Juicio de criminales de guerra en Núremberg. En la primera columna se encuentran (desde la izda), Hermann Goering, Rudof Hess, Joachim vo Ribbentrop, Wilhem Keitel. En la fila de atrás (empezando por la izda): Karl Doenitz, Erich Raeder, Baldur von Schiriach, Fritz Sauckel y Alfred Jodl.
UllsteinBild/Vostock-PhotoLa idea de juzgar en los tribunales a los líderes del Tercer Reich no parecía tan obvia en los años de la Segunda Guerra Mundial como lo puede parecer ahora. Al principio, solo Moscú insistía en la necesidad de organizar ese proceso. Los aliados de la URSS en la coalición contra Hitler –Gran Bretaña y EEUU– tenían un enfoque distinto.
En octubre de 1942, el Ministerio de Política Exterior soviético anunció que Moscú era partidaria de “someter a juicio de un tribunal especial internacional y castigar con toda la severidad del código penal” a los cabecillas de la Alemania nazi. Sin embargo, en noviembre de ese mismo año, el ministro de Exteriores británico Anthony Eden, en sus instrucciones al embajador en Moscú, consideró poco práctica la idea de llevar a un juicio formal a los principales criminales, como Hitler y Mussolini, “ya que sus crímenes y su responsabilidad son tan grandes que no son aptos para ser considerados por el procedimiento judicial”. Eden escribió sobre la necesidad de castigar severamente a los cabecillas nazis sobre la base de una decisión política de las Naciones Unidas. Hasta principios de 1945, EE UU apoyaron la postura de Gran Bretaña. Londres y Washington propusieron consensuar una lista de entre 50 y 100 cabecillas nazis que debían ser fusilados sin juicio.
No obstante, la actitud de los aliados hacia la idea del tribunal militar internacional fue cambiando gradualmente. La decisión final sobre este tribunal fue adoptada en la Conferencia de Potsdam durante el verano de 1945.
En opinión de la historiadora Natalia Lebédeva, Londres y Washington estaban en contra del tribunal porque temían la posibilidad de que “los acusados se justificasen señalando la cuestionable política seguida por las potencias occidentales antes de la guerra, la complicidad de estas en el rearme, las maniobras de Múnich, etc.”. También podían temer que no hubiera suficiente base jurídica para juzgar a los dirigentes nazis y que el propio proceso pareciese una farsa judicial.
Mientras tanto, la URSS insistía en el formato del tribunal, ya que esto aumentaba su prestigio internacional y también aparecía la oportunidad de actuar en el marco del nuevo derecho internacional, según explicó a RBTH el historiador Borís Sokolov.
El proceso duró casi un año
Se realizaron 403 vistas judiciales públicas
Prestaron declaración 101 testigos de la defensa
Se estudiaron más de 300.000 declaraciones escritas y alrededor de 3.000 documentos
El proceso fue ampliamente cubierto por la prensa mundial: de los 350 asientos en la sala, 250 se cedieron a periodistas
Los acusados (se presentaron acusaciones contra 24 altos representantes del Reich) pusieron en duda la solvencia jurídica del proceso. Intentaron demostrar que, en lugar de un proceso judicial en condiciones, se estaba produciendo el juicio de los vencedores. Como afirmó en Núremberg el comandante supremo de la Luftwaffe, Hermann Göring, “el vencedor siempre es el juez, y el vencido, el juzgado”.
Sin embargo, el propio proceso, como señalan los numerosos investigadores, demuestra lo contrario. Todos los acusados tenían defensores: en total se emplearon 27 abogados. El carácter justo del tribunal también se evidencia por el hecho de que no todos los procesados recibieron penas capitales. Doce cabecillas nazis fueron condenados a pena de muerte. Siete recibieron penas de prisión y tres fueron absueltos.
La Unión Soviética protestó contra las sentencias absolutorias de Hjalmar Schacht (presidente del Reichsbank y ministro de Economía), Hans Fritzsche (propagandista considerado como la mano derecha de Goebbels) y Franz von Papen (vicecanciller en el gobierno de Hitler). Moscú tampoco estuvo conforme con el hecho de que no se reconociesen como organizaciones criminales el Gabinete Imperial de Ministros de la Alemania nazi, el Estado Mayor y la Comandancia Suprema de la Wehrmacht.
Ya con la perspectiva de nuestra época, el historiador Viacheslav Níkonov, nieto del comisario de Exteriores Viacheslav Mólotov, durante la mesa de trabajo organizada por la Sociedad Histórica Rusa, consideró un error del Tribunal el hecho de que tampoco declarase criminales a organizaciones tales como el Ejército Insurrecto Ucraniano o la División SS Halychyna. Esto ocurrió a pesar de los vínculos evidentes de estos grupos con el régimen nazi y del reconocimiento de las SS como una organización criminal por parte del Tribunal de Núremberg. Además de las SS, también fueron declaradas organizaciones criminales la SD, las SA, la Gestapo y la cúpula dirigente del partido nazi.
Ante el tribunal no comparecieron Adolf Hitler, Heinrich Himmler y Josef Goebbels, quienes se habían suicidado. Tampoco estuvo presente el jefe del partido, Martin Bormann, quien, según se cree, también se suicidó.
También escapó al juicio el “ángel de la muerte de Auschwitz”, el doctor Josef Mengele, quien realizó experimentos con los presos de los campos de concentración. Sin recibir ningún castigo, falleció de muerte natural en Brasil a finales de los años 70.
El responsable del asesinato en masa de judíos Adolf Eichmann también evitó Núremberg, pero fue secuestrado por los servicios de inteligencia israelíes en Argentina y ejecutado en Israel.
El saboteador de las SS Otto Skorzeny, quien rescató a Benito Mussolini y preparó un atentado contra el líder yugoslavo Josip Broz Tito, fue detenido en 1945, pero más tarde fue puesto en libertad y vivió en la España franquista.
El Tribunal fijó jurídicamente la derrota del fascismo. Después de Núremberg, en Alemania y otros países se realizaron procesos judiciales en los que fueron sentenciados unos 70.000 nazis y sus colaboradores.
Como resultado del proceso, las personas que habían iniciado la guerra y cometido crímenes contra la humanidad recibieron castigos en conformidad con las normas internacionales, en un momento en el que juzgarlos según las leyes nacionales habría sido prácticamente imposible. El propio concepto de “crímenes contra la humanidad” fue establecido por primera vez en el estatuto del Tribunal Militar Internacional, que fue aprobado por la ONU. El Tribunal de Núremberg sentó las bases del derecho penal internacional.
Pena de muerte por ahorcamiento: Hermann Göring, Joachim Ribbentrop, Wilhelm Keitel, Ernst Kaltenbrunner, Alfred Rosenberg, Hans Frank, Wilhelm Frick, Julius Streicher, Fritz Sauckel, Arthur Seyss-Inquart, Martin Bormann (en ausencia), Alfred Jodl (fue absuelto póstumamente durante la revisión de su caso por el tribunal de Múnich en 1953).
Cadena perpetua: Rudolf Hess, Walter Funk y Erich Raeder.
20 años de prisión: Baldur Schirach y Albert Speer.
15 años de prisión: Konstantin Neurath.
10 años de prisión: Karl Dönitz.
Absueltos: Hans Fritzsche, Franz von Papen y Hjalmar Schacht
Gustav Krupp fue liberado de responsabilidad penal debido a su estado de salud
Todos los derechos reservados por Rossíiskaia Gazeta.
Suscríbete
a nuestro boletín
Reciba en su buzón el boletín informativo con los mejores artículos sobre Rusia: