Entre los numerosos anunciantes de visitas guiadas que se ofrecen en la estación de metro Admiraltéiskaia, en pleno centro de San Petersburgo, destaca un anciano, bien vestido aunque de forma bastante extraña. En lugar del chaleco amarillo brillante de un guía turístico, lleva una chaqueta vieja, pantalones anchos y enormes chanclas. Se inclina un poco y debajo de su barba gris se ve una placa con su nombre: Viacheslav Románovich Rásner.
Un gran conocedor de San Petersburgo
“Antes de convertirme en guía turístico, fui profesor de geografía”, explica Rásner. Encuentra información para sus excursiones en la biblioteca Maiakovski. “Tiene una sección sobre la historia de San Petersburgo. Las mujeres que trabajan allí ya me conocen y me dan consejos sobre qué libros leer”.
Viacheslav comienza su recorrido por el lado izquierdo de la avenida Nevski, en la esquina del edificio del Estado Mayor del Hermitage. Los turistas pasan por delante y nosotras –tres chicas bajo un mismo paraguas– escuchamos una historia sobre el nº1 de la avenida Nevski, otra sobre un bosquecillo de abedules que durante mucho tiempo creció en medio de esta famosa calle y luego nos habla sobre el Palacio de Invierno temporal que tenía la zarina Isabel I. Y sobre quién vivía en estos edificios cuando sólo tenían una planta.
Viacheslav no es ajeno a los caprichos del tiempo. Vivió en la calle durante seis años. Los problemas de vivienda del maestro comenzaron en el año 2000, cuando acogió a más de 20 animales (perros y gatos) para compartir su habitación en un apartamento comunitario. El tribunal del distrito decidió que debía entregar los animales a un refugio, pero él no podía separarse de las mascotas.
Una conocida se ofreció a ayudarlo y decidió cambiar sus dos habitaciones en el apartamento comunal por un apartamento individual, pero los agentes inmobiliarios engañaron a Viacheslav, que terminó en la calle. A veces dormía sobre el asfalto y los perros lo mantenían caliente. Más tarde, una noche de febrero recibió ayuda de Svetlana Kótina, una voluntaria de la organización benéfica Refugio Nocturno.
El sueño de un mendigo
“Paso por allí por las mañanas de camino a la piscina y empecé a darme cuenta de que era un vagabundo bastante poco habitual. Una vez le compré un café. Era febrero y hacía mucho frío. Luego volví a llevarle café y, en esa ocasión, empezó a hablar conmigo”, recuerda Svetlana. El pensionista le contó que tenía un sueño: ser guía turístico. Refugio Nocturno le ayudó con comida y alojamiento por un tiempo y luego, gracias a unos asesores legales, presentaron una solicitud de alojamiento. Más tarde encontraron a una mujer que estaba dispuesta a dar refugio a este guía sin techo.
Estuvo viviendo durante un tiempo en la cocina del estudio de la mujer jubilada. Recientemente los activistas sociales han conseguido que Viacheslav entre en una vivienda social, un apartamento de un dormitorio donde vive con dos gatos.
Viacheslav no sabe nada de ordenadores, así que la organización hace de relaciones públicas por él. En la actualidad hay un grupo en redes sociales con más de 16.000 seguidores que propone hacer “paseos con Rásner”. Al mismo tiempo, el pensionista sigue un estilo de vida espartano: se acuesta a las ocho de la tarde y se levanta muy temprano.
Durante la temporada turística hace tres excursiones al día: a las 9 de la mañana, a mediodía y a las 3 de la tarde. Una excursión cuesta 600 rublos (unos 9 dólares) por persona. “Me cansa esta popularidad”, suspira él. “Explico a todo el mundo que no soy Alain Delon”.
Doble sesión de visita guiada
Una amiga de Viacheslav, llamada Liudmila y que antes de jubilarse era guía turística en la catedral de San Isaac, está preparando una visita guiada por la parte izquierda de la avenida Nevski, para que los dos pensionistas puedan realizar una “sesión doble”. En la organización social afirman que han encontrado a una estudiante de traducción simultánea, dispuesta a hacer de intérprete a los extranjeros en las visitas guiadas que hace Rásner. Lo más habitual es que a cada caminata asistan dos o tres personas, pero hay días que se inscriben hasta diez. Una tienda de música de la ciudad ha donado un amplificador para utilizarlo en esas ocasiones.
Termina la excursión. Viacheslav camina lentamente hacia un cajero automático para meter su modesta cuota en la tarjeta. Al final las chicas le preguntan si pueden traer a sus amigos a uno de sus tours. “Sí, por supuesto”, responde el pensionista, un poco cansado.
Reportaje desde la calle: cómo sobreviven los sintecho en Moscú.