La excomunión, o anatema, solo se aplicaba hasta entonces a los viejos creyentes, como el protopapa Avvakum Petrov, o a los criminales importantes, como Grigori Otrépiev (Falso Dmitri), y rebeldes, como Stepán Razin y Yemelián Pugachov. Desde 1869 hasta la Revolución de 1917, nadie fue excomulgado. Se consideraba un castigo demasiado severo.
Pero la espada de Damocles pendía sobre un escritor ultrapopular que, como diríamos ahora, ofendía los sentimientos de los creyentes:
- negaba el origen divino de Cristo,
- instó a la gente a rezar sin la mediación de los sacerdotes,
- dejó de respetar los rituales de la Iglesia,
- a su alrededor se formó toda una secta de seguidores tolstoianos.
Las obras religiosas de Tolstói fueron prohibidas para su impresión, pero esta medida tuvo el efecto contrario: la gente empezó a interesarse aun más por las ideas del escritor.
Sin embargo, Tolstói no fue anatematizado oficialmente. El mensaje del Sínodo fue redactado en términos cuidadosos, no se respetaron todos los cánones, y Tolstói fue calificado no de excomulgado, sino de alejado de la Iglesia. Es decir, quedó como una especie de hijo pródigo.
Al final del decreto se decía que la Iglesia rezaría para que Dios provocara en Tolstói el arrepentimiento y lo devolviera a la santa Iglesia.
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