El 19 de junio de 1953, se llevaron a cabo dos ejecuciones en Sing Sing, una prisión de máxima seguridad cerca de la ciudad de Nueva York. Dos prisioneros, un judío americano de 35 años y su esposa de 37 años llegaron a la cámara de la muerte por separado. El marido, cuya celda estaba más cerca de la habitación que albergaba la silla eléctrica de la prisión, fue el primero, para que su esposa no tuviera que verlo pasar por el pasillo.
Julius Rosenberg murió después de la primera descarga, pero Ethel Rosenberg no fue tan afortunada. Su corazón seguía latiendo después de tres descargas y el verdugo necesitó dos descargas adicionales para matarla. Ninguno de los dos pronunció unas últimas palabras.
Los Rosenberg, devotos comunistas, habían sido sentenciados a muerte meses antes por transferir secretos nucleares y otros secretos militares a los soviéticos. Como afirmó el juez Irving Kaufman en el juicio, “estos conspiradores robaron la información científica más importante... y la entregaron a la Unión Soviética”.
Pero, ¿cómo lo hicieron y por qué?
Traiciones familiares allanaron el camino a la cárcel
Como se demostró décadas después del juicio de los Rosenberg, a finales de la década de 1940 los servicios especiales estadounidenses consiguieron piratear los códigos secretos utilizados por los agentes extranjeros de los soviéticos, en el marco de un proyecto llamado Venona. Esto llevó a desenmascarar a varios espías atómicos, entre ellos al físico alemán Claus Fuchs, que trabajaba en Gran Bretaña.
Compañero de trabajo y amigo de muchos científicos estadounidenses que trabajaron en el proyecto Manhattan, Fuchs pasó los datos sobre los avances realizados por los norteamericanos a Moscú. Esto ayudó a los soviéticos a romper el monopolio nuclear estadounidense en 1949, apenas cuatro años después de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, en Japón.
Fuchs se quedó en Gran Bretaña, pero tenía varios colegas estadounidenses. Interrogando a un agente tras otro, los servicios especiales acabaron deteniendo a David Greenglass, quien había sido asignado en 1944 al proyecto Manhattan en Nuevo México, tal y como recogió The New York Times.
“En todas parte, incluso en el laboratorio de Los Álamos, predicó el comunismo, tratando de convencer a sus compañeros de trabajo y a los soldados de que algún día prosperarían en una sociedad utópica libre de miserias e injusticias”, escribió el Times sobre Greenglass.
Ethel Rosenberg era hermana de Greenglass; le dijo que Julius le había confesado que le había reclutado para trabajar para la Unión Soviética. Más tarde, en 1945, le envió a Rosenberg “un tosco boceto y 12 páginas de detalles técnicos sobre la bomba”. En julio de 1950, agentes federales arrestaron a Julius Rosenberg.
Sin esperanzas de un juicio justo
Ethel pronto siguió los pasos de su marido. Greenglass también testificó en su contra, afirmando que había estado ayudando a Julius en sus actividades de espionaje. Más tarde Greenglass se retractó de su testimonio, diciendo que había implicado a su hermana para evitar que su esposa (también involucrada en el espionaje) fuera procesada. “Mi esposa es más importante para mí que mi hermana”, declararía en una entrevista.
En los juzgados, los Rosenberg, a diferencia de otros espías atómicos, se empeñaron en afirmar su inocencia, empeorando las cosas para ellos. El juez Kaufman los declaró culpables y en abril de 1951 ordenó la pena de muerte para ambos, justificando la sentencia con el argumento del gran daño que causaban al país sus acciones.
“Con la Guerra Fría desplegándose contra la Unión Soviética, y una guerra caliente en curso en Corea, los Rosenberg tenían pocas posibilidades de ser juzgados de forma justa por la prensa convencional”, señalaron los autores Frankie Y. Bailey y Steven Chermak en su libro Crimes and Trials of the Century (Crímenes y juicios del siglo). “La cuestión de su culpabilidad ya estaba resuelta en las mentes de la mayoría”.
Listos para sacrificar sus vidas
Durante años, los izquierdistas de todo el mundo dudaron de la culpabilidad de los Rosenberg, alegando que Estados Unidos había matado a una pareja inocente y acusando a las autoridades estadounidenses de antisemitismo. Luego, en los años 90, el proyecto Venona fue desclasificado. Una década más tarde, Morton Sobell, un exingeniero de General Electric que también fue condenado por espionaje en 1951, admitió que había sido agente soviético junto a Julius Rosenberg.
Sin embargo, se mantuvieron las dudas. En 1995, el abogado estadounidense Alan Dershowitz señaló en el Los Angeles Times que los Rosenberg habían sido “culpables e incriminados”. Recordó conversaciones con abogados que habían participado en el juicio. Admitieron que, como los datos reales (del proyecto Venona) permanecían encriptados y clasificados, tanto los fiscales como el juez se basaron en pruebas débiles e incluso falsas para presentar a los Rosenberg como culpables.
Además, la culpabilidad de Ethel generaba más dudas todavía. Como dijo Sobell: “¿De qué era culpable? De ser la esposa de Julius”. Ella no había espiado activamente y fue calumniada por su hermano, Greenglass. Alexánder Feklísov, un coronel retirado del KGB que trabajaba con la red de espionaje atómico, también afirmó que Ethel Rosenberg era “completamente inocente”. En cuanto a Julius, Feklísov dijo que la información que dio a Moscú resultó casi inútil. “No entendió nada sobre la bomba atómica y no pudo ayudarnos”, dijo Feklísov. “Y a pesar de ello los mataron”.
Aunque la importancia del daño que los Rosenberg causaron a su propio país es dudosa, sus motivos (ambos habían sido miembros durante mucho tiempo del Partido Comunista de Estados Unidos) eran claramente ideológicos.
“Creían en la URSS, soñaban con un estado socialista sin discriminación. ... Poco sabían sobre las sangrientas purgas de Stalin y el gulag”, escribió el historiador ruso-israelí Zajar Gelman. Por estos ideales, los Rosenberg estaban dispuestos a sacrificar sus vidas, y lo hicieron.
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