El 23 de agosto de 1989, varios millones de residentes de las repúblicas bálticas de la Unión Soviética (Letonia, Estonia y Lituania) organizaron la mayor protesta pacífica de la historia soviética. Uniendo sus manos, formaron una cadena humana que unió las capitales de las tres repúblicas: Riga, Tallin y Vilna. Con una extensión de más de 600 km, fue inscrita en el Libro Guinness de los Récords como la cadena humana más larga de la historia.
La protesta fue motivada por la revelación de nuevos detalles sobre el Pacto Ribbentrop-Mólotov de 1939, un tema delicado para toda Europa Oriental.
Durante casi medio siglo, la Unión Soviética negó la existencia de protocolos secretos que provocasen la partición de Polonia y la ocupación de los Estados bálticos. Sin embargo, con la llegada de la perestroika, se eliminó el tabú existente sobre la investigación y discusión de estos “puntos ciegos” en la historia soviética. El 18 de agosto de 1989, la URSS admitió la existencia de un protocolo secreto en el pacto soviético-germano.
Se afirmó en particular que el pacto no había afectado a los tres Estados bálticos engullidos por la Unión Soviética. Sin embargo, ya se había iniciado una reacción en cadena en esas repúblicas. El 22 de agosto, el Soviet Supremo de la República Socialista Soviética de Lituania acusó a la URSS de haber forzado la ocupación de los Estados bálticos y al día siguiente, en el 50º aniversario del Pacto Ribbentrop-Mólotov, millones de personas se unieron a una protesta que se conoció como la Vía Báltica.
Sus participantes estaban convencidos de que, dado que la inclusión de los Estados bálticos en la Unión Soviética en 1940 se realizó por la fuerza, el poder soviético, sus leyes y constitución en el territorio de los Estados bálticos eran ilegales. Por lo tanto, Letonia, Lituania y Estonia deberían restaurar automáticamente su soberanía conservando las fronteras anteriores a 1940.
Con mucha prisa, sólo un par de días antes de la manifestación, sus organizadores planificaron meticulosamente la ruta y el número aproximado de participantes, teniendo en cuenta el terreno. El mayor problema era el transporte: necesitaban un gran número de autocares para llevar a los manifestantes a lugares remotos y poco poblados de la cadena humana y devolverlos después a sus lugares de origen.
La gente llevaba flores y lucía cintas de luto para conmemorar así a las víctimas de las represalias soviéticas, enarbolaban las banderas nacionales de los países bálticos de antes de la guerra, vestían trajes folclóricos y cantaban canciones populares.
La manifestación de la Vía Báltica reunió a unos dos millones de personas, es decir, aproximadamente una cuarta parte de la población de la época en las repúblicas bálticas.
Las autoridades de Moscú no aprobaron la protesta, describiéndola como una manifestación de nacionalismo, pero no la obstaculizaron. El evento recibió una amplia cobertura en los medios de comunicación locales, se les dio tiempo libre en el trabajo a los participantes, se retiraron autobuses regulares de sus rutas para transportar a los manifestantes. La policía, sin interferir en los procedimientos, controló el tráfico y garantizó el orden público. Las carreteras se vieron bloqueadas por miles de coches cuando la gente quería llegar hasta la cadena humana.
La Vía Báltica culminó a las siete de la tarde, cuando las personas colocadas a lo largo de toda la cadena humana se dieron la mano durante 15 minutos. Los que no llegaron al evento principal formaron cientos de pequeñas cadenas de solidaridad.
Como dijo el presidente del Consejo de Ministros estonio, Indrek Toome, ese día: “La gente aquí presente quiere sentir que están unidos y que representan algo muy grande”.
“La palabra ‘independencia’ hizo que todo el mundo se volviera loco. La gente que vivía en la URSS y quería algo nuevo, todos pensaban que las cosas serían diferentes. Sin embargo, pocas personas pensaron en las consecuencias a las que la independencia puede conducir en la práctica”, recuerda Galina Greydene.
No fueron sólo los letones, lituanos y estonios los que participaron en la manifestación. Había muchos rusos también. “Yo era pequeña y no entendía del todo lo que estaba pasando, pero a través de mi madre y mi abuelo sentí que era algo importante y necesario”, recuerda Maxim Kushnariov.
“Fue muy hermoso, muy simbólico y muy emotivo. Fue una gran señal, tanto para la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como para Occidente, de que los pueblos de las repúblicas bálticas estuviesen unidos en su movimiento, en su deseo de restaurar la independencia. Fue un gesto muy bonito”, recuerda un participante en esas veladas, el exministro letón de Asuntos Exteriores, Jānis Jurkāns.
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