas” fue popular entre algunos funcionarios del Reich. Afortunadamente para Moscú, la terquedad de Hitler cortó esta idea de raíz, pues no quiso ni siquiera oír hablar de un Estado ruso, por muy anticomunista o leal que le fuera. Su doctrina requería destruir no sólo la URSS sino también la noción misma de estado ruso, absorbiendo todo su Lebensraum (espacio vital) en el proceso. “La cosa más estúpida que se puede hacer en los territorios orientales ocupados es dar a las naciones ocupadas un arma”, insistió Hitler.
Por eso, hasta que los nazis perdieron las esperanzas de lograr la victoria en 1944, sólo usaron a los soviéticos pro-alemanes, incluyendo a Vlásov y al Ejército Ruso de Liberación, como herramienta de propaganda. Con gusto bombardearon al Ejército Rojo con panfletos instándolos a rebelarse, pero se negaron a darle a Vlásov un ejército real para que lo comandara. Otra formación rusa dentro de la Wehrmacht, el Cuerpo Protector Ruso, se utilizó en Yugoslavia para luchar contra los partisanos locales entre 1942 y 1944, pero Hitler no confiaba lo suficiente en los rusos como para dejarlos luchar contra URSS.
Un final ignominioso
Todo esto sólo cambió en septiembre de 1944, cuando el Ejército Rojo se acercaba a Alemania. En aquel momento los nazis estaban tan desesperados que estaban dispuestos a todo para conservar su imperio, al borde del colapso. El mismísimo Heinrich Himmler se reunió con Andréi Vlásov y aprobó la creación del Comité para la Liberación de los Pueblos de Rusia y sus Fuerzas Militares, que debía estar bajo el mando de Vlásov. Estas últimas estaban formadas por unos 50.000 efectivos.
Lucharon contra el Ejército Rojo durante sólo tres meses, desde febrero hasta abril de 1945. Como probablemente puedex adivinar, no tuvieron mucho éxito. La Alemania nazi ya estaba condenada. Después de su derrota, Vlásov y todos sus comandantes fueron capturados por los soviéticos y rápidamente juzgados, ejecutados y olvidados.
“En mi opinión, no los que ayudaron a los nazis no tienen excusa independientemente de los motivos que les llevaron a ello”, dice Oleg Budnitski. “Por supuesto, el régimen bolchevique era terrible e inhumano, pero el nazismo, al que sirvieron esas personas, era el mal absoluto.”