Durante mucho tiempo, el chicle estuvo, si no prohibido, nada bien visto en la Unión Soviética. Estaba asociado con Occidente y el “estilo de vida americano”.
Este manjar llegaba sólo a unos pocos afortunados, cuyos padres o amigos lo traían de viajes al extranjero. Estas gomas de mascar eran muy apreciadas y se volvían a utilizar una y otra vez, mucho después de haber perdido su sabor totalmente. En tales casos, los niños les ponían mermelada o los cubrían con azúcar. Los niños menos afortunados trataron de encontrar alternativas, como masticar alquitrán de carretera que encontraban en la calle.
Un trágico acontecimiento, sucedido el 10 de marzo de 1975, cambió completamente la actitud de los dirigentes soviéticos hacia el chicle. Aquel día, los jugadores júnior canadienses de hockey, que visitaban la URSS, comenzaron a repartir chicles Wrigley al público, como campaña publicitaria después de su partido contra un equipo júnior soviético. Esto provocó una gran emoción en el estadio Sokólniki de Moscú, donde se habían reunido varios miles de espectadores. A esto le siguió una gran estampida que terminó en 21 muertes, la mayoría adolescentes.
Después de la tragedia de Sokólniki, el chicle recibió la luz verde en la Unión Soviética. Además, con vistas a los Juegos Olímpicos de 1980, la URSS quería mostrar a los invitados extranjeros que también podía seguir las tendencias mundiales. Así pues, a partir de 1976, la goma de mascar se produjo ampliamente en toda la Unión Soviética, desde el Cáucaso hasta los países bálticos.
Los primeros productores de chicles soviéticos fueron fábricas de caramelos: la soviética estonia Kalev y la moscovita Rot Front. Ambas compañías sobrevivieron a la caída de la Unión Soviética, pero ya no producen goma de mascar.
El primer chicle que los soviéticos probaron estaba disponible con los sabores a naranja, menta, fresa e incluso con gusto a café. Era, sin embargo, algo inferior a sus contrapartes occidentales: demasiado suave, perdía su sabor mucho antes, y no era bueno para hacer globos.
Después de la caída de la Unión Soviética, los chicles, junto con muchos otros tipos de alimentos y bebidas occidentales, inundaron los mercados rusos y dejaron de ser algo exclusivo. Mascar chicles y, especialmente, coleccionar sus envoltorios, se convirtieron en unas de las actividades favoritas de los niños rusos en la década de 1990.
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