Cuando Rusia liberó los Balcanes

Historia
BORIS EGOROV
La victoria sobre el Imperio otomano en la guerra de 1877-1878 dio al Imperio ruso la oportunidad no sólo de dominar los Balcanes, sino de acceder directamente al Mediterráneo. Pero esto fue frustrado, como a menudo ha sucedido a lo largo de la historia de Rusia, por los británicos.

“Los cristianos están siendo exterminados por las decenas y cientos de miles, desarraigados y borrados de la faz de la Tierra. Las hermanas son deshonradas delante de sus hermanos moribundos, los niños pequeños son arrojados y clavados en una bayoneta delante de sus madres; las aldeas son destruidas, las iglesias son reducidas a astillas” es la emotiva reacción de Fiódor Dostoievski la represión turca contra el levantamiento búlgaro, en abril de 1876.

A finales del siglo XIX, el Imperio otomano era una sombra de su antiguo poder y gloria. Aunque todavía no eran reconocidos oficialmente en todo el mundo, los estados vasallos de Rumania, Serbia y Montenegro ya eran independientes de los sultanes de facto. Los búlgaros, sin embargo, fueron menos afortunados. Al vivir en las inmediaciones del corazón de la Sublime Puerta (como se conocía a la corte otomana de Estambul), no pudieron resucitar su estado, y todos los intentos de liberación resultaron reprimidos sanguinaria y violentamente.

La crueldad desatada contra los búlgaros provocó una ola de indignación en todo el mundo, incluido el Imperio ruso. Cuando en octubre de 1876 Serbia y Montenegro declararon la guerra al Imperio otomano, más de 5.000 voluntarios rusos partieron a combatir a los turcos. “El terrateniente, el campesino, el soldado retirado, el oficial, todos fueron a la guerra, donde la sangre rusa se derramó junto a la sangre de nuestros hermanos serbios”, escribió un contemporáneo anónimo sobre esos eventos. (S. Kochukov. Un soldado ruso en la crisis de los Balcanes de mediados de 1870. Saratov, 2011). La guerra, sin embargo, terminó en una derrota para los aliados.

Al año siguiente, Rusia empezó oficialmente a hacer la guerra contra los turcos. La fuerza motriz para el inicio del conflicto no fueron las autoridades estatales, sino el pueblo, que literalmente obligó al zar Alejandro II a cumplir con su deber moral hacia el pueblo hermano de los Balcanes y a castigar a los crueles turcos. “¡A la guerra! ¡Somos más fuertes que nadie!” exhortó el mismo Dostoievski.

El 24 de abril de 1877, un ejército ruso de 200.000 hombres, junto con seis unidades de voluntarios búlgaros, entró en la Rumanía aliada con el fin de cruzar el Danubio en dirección a la Bulgaria otomana. “Para arrancar a Bulgaria de las garras de los turcos, que han cometido tantas atrocidades en este país”, según se formuló el objetivo de la guerra en los documentos oficiales del Estado Mayor ruso. (La guerra ruso-turca: El punto de vista ruso y búlgaro. 1877-1878. Colección de Memorias. Moscú, 2017)

El primer período de la guerra fue exitoso para el ejército ruso. Las tropas del zar se apoderaron rápidamente de la fortaleza de Nikopol, de importancia estratégica, y llegaron al vital paso de Shipka a través de la cordillera de los Balcanes, que abrió efectivamente una ruta directa hacia Constantinopla (actual Estambul).

Sin embargo, las fuerzas rusas no eran lo suficientemente fuertes para lanzar una ofensiva decisiva contra la capital. Además, les esperaba una desagradable sorpresa. Un ejército turco de 20.000 hombres bajo el mando de Osmán Pasha ocupó inesperadamente la ciudad de Plevna (actual Pleven), impidiendo el avance ruso y amenazando la operación de cruce del Danubio. ”Si los turcos tuvieran más movilidad, nuestro ejército sería expulsado del río en el mejor de los casos y en el peor se ahogaría en él”, escribió el famoso pintor de batallas Vasili Vereshchagin, que participó en la campaña.

Los combates no sólo tuvieron lugar en los Balcanes, sino también en el Cáucaso. Sin embargo, con el foco principal del conflicto en Bulgaria, tanto el imperio ruso como el otomano consideraron este otro territorio un campo de batalla secundario. El episodio más épico en ese teatro de operaciones fue la defensa de la fortaleza de Bayazet (ahora Dogubeyazıt) por una pequeña guarnición rusa de 1.500 hombres. Durante 23 días, estos repelieron los ataques de los 20.000 enemigos, antes de ser relevados.

