En la segunda mitad del siglo XIX la gente no tenía alternativa a las fotos en blanco y negro, pero anhelaba tener fotos en color.
Lamentablemente, el mundo tendría que esperar un poco más para las fotos en color, por lo que los retratos pintados siguieron siendo la única manera de transmitir la personalidad de cada persona a través de los colores. Sin embargo, encargar un retrato no era nada barato y solo la gente acomodada se lo podía permitir.
Finalmente, en la segunda mitad del siglo XIX los talleres fotográficos desarrollaron una técnica para colorear las fotos en blanco y negro, y pronto este método se hizo popular.
Supuso un nuevo trabajo para los pintores profesionales, que convertían las fotos en blanco en negro en imágenes en color con su pincel. Las fotos en color eran una mezcla peculiar de dos artes: la fotografía y la pintura.
Se podía colorear una foto completa o solo algunas partes, por ejemplo, la cara, el cuerpo, los sombreros, la ropa o el interior de una casa y otro tipo de decoraciones.
La técnica tenía una ventaja indiscutible: los clientes podían elegir de qué color querían que fuese su ropa. Uno podía lucirse incluso en las fotos más aburridas. Por suerte, el bronceado artificial no estaba de moda entonces.
Si un cliente quería quitar ciertas imperfecciones de la piel, como cicatrices, manchas o granos, no había ningún problema: la técnica funcionaba como un filtro de Instagram.
A los rusos les encantaban las fotos en color. Las guardaban como un tesoro, igual que los retratos en miniatura tradicionales que fueron muy populares en el siglo XIX.
A medida que se desarrollaba la fotografía en color en el siglo XX, la gente dejó de colorear sus fotos.
A pesar de que en la época soviética algunas personas todavía coloreaban las fotos, los días de gloria de esta técnica quedaron en el pasado.
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