La joven escritora Alisa Ganíeva.
RIA Novosti.“Chéjov, Tolstói o Dostievski son cumbres de la literatura universal que ocultan, casi de manera inevitable, a otros grandes autores rusos”, explica James Womack de Ediciones Nevsky. Su brillo hace que “concibamos la literatura rusa como un fenómeno cerrado, que va desde finales del siglo XIX, hasta medidos del siglo XX”, replica Darío Ochoa, de Automática Editorial.
De modo que, sin tratar de cuestionar la capacidad de estos escritores geniales para indagar en lo profundo del alma humana, se crea una especie de círculo vicioso para editores y lectores. Para los primeros resulta difícil apostar por autores que no sean clásicos y los segundos se suelen inclinar por los grandes libros, y los intentos por salirse de ahí suelen ser tan infructuosos como escasos. Como prueba, piense en el último libro de un autor ruso que haya leído o le hayan recomendado. Los más probable es que el autor no esté vivo y la obra tuviera unas 500 páginas.
Pero hasta el sentido común nos advierte de que en las letras rusas hay mucho más. Los esfuerzos de las dos editoriales mencionadas son una muestra de ello. Nevsky lleva ya cinco años publicando a autores como la joven Anna Starobinets, la ciencia ficción de los hermanos Strugatski o el decimonónico Alexander Kuprín. Por su parte, desde hace cuatro, Automática ofrece a contemporáneos como DJ Stalingrad o Yuri Buida, entre otros. Es cierto que no se niegan a los libros de los grandes nombres pero otros menos conocidos tienen también su merecido espacio.
Es imposible negar que este trabajo es una honrosa excepción y que normalmente lo que conocemos los lectores en español apunta hacia lo más clásico. No es esto un juicio moral sino la muestra de que la visión que tenemos de la literatura rusa es parcial. El reciente Premio Nobel de la bielorrusa Svetlana Aleksiévich, escasamente conocida en España hasta ahora, es otra muestra de esta situación.
Esta visión parcial provoca que la literatura rusa se conciba casi exclusivamente como algo denso, con novelas largas que abruman por su tristeza y profundidad. Y sí, es cierto que el escritor en Rusia ha tenido durante siglos un aura profética, una pretensión de verdad y seriedad que todavía se palpa, pero no es del todo cierto que el humor haya sido desterrado a Siberia y la risa se ahogue en el silencio de la taiga. La traductora Yulia Obolénskaya recuerda que el propio Chéjov es un maestro del humor, que Daniil Jarms es divertido y que el humor ruso no solo es esa “risa a través de las lágrimas” con la que se caracteriza a Gógol.
En las letras actuales hay gran cantidad de autores jóvenes y muchas tendencias, desde el realismo social de Román Sechin hasta la posmodernidad de Viktor Prilepin. “Casi hay más autores que lectores”, dice la joven escritora Alisa Ganíeva, que acaba de publicar en España su novela La montaña festiva(Turner) traducida por Marta Rebón. Habla de cómo el gobierno ruso trata de construir una muralla para separar el Cáucaso del resto de Rusia.
“Abundan las antiutopías y se borran las fronteras entre la no ficción y la ciencia ficción”, señala. Como ocurre en otras latitudes, internet y las nuevas tecnologías han cambiado la forma de leer, pero “ser escritor sigue considerándose como algo prestigioso”, afirma. Vivimos tiempos revueltos y “hay autores que llevan hasta el límite del absurdo cómo vivimos en Rusia”, apunta.
Ganíeva se cuenta entre los escasos autores actuales traducidos. A pesar de los imperativos del mercado hay muchas oportunidades y los editores destacan también el alto nivel de la traducción al español, con una generación con buena formación universitaria que además conoce el país.
De todas estas cuestiones y mucho más se habló en la conferencia sobre literatura rusa organizada por RBTH y Rospechat, la agencia federal de medios de comunicación, en el Centro Conde Duque de Madrid.
Los participantes recomendaron, para deleite de los asistentes, una serie de escritores contemporáneos. Reproducimos aquí algunos de los nombres.
Alisa Ganíeva habló de Alexander Sniguerov, todavía sin traducir y que habla del amor, la muerte y otros grandes temas pero sin que resulte deprimente. También Liudmila Ulítskaia, que tiene varias novelas traducidas al español, la joven Dina Rúbina o el autor de Perm, Alexéi Ivánov.
Dario Ochoa recomienda la recién publicada novela de Vladímir Makanin,Aksán (Acantilado) y a Anna Starobinets. James Womack propone Ante el espejo (Automática) de Veniamín Kaverin y Clorofilia (Minotauro) de Andréi Rubanov, donde hierbas gigantes se hacen con el control del mundo. La académica Yulia Obolénskaya se inclina por Zajar Prilepin y Tatiana Tolstaya, sobrina nieta del clásico.
Recuerden, esto es solo una invitación para ponerse a leer y ... disfrutar.
La literatura rusa rumbo a España
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