El café se menciona por primera vez en los documentos rusos en 1665, cuando se recetó al zar Alexéi Mijáilovich como remedio para la hinchazón, el dolor de cabeza y la secreción nasal. No se sabe si sirvió de algo en su momento, pero no fue hasta que Pedro el Grande visitó Holanda en 1697 cuando el país se aficionó al café.
¿Café o vodka?
Pedro probó el café con Nicolaes Witsen, alcalde de Ámsterdam y gerente de la Compañía de las Indias Orientales. Después de que elogiara la bebida, Holanda comenzó a suministrar a Rusia granos de café de sus plantaciones en las islas de Java, Sumatra y Ceilán.
Sin embargo, a Pedro le gustó tanto que en 1714, cuando se inauguró la Kunstkámera, el primer museo del país, el zar ordenó "no sólo dejar que cualquiera venga aquí gratis, sino que si alguien viene acompañado a ver las rarezas, le invite a una taza de café o a un vaso de vodka en mi nombre".
El zar ordenó que se bebiera café en las asambleas, y las clases altas se vieron obligadas a seguir sus órdenes, aunque lo encontraban insoportablemente amargo. A finales de 1724 había quince locales en San Petersburgo donde se podía tomar café. Sin embargo, eran principalmente los extranjeros los que iban allí.
Muchas de las innovaciones de Pedro no gustaron al clero ruso, y el café no fue una excepción. Había proverbios de este tipo: "El té está maldito en tres catedrales, pero el café en siete" (catedral - reunión de representantes de la iglesia), "Las patatas están malditas, el té está maldito, el tabaco y el café están malditos", "Quien bebe café, Dios lo matará".
Café para emperatrices
La primera cafetería, donde se podía comprar granos de café, apareció en San Petersburgo en 1740 gracias a Anna Ioánnovna, sobrina de Pedro I. Era una apasionada de la bebida y la bebía cada mañana.
Los nativos de Holanda, Alemania e Inglaterra mantenían cafeterías. Preparaban el café en cafeteras de cobre o de hojalata, lo filtraban y luego lo bebían como estaban acostumbrados en sus países de origen, por ejemplo al estilo alemán sin aditivos, o al estilo vienés con nata montada, o añadiendo miel, chocolate o azúcar.
Otra emperatriz rusa con raíces alemanas, Catalina II, se decía que bebía hasta cinco tazas de café fuerte al día: se necesitaban 400 gramos de granos de café molidos para preparar una taza. Y supuestamente, cuando uno de sus súbditos se bebió una taza de café que le ofreció la emperatriz, estuvo a punto de morir, por la taquicardia que le entró.
Adivinación con posos de café
Con la difusión de la popularidad del café también lo adquirió la adivinación en los posos del café, que se menciona por primera vez en los documentos de mediados del siglo XVIII. A finales de siglo se imprimían libros con instrucciones para interpretar los "símbolos" del café. Los bailes y recepciones de la alta sociedad comenzaron a invitar a las "damas del café", que eran capaces de predecir el futuro utilizando los posos del café.
Cuenta la leyenda que en 1799 una gitana predijo al emperador ruso Pablo I la proximidad de su muerte, por lo que casi pagó con su vida. El propio emperador fue asesinado en 1801.
Sin embargo, este tipo de entretenimiento, como el propio café, seguía siendo un privilegio de la nobleza y la realeza. El café no estuvo al alcance del pueblo hasta principios del siglo XIX.
¿Es posible sorber el café con una cuchara como si fuera una sopa?
En 1805, durante la Tercera Guerra de Coalición (también llamada Guerra Ruso-Austro-Francesa), las tropas rusas se encontraban en Austria, donde vieron a la población local bebiendo café con placer. Los soldados la apodaron "kava" y se hicieron adictos a ella. Se dice que al principio lo sacaban en grandes platos como si fuera una sopa.
Con los militares, el café llegó a Rusia no sólo desde Europa Occidental, sino también desde Oriente. Los cosacos en la frontera y en la guerra con el Imperio Otomano (1806-1812) tomaban como trofeos los sacos con granos de café y las ollas para prepararlo. Así, el café se hizo popular en la región del mar de Azov y el Cáucaso. Los cosacos desarrollaron la tradición de invitar a sus amigos y parientes a tomar café a mediodía. El café se servía con doble crema o especias.
Samovares para el café
Una prueba más de que en el siglo XIX el café se iba abriendo paso en los hogares de todos los estratos, es la aparición en 1820 de los samovares de café. Tenían el aspecto de un cilindro aplanado con asas planas, que eran paralelas al cuerpo. Este samovar tenía un marco con una bisagra, en el que se suspendía una bolsa con granos de café molidos. Los samovares para el café se hacían en dos secciones, un recipiente era para el té y el otro para el café.
Se han encontrado formas de ahorrar en el café que incluyen achicoria u otros ingredientes (harina de cebada tostada, bellotas picadas, remolacha, semillas de pera, cáscaras de sandía y raíces de diente de león).
El café en el siglo XX
Antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, el café se importaba, pero se incluyó en la lista de artículos de lujo durante la guerra. El café importado volvió a estar disponible en 1930, pero siguió siendo caro y escaso. Sólo bajo el mandato de Leonid Brézhnev (1964-1982) el café se hizo más asequible. Al propio secretario general le gustaba empezar la mañana con una taza de café con leche. En aquella época, la mayor parte del café se importaba de Brasil e India. En 1972, la URSS inició su propia producción de café instantáneo.
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