Desde que era muy joven he ido de un sitio a otro del mundo. Cuando tenía cinco años, mis padres me enviaron a vivir con mis abuelos. Pasé de un suburbio gris y lleno de mafiosos de Moscú a un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra (EE UU), para que pudiera aprender inglés y que mi infancia fuera segura (Moscú a principios de la década de 1990 era muy diferente a la segura ciudad que es hoy).
Posteriormente regresé a Moscú y terminé el bachillerato en la capital rusa. Luego me mudé a Múnich un año, antes de pasar cuatro años estudiando en la universidad en Londres. Después de terminar mi educación superior, decidí volver a Moscú y establecerme en la capital de Rusia. Este plan iba bastante bien hasta hace cuatro años, cuando enviaron a mi marido a trabajar a Melbourne (Australia).
Actualmente estoy cursando mi segunda maestría en Budapest después de haber vivido suficiente tiempo en el otro lado del mundo. En estos viajes constantes y reubicaciones he hecho muchos amigos y conocidos, y he aprendido mucho sobre cómo se percibe a los rusos en el mundo y cómo nosotros, los rusos, percibimos el mundo.
Imagínate la sorpresa cuando le digo a la gente, con un marcado acento de Boston, que en realidad soy rusa. Obviamente suelen imaginar a los rusos como a los espías de las películas de Hollywood. Una vez que la gente me hace decir algo en ruso y se cercioran de que realmente soy del país más grande del mundo, me preguntan si soy espía. No me lo tomo a pecho porque sé que para mucha gente en Occidente, Rusia sigue siendo “un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma”.
A lo largo de los años he descubierto que mucha gente no es tan hostil hacia Rusia, aunque también he conocido a bastantes personas que sí lo son, ya que no son conscientes de lo que ocurre y pueden caer en los estereotipos. Así es como veo lo que debería hacer con estas personas: tomarles de la mano y guiarlas a través de cómo es la Rusia moderna y cómo son los rusos en realidad. Imagínate la sorpresa cuando me ofrezcan un trago de vodka y yo me niegue educadamente.
Por supuesto, todo depende de en qué parte del mundo me encuentre. Cuando estaba haciendo mi maestría en la London School of Economics, el ambiente era decididamente antirruso y en ocasiones prefería decir que era estadounidense para evitar el enésimo debate (en gran medida sesgado y desinformado) sobre la democracia estatal, los derechos humanos y todo eso. También está el otro extremo, por supuesto. En primavera de 2018 hice un viaje por diferentes países de Sudamérica y los peruanos estaban especialmente encariñados con Rusia (no menos porque entraron en la Copa del Mundo por primera vez desde 1982) y creían que era una especie de paraíso en la tierra: tampoco eso es del todo exacto...
Existe la convicción generalizada de que Rusia SIEMPRE está helada. Mis amigos de Londres se sorprendieron un poco cuando me quejé de que en la capital británica hacía frío durante los húmedos y ventosos meses de invierno. Pero al menos ya nadie piensa que hay osos vagando por las calles.
Aunque de alguna manera debería considerarme una “ciudadana global”, sigo identificándome como rusa y no siempre comprendo la mentalidad de la gente extranjera. Sigo sin entender por qué en Australia cada camarero y cajero me pide saber cómo va mi día o qué voy a hacer más tarde. Por otro lado, en el Reino Unido podría haber puesto un enorme letrero en la puerta de mi casa explicando por qué hay que quitarse los zapatos antes de entrar. Cada vez que visito a mi abuela en EE UU, tengo que reajustar totalmente mi manera de pensar y reajustar una docena de veces cada palabra que voy a pronunciar por temor a ofender a alguien.
En Rusia somos mucho más directos y de piel dura. En Europa occidental tengo que tener cuidado cuando hablo con amigas sobre cosas como hacerme la manicura o ir al salón de belleza (casi una regla no escrita para las mujeres en Rusia) porque se me puede acusar de ser presa del patriarcado y de no estar emancipada. Sin embargo, los húngaros y otros europeos del Este están mucho más cerca de nosotros y me siento casi como en casa viviendo y estudiando en Budapest.
Moscú es y será siempre la ciudad perfecta para mí. Seguro que tiene sus defectos, pero mira, ¿qué ciudad no los tiene? Me encanta el ritmo de la ciudad, el hecho de que siempre esté sucediendo algo y que ni un minuto sea aburrido. En ese sentido es muy parecido a Nueva York, pero con muchos más parques en los que disfrutar de un poco de tranquilidad y mucho menos hormigón. Pero lo que más me ha gustado de Moscú es ser testigo de su asombrosa transformación: ha pasado de ser un lugar gris, sombrío e infestado de mafias a principios de la década de 1990, a ser una ciudad ostentosa y lujosa, pero todavía bastante sombría de la década de 2000, a la bella, limpia, habitable, vibrante y bulliciosa capital cosmopolita que es actualmente. No puedo esperar a volver.
En este artículo una chica rusa que vive en México nos cuenta cómo se ha adaptado a la vida en el país azteca.