La historia de la vida de Iván VI es tan trágica como la de “El Hombre de la Máscara de Hierro” de Dumas. Aunque en realidad nunca usó una máscara de hierro, el niño cayó víctima de la intriga de la corte rusa y vivió casi toda su vida en prisión, sufriendo aún más la indignidad de ser privado de su identidad.
Nuestra historia comienza la noche del 25 de noviembre de 1741 en el Palacio de Invierno de San Petersburgo. El reinado del emperador ruso más joven, que sólo duró un año, terminó abruptamente cuando Isabel, hija de Pedro el Grande, entró en la habitación de los padres de Iván, acompañada por soldados de la guardia real.
“¡Es hora de levantarse, hermana!”, gritó Isabel a la madre y regente de Iván, Ana, mientras que los guardias, leales a la hija de Pedro, detenían a Antón Ulrich, el padre del pequeño Iván, y al bebé en persona.
Isabel prohibió a los guardias asustar al pequeño emperador, así que esperaron una hora en su cuna antes de que el niño de un año abriera los ojos y llorara al ver soldados.
“¡Pequeño, no eres culpable de nada!”, dijo Isabel cuando Iván fue llevado ante ella. Los soldados no fueron tan cuidadosos con su hermana Catalina, de cuatro meses. La tiraron al suelo, lo que dejó a la pequeña sorda de por vida.
Isabel dejó el Palacio de Invierno con el niño en su regazo, pero no sabía qué hacer con este infante problemático, la única persona con derecho legítimo al trono ruso.
Una era de golpes de estado
Al siglo XVIII en Rusia se le llama “la era de los golpes de palacio”. El mismo Pedro el Grande llegó al poder a finales del siglo XVII después de una serie de golpes violentos que lo dejaron a él y a su medio hermano, Iván V, compartiendo el trono hasta la muerte de Iván en 1696.
Puesto que el hijo mayor de Pedro, Alexéi, era incapaz de gobernar, Pedro cambió las reglas de sucesión: de ahora en adelante, cada monarca tendría que indicar a su sucesor en su testamento.
La primera gran crisis llegó en 1730 cuando el emperador Pedro II (nieto de Pedro el Grande) murió sin designar a su sucesor. Después de un violento enfrentamiento interno en la corte, un grupo poderoso dirigido por el príncipe Dmitri Golitsin decidió que el trono debía ir a los descendientes del hermano de Pedro el Grande, Iván V. Eso significó que la próxima emperatriz sería Ana, hija de Iván V. Mientras tanto, la hija de Pedro, Isabel, fue expulsada de la corte. Ana se convirtió en emperatriz en 1730, e inmediatamente comenzó a pensar en un sucesor.
Gobernar con la mano de un niño
Ana detestaba a todos los parientes de Pedro el Grande, pues creía que Pedro le había robado injustamente el poder a su padre. En 1730, Ana tenía 37 años, y aparentemente era incapaz de concebir. Así que decidió "producir" un sucesor de su sobrina, Ana Leopóldovna. En 1739, Ana arregló el matrimonio de su sobrina con el duque Anthony Ulrich de Brunswick. En 1740, Iván VI nació un mes y medio antes de la muerte de Ana, y el niño fue presentado ante la corte y al público para demostrar que existía un heredero. El joven Mijaíl Lomonósov incluso le escribió una oda. Como el niño era demasiado pequeño para asumir responsabilidades estatales, su madre y su padre se convirtieron en regentes.
Al principio, la familia Brunswick quiso mantener al niño fuera de los asuntos judiciales, pero no era fácil hacerlo. Por ejemplo, el enviado francés Marqués de La Chétardie exigió que Iván VI estuviera físicamente presente en el trono mientras Chetardie leía una carta oficial de su rey. Tan poco Iván tuvo que ocupar el trono mientras jugaba alegremente y balbuceaba interrumpiendo los procedimientos reales.
Mientras tanto, el poder en Rusia lentamente pasó a manos de los alemanes: A espaldas de la familia Brunswick, que no tenía experiencia suficiente para gobernar un país tan vasto, el influyente conde Osterman tomó las riendas del poder estatal. Sin embargo, esto no duró mucho tiempo. Después del golpe de estado de 1741, el poder volvió a la familia imperial de Pedro el Grande.
Nadie se atreve a decir su nombre
Isabel quería que su reinado comenzara con un buen acto, y en un principio pensó en exiliar a la familia Brunswick a Europa. Sus cortesanos, sin embargo, pronto le explicaron que un heredero legítimo podría convertirse en un arma en las manos equivocadas y conducir a otro golpe de estado. Por lo tanto, se decidió mantener a los Brunswicks en Rusia, y fueron puestos bajo arresto domiciliario en la aldea de Jolmogori, en la lejana región norteña de Arjánguelsk.
Como en una novela de Harry Potter, estaba prohibido mencionar el nombre de Iván. Todos los libros y monedas con imágenes de Iván, e incluso copias de la oda de Lomonósov, fueron recolectados y destruidos. Para 1745, la posesión de tales artículos era un crimen contra el estado. Incluso en los procedimientos oficiales, los documentos relacionados con Iván fueron referidos como “documentos con un cierto título”.
En Jolmogori, tanto los padres como los hijos fueron alojados en una casa aislada, con Iván en el mismo edificio, aunque los demás no lo sabían. En 1746, Ana Leopóldovna murió y fue enterrada con ceremonia en San Petersburgo, como miembro de la familia imperial.
Prisión de máxima seguridad
En 1756, Iván fue trasladado a la prisión de máxima seguridad de Shlisselburg, donde se le calificó de “cierto prisionero”, y a los guardias se les prohibió hablar con él.
Se había otra orden tenebrosa respecto a Iván. En caso de cualquier intento de fuga, o incluso una orden de liberación, los guardias debían matar al niño inmediatamente. Esto debía llevarse a cabo incluso en caso de que el monarca ruso ordenara su puesta en libertad. Básicamente, Iván vivía bajo una permanente sentencia de muerte.
Más tarde, los guardias reportaron que el prisionero estaba en constante ansiedad, "quejándose de que se ejercía una brujería maliciosa contra sí mismo", irguiéndose al menor ruido mientras dormía.
El pobre heredero también soñaba con vivir en un monasterio. Aparentemente, los guardias hablaban con el prisionero, por una razón obviamente triste: después de haber pasado toda su vida recluido, el muchacho de 16 años necesitaba ayuda con todo; su salud mental no era la mejor.
Descenso a la locura
En 1762, Catalina la Grande visitó a Iván en su celda y vio que estaba un poco loco. En cambio, ella no alivió su destino porque él tenía más derechos al trono que ella, y por lo tanto, era una amenaza.
El fin de esta triste y tortuosa historia se produjo abruptamente en 1764 cuando el teniente Vasili Miróvich intentó desesperadamente liberar a Iván. Como se ordenó originalmente, el prisionero fue inmediatamente asesinado y enterrado en algún lugar de Shlisselburg. En 2010, los informes de que el cuerpo de Iván había sido encontrado en Jolmogori fueron completamente descartados por el Instituto de Arqueología de la Academia Rusa de Ciencias.
La pregunta que queda sin respuesta es si Catalina conspiró para instigar el intento de Miróvich de liberar al desafortunado heredero, y así eliminar a la una de las pocas personas a las que temía la todopoderosa emperatriz.
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