Pilotar un tanque durante la Segunda Guerra Mundial nunca fue una tarea fácil. A diferencia de los blindados modernos, en aquellos días pilotar un carro de combate exigía un gran esfuerzo físico y una gran concentración. Esto no era nada fácil para los hombres, así que la idea de que las mujeres asumieran esas tareas parecía totalmente absurda.
Sin embargo, algunas mujeres soviéticas fueron capaces de superar los prejuicios y todos los obstáculos en su camino (literalmente), y se unieron a las tripulaciones de tanques en el campo de batalla. Muchas de ellas fueron reconocidas con el premio de Héroe de la Unión Soviética así como con otras condecoraciones.
La venganza es dulce
Cuando su marido fue asesinado en combate a principios de la guerra, la operadora telefónica María Oktiábrskaia pensó que tenía que alistarse y vengar su muerte. Sin embargo, en la oficina de reclutamiento le denegaron su solicitud. A sus 36 años era demasiado mayor y tenía problemas de salud.
Pero eso no hizo que Oktiábrskaia se amilanara. Vendió todas sus pertenencias y donó lo que recaudó para la construcción de un tanque T-34. Llegó a escribir a Stalin pidiéndole que le diera la oportunidad de luchar en el tanque que ella había ayudado a construir. Sorprendentemente, Stalin aprobó su petición.
En octubre de 1943, después de un programa de entrenamiento de cinco meses, María Oktiábrskaia se unió al Ejército Rojo como piloto en un tanque al que pidió que le pusieran el nombre de “novia luchadora”. Se convirtió en la primera mujer en manejar un tanque soviético.
A María le ofrecieron un puesto en los controles de un tanque que no participaba en combate, pero ella se negó categóricamente. Acabó con más de 70 soldados enemigos, destruyó un cañón de artillería y varias ametralladoras. Le escribió a su hermana: “Estoy golpeando a esos bastardos. Hacen que me ponga furiosa”.
Sin embargo, la deslumbrante carrera de María en combate terminó pronto. El 18 de enero de 1944 una pieza de metralla la hirió y murió algunos meses después en un hospital.
Desde Stalingrado a Kiev
Ekaterina Petliuk había soñado durante toda su vida en convertirse en piloto y volar. Sin embargo, cuando estalló la guerra, decidió hacerse tanquista. “Podré perseguir a los alemanes antes en un tanque”.
El pequeño T-60 Maliutka (Pequeño) de Petliuk, se fabricó gracias a las donaciones hechas por niños de la ciudad siberiana de Omsk, y llegó a hacerse famoso posteriormente.
Ekaterina Petliuk no solo distribuía la munición y retiraba heridos del campo de batalla, sino que también participó en los combates. Destruyó gran cantidad de fortificaciones, soldados y vehículos blindados en las batallas de Stalingrado y Ucrania.
En una ocasión Ekaterina salvó la vida de varios oficiales, que tenía que transportar en su tanque. Era de noche y se dio cuenta milagrosamente de que había un campo minado. Detuvo el carro de combate a tres metros de las minas. Muchos años después, el capitán Lepechin recordaba: “Cuando me dijeron que el tanque iba a ser pilotado por una mujer, tuve miedo. Pensé que quizá era mejor ir a pie... Pero, ¿cómo pudo percibir el campo minado?”.
Cuando le hacían esa pregunta, Ekaterina no podía dar una respuesta clara.
‘¡No hay vuelta atrás!’
La oficial de enlace, Alexandra Samusenko, no solo dirigió un tanque T-34, sino que fue la única mujer comandante adjunta de un batallón de tanques.
Alexandra tenía 19 años cuando estalló la guerra. Participó en numerosos enfrentamientos en diferentes frentes de batalla, fue herida tres veces y tuvo que abandonar dos veces su tanque en llamas.
Durante la batalla de Kursk su tanque se enfrentó a tres blindados Tigre alemanes. A pesar de su legendaria velocidad y maniobrabilidad, el T-34 no era rival para los monstruos alemanes. La tripulación entró en pánico. Sin embargo, Alexandra los calmó con una voz asertiva y con sangre fría, diciendo: “¡No hay vuelta atrás para nosotros!”.
El primer Tigre fue derrotado rápidamente, pero la batalla con los otros dos duró varias horas. El tanque soviético consiguió abandonar con éxito el campo de batalla.
Desgraciadamente, Alexandra Samusenko nunca vio el final de la guerra. Fue asesinada en combate en el noroeste de Polonia, a tan solo 70 km de Berlín.
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