Fuente: Vadim Zhernov / Ria Novosti
8 de septiembre. Elena Mújina, estudiante del último curso de instituto (17 años):
Hoy han anunciado por primera vez: “Bombardeo de aviones alemanes sobre Leningrado”. Parece ser que nos ha atacado un grupo de aviones enemigos y en el primer bombardeo han lanzado bombas incendiarias en varias zonas. Ha habido algunos incendios en edificios de viviendas y almacenes que se han venido abajo rápidamente. (Bueno, “rápidamente”, han estado cinco horas ardiendo)…
Las tropas nazis sitiaron la ciudad de Leningrado a principios del otoño de 1941 y no se levantó completamente hasta el 27 de enero de 1944. Durante 900 días la población civil resistió heroicamente, en uno de los episodios más duros de la Segunda Guerra Mundial. Murieron al menos 641.000 personas (algunas estimaciones cifran los muertos más cerca de los 800.000). Muchos de ellos fueron enterrados en fosas comunes en diferentes cementerios, la mayor parte de ellos en el Cementerio de Piskariovskoye, que albergó a unas 500.000 personas y se ha convertido en un recuerdo eterno de las hazañas heroicas de la ciudad.
Han dañado muchos edificios. Los dispositivos militares no han sufrido ningún daño. Ahora son las 9 de la mañana. Acaba de terminar una pequeña alarma. Y es raro, hacía ya tiempo que había sonado el toque de final de alarma y yo seguía oyendo claramente el ruido de los aviones y algunos disparos de las baterías antiaéreas.
3 de octubre de 1941. Elena Skriábina, profesora de Literatura rusa (35 años):
Ración de pan: 125 gramos para empleados y dependientes, 250 gramos para los obreros. Nuestra ración (125 gramos) es una pequeña rebanada como para un bocadillo. Ahora hemos empezado a repartir nuestro pan con todos los vecinos, todos quieren compartir su ración. Por ejemplo, mi madre intenta partir su mendrugo en tres partes. Yo me como mi ración entera por la mañana con el café: por lo menos, para tener algo de fuerza al comienzo del día e ir a hacer cola o conseguir algo intentando cambiar alguna cosa. En la segunda mitad del día ya me quedo completamente sin fuerzas, sólo puedo quedarme tumbada en la cama.
12 de noviembre de 1941. Skriábina:
He ido a ver a una amiga que me ha invitado a uno de sus nuevos descubrimientos culinarios: caldo de cinturones de piel. He aquí la receta: se hierven los cinturones de piel de cerdo y se prepara algo parecido a una gelatina. ¡El resultado es imposible de describir! Es de un color amarillento, huele de forma realmente asquerosa. A pesar del hambre que tenía, no pude tragar ni una cucharada, se me atragantaba. Mis amigos se sorprendieron de la repulsión que me provocaba, ya que ellos se alimentan de eso todo el tiempo.
23 de diciembre de 1941. Klavdia Naumovna, médica de un hospital de Leningrado:
Han comenzado a llegar muchos enfermos y personas desnutridas y tenemos mucho trabajo. ¡Si supieras las terribles escenas que nos vemos obligados a presenciar aquí! No son personas, son esqueletos, con la piel seca, de un color horrible. Han perdido un poco el conocimiento, algunos vienen como atontados. Y no tienen fuerza para nada. Hoy he visitado a uno que ha llegado por sus propios medios y a las dos horas ha muerto. Y en la ciudad mucha gente muere de hambre. Hoy una compañera ha enterrado a su padre, también muerto de desnutrición. Me ha contado que el cementerio y sus alrededores son un lugar horrible: ves a gente yendo y viniendo cargando cadáveres.
25 de diciembre de 1941. Mújina:
¡Qué felicidad, qué felicidad! Quiero gritar con todas mis fuerzas. ¡Dios mío, qué felicidad! ¡Nos han aumentado la ración de pan! Y vaya, qué diferencia: de 125 gramos a 200 gramos. Los empleados y dependientes 200 gramos y los obreros 350 gramos. Esto es la salvación, ya que estos últimos días todos nos habíamos debilitado bastante, apenas se nos movían las piernas. Y ahora, ahora mamá y Aka sobrevivirán. Y esto es sólo el principio. Ahora todo empezará a ir mejor.
