“En Rusia llevamos cientos de años al servicio del Estado”, Sorokin

Vladímir Sorokin.

Vladímir Sorokin.

John Foley/Opale/Leemage/East News
Vladímir Sorokin es uno de los novelistas más destacados del panorama literario actual.

— ¿Hasta qué punto se siente cómodo en el mundo actual? He aquí dos elementos del presente: las series y las redes sociales. ¿Le resultan interesantes?

— No he profundizado en unas ni en otras. Puedo entrar a Facebook con la cuenta de mi mujer, pero rara vez lo hago. No tengo necesidad. En cuanto a las series, he visto Roma, Juego de tronos y alguna más, pero ni me acuerdo. Pero siempre llego a un punto en el que la serie se vuelve monótona. Entiendo que el guionista y el director buscan ganar dinero. Pero sigo prefiriendo el cine clásico.

— Otro elemento del presente: el activismo político de los escritores. ¿Es esta una práctica útil para un escritor?

— El uso de la literatura como máquina perforadora la ha perjudicado en todas las épocas. Recordemos los años 60: ¿qué ha quedado de ellos? Yo tengo mi propia opinión política, pero no me gustan las multitudes. Por eso no voy a las manifestaciones. Ningún grupo de gente me suscita el deseo de unirme a él. Creo que si algunos escritores se muestran tan activos en la vida política lo hacen porque todavía les quedan cosas por escribir. O porque ya no podrán hacerlo nunca. Nabokov, Joyce o Kafka no se dedicaron a manifestarse.

— Cuando se publicó su libro El día del opríchnikusted dijo que en su interior se había despertado una conciencia ciudadana. ¿Qué ha pasado con él?

— No puedo decir que siga despierta. A decir verdad, a mis 20 años era antisoviético convencido y odiaba al poder soviético. Ya entonces sabía lo que era el mundo civilizado normal: la democracia europea. Desde entonces no he cambiado de opinión. Con mi libro, esta faceta queda más acentuada porque el género así lo requería.

Seguramente, cuando el país cae en picado es difícil seguir sintiéndose un ciudadano (se ríe). ¡La conciencia ciudadana te abandona! Parece algo ambiguo, ¿no? Puede que sea una muestra de cobardía… Navalni [político opositor] me lo recriminaría. Pero yo comprendí hace tiempo que no se puede cambiar la mentalidad del pueblo. No basta con cambiar de gobierno. Los europeos viven desde hace tiempo en un mundo en el que el Estado está a su disposición. Pero en Rusia llevamos cientos de años sirviendo al Estado. Esta es la principal distinción ontológica.

— En una ocasión usted dijo que además de ser pintor figurativo, también se le da bien cocinar, por lo que tiene recursos suficientes.

— (Se ríe) Sí, al menos no me moriré de hambre. Si hay comida, claro. Pero cada vez tengo más claro que ser escritor no es ninguna profesión. Es una especie de ocupación. En muchos sentidos es una ocupación obligada, psicosomática. Como dijo Eliot, para mí la literatura no se escribe para crear una emoción, sino más bien para deshacerte de ella. ¿Y cómo puede ser una profesión deshacerse de las emociones?

— Usted ha dicho muchas veces que la palabra le interesa ahora más que la pintura. Y de pronto pinta 15 lienzos al óleo. ¿Qué sucedió?

— Sí, es algo difícil de explicar. La idea inicial era muy sencilla: en nuestro nuevo apartamento de Berlín tenemos las paredes blancas. Quería colgar algo en ellas y decidí pintar un cuadro al óleo. Me fui a la tienda Boesner, el paraíso de los pintores: tiene de todo. Recordé cómo en los años 70 conseguía pinceles y pintura holandesa a los especuladores, era imposible comprar bueno lienzos… Debo decir que en aquella tienda me saltaron las lágrimas (se ríe). Compré pinturas, un bastidor con un lienzo y todo lo necesario, y me lancé.

La idea de volver a la pintura siempre me ha rondado la mente. He intentado saber por qué me sucedió. Quizás me faltaba algo por hacer desde mi juventud. No había terminado de explorar la pintura cuando la literatura se llevó todo por delante.

— ¿En qué momento le quedó claro que haría más que decorar su piso?

Hacia el segundo o el tercer lienzo. Después surgió este proyecto. El pintor Evgueni Shef y yo creamos el pabellón Teluria. Y mi novela ayudó, claro.

— Cuando se publicó Teluria usted dijo que era imposible describir el mundo actual con una novela lineal. ¿Quizás habría que ir un poco más allá? ¿Ya no es suficiente con la lengua del arte, ha llegado la hora de un nuevo sincretismo?

— Esto ya ha sucedido. Si tomamos el arte contemporáneo, está claro que es sincrético. Pero a mí me gustaría desafiar todo esto, emprender una arcaica defensa de la pintura en sí misma, porque muchas tecnologías artísticas la han devorado. Creo que hay que volver a la pureza del género.

Biografía

Vladímir Sorokin nació el 7 de agosto de 1955 a las afueras de Moscú.Se licenció como ingeniero mecánico, pero en 1975 entró en el círculo underground de la capital. Trabajó como ilustrador y se dedicó a la pintura conceptual.

Su primera novela publicada, Óchered (La cola), vio la luz en 1985 en París. En los años 90 se empezó a publicar en Rusia, donde casi todas sus novelas consiguen una gran acogida del público. Es autor de  obras de teatro, guiones de películas y libretos para la ópera.

En español se han publicado El día del oprichnik (2008) y El hielo (2011), ambas en Alfaguara y traducidas por Yulia Dobrovolskaia y José María Muñoz Rovira.


Artículo reducido. Publicado originalmente en ruso en Lenta.ru.

 

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