Mijaíl Fiódorovich Romanov gobernó Rusia de 1613 a 1645, después del devastador Período Tumultuoso (1598-1613), cuando el país fue acosado por la crisis dinástica y las invasiones extranjeras. Mijaíl llevó al país a un renacimiento, pero no lo hizo solo.
Durante los primeros años de su reinado, Mijaíl fue asistido y guiado por su padre, el Patriarca Filaret (Fiódor Romanov), el primer hombre que usó el Romanov como apellido. En un momento concreto Filaret pudo haberse convertido en zar, pero lo perdió todo.
Del palacio al monasterio
“Un noble popular, famoso por su buena presencia y elegancia, un modelo para cada uno de los dandies moscovitas de su tiempo”, Serguéi Platónov, historiador ruso, describió al joven Fiódor Nikítich Romanov, como un boyarin (noble ruso rico) de buena familia. Su tía Anastasia estuvo casada con Iván el Terrible, así que los Romanov estaban situados muy cerca del trono.
En 1598, Fiódor I, hijo de Iván el Terrible, el último monarca de la dinastía Ruríkida, murió sin hijos. Borís Godunov, pariente de Fiódor, que concentró el poder en sus manos y fue elegido nuevo zar el mismo año, temía la competencia y quiso deshacerse de Fiódor Romanov.
Como dicen las crónicas, “fue una denuncia falsa la que llevó a la persecución de los Romanov”. En 1600, el elegante Fiódor se vio obligado a convertirse en monje (para eliminar así cualquier posible reivindicación del trono) y fue enviado al exilio en un remoto monasterio del Lejano Norte de Rusia.
Godunov tuvo la amabilidad de no ejecutar a Fiódor Romanov (conocido desde entonces como padre Filaret), pero el reo no agradeció el exilio, separado de su esposa e hijos. “Supongo que mi esposa sería feliz si Dios le enviara la muerte”, escribió.
Los tiempos cambian
Varios años más tarde, el estado de ánimo de Fiódor mejoró: el trono de Rusia sufría sacudidas bajo su némesis (Borís Godunov) debido a Dmitri, el autoproclamado hijo de Iván el Terrible (también conocido como Falso Dmitri). Este había invadido Rusia al mando de un ejército polaco.
“El acceso de Dmitri al poder devolvió la libertad al padre Filaret”, cuenta Serguéi Platónov, “fue llevado de vuelta a Moscú con honores, como pariente de un falso zar”. No está claro si Filaret creía que “Dmitri” era heredero legal del trono de Rusia, pero le sirvió, convirtiéndose en Metropolitano de Rostov. Cuando el Falso Dmitri fue destronado y asesinado en 1606, menos de un año después, los intereses de Filaret quedaron intactos: el sacerdote también sirvió al siguiente zar, Vasili Shuiski, conservando su puesto.
Guerras y cautiverio
Rusia era un lugar turbulento en aquellos días: otro Falso Dmitri asedió Moscú y capturó a Filaret, pero también prefirió usarlo como símbolo, incluso proclamándolo Patriarca, mientras lo mantenía bajo constante vigilancia. “El legítimo patriarca Hermógenes no consideraba a Filaret un enemigo, sino una víctima de ‘ladrones’”, señala Platónov.
Tras la derrota del Falso Dmitri II, Filaret regresó a Moscú. En 1610, fue enviado en misión diplomática a Polonia, para negociar el futuro de los dos estados, pero cuando las negociaciones no salieron bien, el rey Segismundo III le encarceló. Hasta 1619, el terco sacerdote vivió bajo cautiverio polaco.
De tal palo, tal astilla
Mientras tanto, en 1613, después de que las fuerzas patrióticas derrotaran a los polacos, el Zemski Sobor (un protoparlamento formado por boyardos) eligió al joven Mijaíl Romanov, hijo de Filaret, para dirigir Rusia como zar. “Mijaíl era el pariente más cercano de Fiódor Ivánovich, el último zar legítimo de la dinastía Ruríkida”, explica Evgueni Pchelov, historiador. La aristocracia lo consideraba la mejor opción para la nación.
En 1619 los rusos lograron traer de vuelta desde Polonia al Metropolitano Filaret, y se informó que Mijaíl hizo una reverencia ante su retornado padre. Con el cargo de patriarca vacante (Hermógenes había muerto en 1612), este le fue ofrecido a Filaret. Aceptó, pero se convirtió en algo más que eso.
Serguéi Solóviov, autor de Historia de Rusia desde los primeros tiempos, escribió: “Después de que Filaret regresara a Moscú, comenzó la diarquía: el zar y su padre el Patriarca fueron nombrados ambos ‘grandes príncipes’. Ambos manejaron todo tipo de asuntos, se reunieron con embajadores extranjeros y firmaron documentos de forma conjunta”.
Al mismo tiempo, Filaret siempre mostró respeto hacia su hijo y nunca afirmó ser el gobernante de facto del estado. Fue de gran ayuda, asegura Serguéi Platonov: “El cambio de lugares y circunstancias y el enfrentarse a varias dificultades serias fortalecieron su espíritu y le dieron una experiencia que no tenía precio”. Mientras estuvo vivo, Filaret participó en todas las grandes iniciativas, ya fuese en la realización del primer censo ruso, en la reforma del sistema tributario o en los tribunales eclesiásticos. No se convirtió en zar, pero sus descendientes gobernaron Rusia durante tres siglos, un resultado bastante bueno para alguien condenado a pasar el resto de su vida exiliado en un aislado monasterio.
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