El mes de agosto de 1877, en el que los turcos trataron de retomar la iniciativa, supuso un verdadero reto para el ejército ruso. Un ejército turco de 40.000 efectivos atacó el paso de Shipka, defendido por un destacamento ruso-búlgaro de sólo 7.000 hombres. Con grandes pérdidas para ellos mismos (2.500) y para el enemigo (6.000), los defensores consiguieron repeler el ataque.

El puesto clave en la confrontación ruso-turca siguió siendo Plevna. La ciudad controlada por los otomanos, tras haber sobrevivido a varios asaltos sangrientos, resistió hasta el comienzo del invierno. Entonces las tropas rusas cortaron la carretera de Sofía que abastecía a la guarnición. El 10 de diciembre, Osmán Pasha capituló tras un intento fallido de escapar.

Habiendo finalmente tomado Plevna, en lugar de dejar pasar el invierno, el alto mando ruso montó una inesperada ofensiva a gran escala en todos los frentes. La decisión fue motivada por la abrumadora superioridad numérica de los aliados: 554.000 tropas rusas y 47.000 rumanas contra 183.000 turcos. Además, después de la caída de Plevna, Serbia había vuelto a entrar en la guerra.

Durante la ofensiva, los turcos fueron derrotados en Filipópolis (ahora Plovdiv) y abandonaron Adrianópolis (Edirne) sin luchar, por lo que las tropas rusas se acercaron a Constantinopla. Fue entonces cuando Gran Bretaña intervino en el conflicto, declarando que la ocupación (aunque temporal) de la capital otomana sería algo inaceptable. El 13 de febrero de 1878, una escuadra bajo el mando del Almirante Hornby, compuesta por seis acorazados y una fragata, navegó hasta los Dardanelos y ancló en el Mar de Mármara.

Rusia, que no estaba preparada para una guerra total contra los británicos, hizo las paces con los turcos el 3 de marzo de 1878, en la aldea de San Stefano. En virtud del tratado, el Imperio otomano cedió parte de sus territorios en el Cáucaso y los Balcanes a Rusia, concediendo la independencia a Rumania, Serbia y Montenegro, así como la autonomía a Bosnia y Herzegovina. Sin embargo, la principal condición para la paz era la reconstitución del Estado búlgaro, que incluía extensos territorios desde el mar Negro hasta el Egeo. Durante los primeros años de su nueva existencia, Bulgaria estaría bajo el control directo de Rusia.

Las potencias europeas quedaron conmocionadas por la nueva hegemonía de Rusia en los Balcanes. Moscú tenía ahora libre acceso al Mediterráneo a través de su satélite búlgaro. Rápidamente se formó una coalición antirrusa de inspiración británica, sobre la que el embajador ruso en Constantinopla, Nikolái Ignatiev comentó: “Europa sólo nos permitió luchar contra los turcos y derramar sangre y riquezas rusas, pero no extraer ningún beneficio a nuestra discreción, ni para nosotros ni para nuestros correligionarios”. (La Guerra Ruso-Turca: El punto de vista ruso y búlgaro. 1877-1878. Colección de Memorias. Moscú, 2017)

Ante la amenaza de guerra contra una Europa unida, Rusia se vio obligada a revisar los términos del Tratado de San Stéfano en un congreso internacional en Berlín antes de que terminara el año 1878. Se reafirmó la independencia de Rumania, Serbia y Montenegro, aunque sus reivindicaciones territoriales se vieron minimizadas de forma importante. En lugar de conseguir la autonomía, Bosnia y Herzegovina fue puesta bajo la ocupación “temporal” de Austro-Hungría. Menos de 20 años después, la región pasó oficialmente a formar parte del imperio con sede en Viena.

La idea de una Gran Bulgaria no llegó a materializarse. En su lugar, se creó un principado vasallo -centrado en Sofía y con una superficie muy reducida-, así como una provincia autónoma otomana en Rumelia Oriental, privándose así a Rusia de su ganado acceso al Mediterráneo. Como recompensa por ayudar a revisar el Tratado de San Stefano, la Sublime Puerta entregó Chipre a los británicos.

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