Los Astilleros del Almirantazgo: poniendo la quilla a las ambiciones navales de Rusia

Alex 'Florstein' Fedorov/Wikipedia
Sin acceso a rutas marítimas navegables hasta principios del siglo XVIII, Rusia estaba muy por detrás de las grandes potencias europeas en el desarrollo de una marina. Pero cuando Pedro el Grande se afianzó en el mar Báltico en 1703, se dedicó a transformar Rusia en una potencia naval, primero fundando su nueva capital, San Petersburgo, y luego abriendo el primer astillero del país, que sigue siendo el más grande.

Con sus orígenes en las profundidades de los bosques y estepas de la Eurasia continental, durante siglos Rusia no tuvo acceso al mar ni a la experiencia de la construcción naval, por lo que no fue ninguna sorpresa que el país no tuviera marina hasta principios del siglo XVIII.

Este importante retraso provocó el aislamiento del país, ya que no tener ningún barco significaba la inexistencia de comercio exterior lucrativo o la imposibilidad de competir con las principales naciones europeas y sus poderosas armadas. En 1700, el zar Pedro I (el Grande) decidió cambiar el status quo y llevar a su país al mar.

El núcleo de la ambiciosa estrategia naval del zar era alcanzar el mar Báltico, libre de hielo y crear una marina para proteger los intereses de Rusia en esta región vital. En 1703, después de intensos combates contra el ejército sueco, las tropas de Pedro irrumpieron en el Báltico cerca de la desembocadura del río Nevá. Ante ellos se extendía un enorme territorio salvaje donde Rusia aún no se había asentado antes de comenzar sus trabajos de construcción naval.

En mayo de ese año, el zar fundó la ciudad de San Petersburgo, que, además de su función como nueva capital, se convertiría en la cuna de la flota rusa.

Buques de guerra de los bosques

En 1704, en la boscosa orilla izquierda del Nevá, el zar fundó el primer astillero permanente, debidamente bautizado con el nombre de “Casa del Almirantazgo”. Allí, en gigantescos receptáculos de construcción ubicados en el espeso bosque, pocos pudieron ver los comienzos de una de las mayores empresas de construcción naval del mundo.

En 1700, el zar Pedro el Grande decidió llevar a su país al mar.

El trabajo en el Almirantazgo progresó rápidamente. Mientras que los ingenieros construyeron inicialmente pequeñas embarcaciones como galeras y zebecs de tres mástiles, los trabajos comenzaron para botar el primer barco de guerra ruso, el Poltava, de 54 cañones, en 1709, bajo la supervisión directa de Pedro. Y en 1725, un campesino llamado Níkonov, que había trabajado en el astillero, diseñó y construyó el prototipo de “buque secreto”: el primer submarino.

En el siglo XVIII, el Almirantazgo funcionaba como una cinta transportadora, poniendo en rada embarcaciones de todas las clases, desde balandros de un palo hasta grandes buques de batalla. El ritmo fue intenso, y no sólo debido a las constantes guerras libradas por Rusia en el mar Báltico.

La vida útil de los buques construidos en la desembocadura del Nevá no superaba los 10 años debido al contenido relativamente bajo en sal en las aguas del mar Báltico, cerca de San Petersburgo, donde el Nevá de agua dulce desembocaba, lo que provocaba un deterioro más rápido de lo normal en los navíos de navegación marítima.

La ayuda de los británicos

A finales del siglo XVIII y principios del XIX, los Astilleros del Almirantazgo entraron en una nueva etapa de su historia cuando llegaron los maestros constructores navales británicos y crearon plantas de fundición y vaciado. En 1815, uno de estos ingenieros, Charles Byrd, construyó el primer barco a vapor ruso. Hasta mediados del siglo, el astillero continuó especializándose en la construcción naval de madera, pero en la década de 1860 cambió la venta al por mayor a la producción de buques de metal.

En 1865, la primera batería flotante de cañones de Rusia, construida para la defensa de la costa fue puesta a flote, seguida por el Nóvgorod en 1871, y en 1877 por el Explosión, el primer destructor del país. Ese mismo año se botó el acorazado Pedro el Grande, considerado el barco más poderoso de su época. Para entonces, los astilleros ya habían sido trasladados del centro de la ciudad y a mediados del siglo XIX fueron finalmente reubicados en una isla en la desembocadura del Nevá.

El comienzo del siglo XX estuvo marcado por el proyecto más importante hasta la fecha en el Almirantazgo, donde entre 1909 y 1914 el astillero construyó los barcos más grandes de la historia hasta entonces de la flota rusa, el Poltava (encarnación moderna del antiguo buque insignia de madera) de 24.000 toneladas y el Gangut. En 1917 los Astilleros del Almirantazgo habían construido alrededor de 1.000 barcos para la marina, de los cuales casi 170 eran grandes veleros o buques blindados.

Submarinos y fábricas de pescado

Después de la Revolución, la instalación fue rebautizada como Astillero André Marty en honor al comunista francés, y su perfil de producción también cambió. La era de las épicas batallas navales en el Báltico había terminado, mientras que el papel de los submarinos capaces de operar solos en la retaguardia del enemigo había aumentado drásticamente.

Hasta la Segunda Guerra Mundial, el astillero construyó 70 submarinos de diferentes clases. El Almirantazgo continuó funcionando durante la guerra, produciendo siete submarinos a pesar del completo aislamiento de Leningrado y la hambruna de su población.

Después de 1945, en los Astilleros del Almirantazgo primó la construcción de buques civiles, desde barcos cisterna hasta arrastreros y fábricas flotantes de procesamiento de pescado. En 1959, el primer rompehielos nuclear del mundo, Lenin, también fue montado aquí.

Hoy en día, el astillero sigue siendo la empresa industrial más grande de San Petersburgo, construyendo submarinos diésel y nucleares para Rusia y una variedad de otros buques para armadas extranjeras, así como una amplia gama de barcos civiles, incluyendo remolcadores y naves de investigación de alta mar.

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