Todos los rusos que crecieron en la época soviética o en los años 90 guardan un vívido recuerdo de su infancia: estar de pie con sus compañeros de colegio antes de entrar en un museo, ya sea una galería de bellas artes, la finca de un noble o el famoso Hermitage. La emoción de escapar de las clases a menudo se veía atenuada por la expectativa de soportar lo que parecía una visita monótona.
Sin embargo, lo más memorable de estas visitas a los museos no era el arte ni la historia, sino la experiencia de arrastrar los pies por los pasillos con unas enormes zapatillas de fieltro. Incluso con las voluminosas botas de invierno, los pies de los niños resbalaban y se deslizaban en estas pantuflas gigantes, sujetas únicamente por una endeble goma elástica. Para un niño, estas pantuflas recordaban a los esquís prehistóricos, y no permitían más que un andar susurrante y cauteloso, parecido a ahuyentar a las rayas en el océano.
Estas zapatillas, conocidas en ruso como "bajili", se recogían de una gran cesta a la entrada de un museo, donde encontrar un par a juego era un juego de suerte. Al final de la visita, se volvían a echar en la cesta, quizá para que las llevara otra generación en los años venideros, creando una conexión única, aunque algo estrafalaria, entre generaciones.
Pies feos y felices: versión rusa
El concepto de "pies feos y felices" no es exclusivo de Rusia. The New Yorker publicó en su día un ensayo titulado "Happy Ugly Feet" sobre las sandalias Birkenstock, un estilo asociado a la preferencia por la comodidad frente a la apariencia.
Al igual que los Birkenstocks, que se han convertido en un símbolo cultural, los "pies feos y felices" rusos se encarnan en los cubrezapatos "bajili". En ruso, "бахилы" ("bajili") también pueden significar botas de pescador impermeables, un guiño a su propósito funcional: no mantener los pies secos, sino proteger los suelos que pisan.
Combatir el eterno aguanieve
Durante unos nueve meses al año, Rusia se enfrenta al aguanieve, una mezcla de lluvia, nieve y restos de la vida urbana. El calzado se empapa y se embarra inevitablemente, incluso en entornos urbanos.
Esta realidad ha dado lugar a una norma cultural por la que los rusos suelen quitarse los zapatos y ponerse zapatillas al entrar en casa.
Pero, ¿qué ocurre en los espacios públicos? Sin los "bajili", los suelos necesitarían una limpieza constante para combatir la suciedad del exterior. ¿La solución? Los cubrezapatos.
Una tradición de practicidad
Históricamente, los rusos utilizaban chanclos para protegerse de las inclemencias del tiempo. Estos cubrezapatos de goma, que datan del siglo XIX y fueron populares hasta la década de 1960, se llevaban sobre el calzado normal y simbolizaban un enfoque práctico del duro clima ruso.
Eran tan omnipresentes que hasta la corte de los Romanov utilizaba chanclos de la fábrica Treugolnik, mientras que los campesinos los llevaban sobre las botas valenki para protegerse de la humedad.
En la época soviética, los museos introdujeron las zapatillas de fieltro para evitar daños en los delicados suelos, y la práctica de cambiarse de calzado se extendió a los lugares de trabajo y las escuelas. No es raro ver a estudiantes con un par de zapatos extra junto a sus libros de texto.
El fenómeno "bajili" moderno
Hoy en día, los "bajili" siguen siendo muy comunes en clínicas, hospitales, guarderías y algunos museos y salones de belleza durante la estación fría.
Como guiño al progreso, estos cubrezapatos han evolucionado de opciones reutilizables a variantes de plástico desechables, marcando la iteración moderna de la solución única de Rusia para mantener limpios los espacios públicos. He aquí su aspecto actual:
Al entrar en los lugares mencionados (y en muchos otros), se suelen encontrar dos cestos: uno con la etiqueta "bajili limpios" y otro con la etiqueta "bajili sucios", que se pueden utilizar por un precio mínimo o sin coste alguno. Su presencia es una forma sencilla pero eficaz de mantener la limpieza, reduciendo la necesidad de una limpieza constante.
Con la llegada del verano, estas cestas desaparecen, pero regresan con la llegada del otoño lluvioso, continuando una tradición que, aunque pueda resultar extraña, está profundamente arraigada en la vida rusa.
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