Superó los límites de lo posible al cruzar Siberia con su bicicleta en pleno invierno. Este fue el duro reto que el italiano Lorenzo Barone, de 23 años, escogió y recorrió más de 2.000 km en bicicleta por la carretera más fría del mundo, donde las temperaturas caen por debajo de los -50 °C.
Salió de Magadán (10.200 km al este de Moscú) a mediados de enero de 2020 en su bicicleta, llegando a Yakutsk (a 8.400 km de Moscú) tras 52 días de viaje en total soledad, atravesando uno de los lugares más fríos del planeta: Oimiakón.
Una tienda de campaña, un hornillo, un colchón y un saco de dormir: este es el equipo que Lorenzo cargó en su bicicleta de acero, y que le permitió afrontar largas noches al aire libre, rodeado de nieve y de un inmenso vacío.
“A veces alguien me ofrece alojamiento, pero la mayor parte del tiempo duermo en una tienda de campaña”, explica Lorenzo, localizado por teléfono en Pokrovsk, una ciudad cercana a Yakutsk, donde comenzó la segunda etapa de su largo viaje en diciembre de 2020, tras una pausa de varios meses. El objetivo: recorrer otros 2.700 km camino del pueblo de Yuryung Jaya, utilizando la carretera más septentrional del mundo.
Hubo un cambio de planes inesperado: el cierre de las fronteras debido a la pandemia hizo imposible su regreso a Italia. Otra aventura dentro de una aventura, complicada por las pocas horas de luz solar en invierno y la diferencia de temperatura casi nula entre el día y la noche, que a veces desciende hasta los -55°C.
“Cuando se pedalea con temperaturas tan bajas, hay que estar concentrado al 100%. La atención debe permanecer fija en el nivel de respiración y hay que comprobar constantemente la sensibilidad de la nariz, los dedos de las manos y los pies”, explica Loreznso.
“Al principio de mi aventura dormía seis-siete horas, me despertaba eufórico e ilusionado con el viaje y salía al amanecer, hacia las 4-5 de la mañana; por la tarde intentaba acampar antes de que volviera a oscurecer. Pero a medida que pasaban las semanas y aumentaba mi cansancio, empecé a tomármelo con calma. Cuando me despierto en mi tienda, todas mis cosas están cubiertas por la escarcha que se forma por la noche con la propia respiración”.
Para hacer frente a temperaturas tan extremas, Lorenzo lleva equipo alpino: un par de zapatos especiales que se supone que soportan hasta -73°C ("pero a -45°C/-49 °F empecé a sentir frío en el dedo pequeño del pie”, ríe), una sudadera, un jersey térmico y un par de chaquetas muy resistentes. “La clave es evitar el sudor y mantener la ropa seca: el equipaje es mínimo y solo tengo una muda”.
Durante el viaje, la soledad se interrumpe a veces con encuentros casuales con los lugareños. “En Rusia siempre he encontrado gente muy amable y hospitalaria, desde los camioneros que me ofrecen café hasta el coche que se detiene para darme una bolsa de bombones o pan”, comenta. “Me acogió un hombre que, al final, no quería que me fuera porque pensaba que hacía demasiado frío. Era mediados de enero y la temperatura era de -45°C/-49 °F. Le dije que era demasiado esperar hasta la primavera para reiniciar mi viaje”.
Para superar la barrera del idioma, utiliza los gestos y la tecnología: “Me he descargado una aplicación de traducción offline: Escribo y me traduce. No es perfecto, pero me permite entender”.
¿El momento más difícil? Cuando se dio cuenta de que la mascarilla que ya había utilizado en su anterior viaje a Laponia, con temperaturas de -30°C no podía soportar el frío siberiano. “Me provocó una congelación en la nariz”, recuerda. “Había perdido completamente la sensibilidad. Podría haberme clavado un clavo y no habría sentido nada”. El problema se solucionó por el camino gracias a su ingenio e imaginación, que siempre le ayudaron en sus viajes (visitó 43 países en tres años): “Con las modificaciones realizadas en la máscara facial, puedo utilizarla a temperaturas inferiores a -50°C sin que se empañe y se congele. Un detalle como éste me ha cambiado la vida”, afirma en su blog, mostrando la máscara modificada.
“Durante la noche la temperatura baja a -25°C/-13 °F - escribió a mediados de marzo. Ahora es una carrera contrarreloj: tengo aproximadamente un mes para llegar a Yuryung Khaya antes de que el río helado que tengo que cruzar deje de ser seguro. Las personas con las que me he reunido me han recordado la presencia de muchos lobos en el camino después de Mirny y que a finales de marzo los osos despertarán de la hibernación. Yakutia es una zona salvaje, aquí la naturaleza manda”. Durante la noche, ata una cuerda con banderas rojas alrededor de su tienda para mantener a raya a los lobos.
El 27 de marzo añadió: “Hoy he terminado el tramo de 414 km sin pueblos habitados y he llegado a Udachni. Inesperadamente, mientras pasaba por un pequeño pueblo fantasma con edificios soviéticos abandonados y ventanas rotas, he oído que un tipo me llamaba. Al principio no pude verlo, pero luego se unió a mí en la carretera y me explicó que hay una empresa de gas donde trabaja con otras personas y me invitó a dormir allí. En los últimos cinco días el silencio fue prácticamente la única compañía que tuve. He recorrido un total de 1.759 km y quedan poco más de mil para la meta, pero como ya he dicho, lo más duro acaba de empezar”.
A los que le llaman cicloturista extremo, responde: “No soy un viajero extremo; si quiero hacer algo, lo hago. O al menos lo intento”.
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