“Emborracharse cada día y no ir sobrio a la cama”. Este era el requisito fundamental para unirse al “Sínodo de Tontos y Bufones, Borrachos y Chistosos” que creó el propio zar Pedro I a finales del siglo XVII.
Contaba entre sus filas con los oficiales de más alto rango y con la gente más cercana a Pedro. Organizaban orgías, que podían durar días. Era conocido por los miembros como el “Sínodo”, e incluía damas de compañía, y a menudo bebían hasta perder la conciencia.
El “Sínodo” existió hasta la muerte del monarca. Copiaba la jerarquía de la Iglesia ortodoxa y se mofaba de las prácticas religiosas y de sus rituales. No sorprende que mucha gente religiosa en Rusia considerase a este zar el Anticristo.
A Pedro le encantaba beber mucho y quería que los otros también lo hicieran. “En un ocasión, cuando me equivoqué, el sirviente del zar me trajo un gran vaso de vodka. [Pedro creó la “el trago de multa”, una tradición que se mantiene todavía]. Tomé ventaja debido a su peso y corrí hasta la popa [y se subió a un mástil]. Su Majestad me siguió con un vaso entre los dientes. Pensaba que sería un lugar seguro, se sentó a mi lado y me dijo que tenía que beber mi vaso y cuatro más”, escribió un diplomático extranjero.
Los historiadores tienen una explicación para este comportamiento poco ortodoxo del zar, que va más allá de la fascinación por el placer. “Las orgías salvajes del Sínodo eran utilizadas por Pedro para sobreponerse a la incertidumbre y al miedo, para quitarse estrés. La locura del zar era una manera de romper con el pasado”, escribió el historiador Ígor Andréiev en uno de sus artículos sobre el reformador que sacrificó la tradición por una rápida modernización.
Aunque Pedro también entendía cuáles eran los males por el abuso del alcohol. Creó una medalla “Por beber” que pesaba 7 kg y se colocaba en el cuello de los que bebieran de más y la tenían que llevar durante una semana.
La leyenda cuenta que el gusto por el alcohol de Alejandro III hizo que cambiara la forma de sus botas. Se dice que le gustaba tomar algo de vez en cuando pero que su mujer, la danesa Dagmar (que tomó el nombre ruso de María Fiódorovna) no toleraba ni el olor del alcohol. Según otras fuentes, estaba preocupada por la salud de su marido. De manera que, pasar no molestar a su mujer con emociones negativas, el emperador bebía de manera secreta. Para hacerlo pidió que le hicieran unas botas largas y anchas, donde al parecer guardaba una pequeña botella.
Por su parte, hay expertos que creen que las historias sobre su supuesto abuso del alcohol provienen de sus oponentes liberales. Cuando llegó al poder en 1881, tras el asesinato de su padre reformista -Alejandro II- tomó un camino mucho más conservador. Pacificó los problemas internos y fortaleció el ejército y la armada. Así que sus opositores pensaron que era necesario “crear una imagen de un tonto y borracho en el trono”, para demostrar que había que deshacerse del monarca.
Lo que contradice la descripción del zar como un borracho es el testimonio de su doctor, Nikolái Veliamínov. “¿Bebía vodka? Me parece que no y, si lo hacía, no era más que un pequeño vaso. Cuando quería beber en la mesa, su bebida favorita el kvas con champán, y lo bebía modestamente”.
Tal y como comenta el historiador Kirill Soloviov: “No hay fuentes fiables que confirmen la inclinación a la bebida”. Sin embargo, el mismo historiador confiesa que quienes pasaron tiempo con el zar vieron la necesidad de escribir en sus memorias que el zar no abusa del alcohol. Así que la cuestión sigue abierta.
Esta figura histórica, el primer presidente de la Rusia moderna, Borís Yelstin, no deja lugar a dudas. Su adicción al alcohol es conocida y está bien documentada.
Su jefe de seguridad, Alexánder Korzhakov, afirmó que el presidente abusaba del alcohol a diario. En sus memorias escribió que prohibió que hubiera vodka en la cocina presidencial, pero entonces Yeltsin mandada a sus asesores, que se quejaban ante el jefe de seguridad: “¿Qué se supone que tengo que hacer? Borís Nikoláievich me ha dado 100 dólares y me dice que le lleve una botella”. Korzhakov diluía el vodka en agua para que fuera menos potente.
Tal y como escribió Korzhakov, las responsabilidades presidenciales no mermaron el hábito bebedor de Yeltsin ni tampoco el hecho de que tuviera que viajar tanto. Tal y como declaró el expresidente de EE UU, Bill Clinton, al periodista Taylor Branch, en 1995 los agentes de los servicios secretos encontraron al líder ruso en calzoncillos, fuera de la Casa Blanca, tratando de parar un taxi para ir a tomar una pizza. Es obvio que Yeltsin no estaba sobrio. A pesar de su adicción, fue capaz de sobreponerse a sus adversarios políticos, primero en la URSS y luego en Rusia. Posteriormente impulsó la constitución que regula la vida política del país en la actualidad.
Si quieres saber por qué los rusos beben tanto, te lo explicamos aquí.
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