6 de enero de 1942. Liubov Shaporina, artista fundadora del primer Teatro de Marionetas soviético:
Esta mañana he ido al trabajo, las piernas me temblaban. En el hospital había mucho trabajo. Cuatro inyecciones a pacientes moribundos que habían sido operados, he caminado arriba y abajo, tras lo cual me he ido a casa como he podido. Al llegar, me he metido en la cama. Se me está acabando la voluntad y la vida. Me duele el corazón. ¿Acaso no aguantaré? <…> Por las calles va y viene gente con cubos de agua. Buscan agua. En la mayoría de los edificios no va el agua corriente, las tuberías están congeladas. No hay leña. Por suerte, nosotros tenemos agua bastante a menudo y ahora tenemos hasta electricidad. No llegan cartas de nadie. Nieva. Vamos a morir todos, y nos cubrirá la nieve.
Miércoles, 7 de enero de 1942. Skriábina:
Hace más o menos una hora ha venido un amigo de mi marido, Piotr Yákovlevich Ivánov. Un joven enérgico, que siempre estaba alegre, ahora está irreconocible: flaco, pálido y algo raro. El hambre convierte a las personas en cosas anormales. Al parecer ha venido para saber si había por aquí todavía un gato gris que pertenecía a una artista que vivía en nuestro edificio. Todavía tenía esperanzas de que no se lo hubieran comido, porque sabía que aquella artista lo quería mucho. Tuve que decepcionarlo: en nuestro edificio no quedaba ningún ser vivo aparte de personas que apenas podían mover sus piernas.
16 de diciembre de 1942. Skriábina:
El ambulatorio está lleno de obreros y empleados que se han quedado sin fuerzas para seguir trabajando, pero como tienen miedo de que les acusen de saltarse el trabajo, vienen aquí con un volante. Tras llegar al ambulatorio, muchos de ellos mueren en la cola esperando al médico. En este centro el suelo está literalmente cubierto de muertos y moribundos. Ya no da tiempo ni de recogerlos.
17 de enero de 1942. Shaporina:
Ayer iba caminando junto al Jardín de Verano. Los árboles estaban cubiertos de una nieve hermosa. Me encuentro a un hombre de unos 40 años, flaco hasta no poder más, tenía aspecto de clase intelectual. Iba bien vestido, llevaba un abrigo con cuello. Tenía su nariz aguileña, como muchos ahora, de un color como morado. Los ojos bien abiertos, derramando lágrimas. Iba caminando con dificultad, con las manos pegadas al pecho y repitiendo con una voz sorda y temblorosa: “¡Me estoy congelando, me estoy congelando!”.
18 de junio de 1942. Shaporina:
En estos tiempos se encuentran libros muy interesantes en la tienda de segunda mano de la calle Simeonovska, y yo, en lugar de ahorrar para el ataúd, me compro libros. Es divertido. Una bomba y no quedará nada. Y nadie más pensará en ello.
15 de julio de 1942. Klavdia Naumovna:
Seguimos igual. Durante el día tiroteos aislados… Y la vida sigue fluyendo, yo diría que avanza más rápidamente que en invierno. La gente ha comenzado a ir mejor vestida, a arreglarse. Los tranvías funcionan, las tiendas van abriendo. Hay colas en las perfumerías, a Leningrado han traído perfumes.
Tania Sávicheva: diario infantil del sitio de Leningrado
Lebensborn: el programa nazi que secuestró a miles de niños eslavos
Aunque un pequeño frasco vale 120 rublos, la gente los compra, a mí me han regalado uno. Me puse muy contenta. ¡Me encanta el perfume! Me pongo un poco y me parece que he comido mucho y acabo de volver del teatro, de un concierto o de un café.
6 de agosto de 1942. Vladímir Bogdánov, torneador (21 años):
Estoy harto de todo, y ya es verano. ¿Qué pasará, vendrá de nuevo el invierno y no habrá cambiado nada? No sé cómo vamos a salir de esta situación. Aunque, por otro lado, si llega el momento de la evacuación estoy seguro de que papá y yo no vamos a ir a ninguna parte y nos quedaremos aquí hasta el final. No puedo abandonar la ciudad donde nací y donde he vivido 20 años, una ciudad que me es querida y que, aunque se ha convertido en un lugar tan duro e inhóspito durante los días de la guerra, no puedo abandonar.
Autor de la recopilación Iliá Krol, basándose en materiales del 'Libro del bloqueo' de Daniil Granin y Alesi Adámovich (1977-1984)
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