‘El misterio del tercer planeta’, la respuesta soviética al anime en los años 80

Cultura
NIKOLÁI KORNATSKI

‘El misterio del tercer planeta’ (1981) es uno de los dibujos animados más queridos por los espectadores rusos. Se trata de una odisea espacial de 50 minutos de una estudiante del futuro, Alicia Selezneva, que emprende un viaje junto a su padre zoólogo y su tripulación para recoger animales alienígenas para el zoo de la Tierra. Por el camino tiene que luchar contra piratas, salvar el planeta robot y resolver el misterio de la desaparición de un pionero interestelar.

La película se basa en el libro más popular del escritor de ciencia ficción Kir Bulichov. Pero he aquí la paradoja: la propia película podría no haber existido de no ser por la animación japonesa.

La revolución del cortometraje

En las décadas de 1940 y 1950, el principal estudio de animación soviético, Soyuzmultfilm de Moscú, producía regularmente largometrajes, muchos de los cuales llegaron a la distribución japonesa. Por ejemplo, ‘El caballo jorobado’ (1947), de Iván Ivanov-Vano, impresionó tanto al joven médico Osamu Tezuka que decidió abandonar su carrera de medicina para dedicarse a la animación. Exactamente del mismo modo, ‘La reina de las nieves’ (1957), de Lev Atamánov, convenció años más tarde a Hayao Miyazaki de las posibilidades mágicas de la animación. Fue el dibujo animado ‘Doce meses’ (1956) del mismo Ivanov-Vano el que popularizó en Japón el cuento homónimo de Samuil Marshak -más tarde se rodaron sus remakes japoneses, de ficción y animación, y se estrenaron adaptaciones teatrales-.

Sin embargo, a principios de la década de 1960, Soyuzmultfilm prácticamente abandonó los largometrajes. El motivo fue un complejo de razones organizativas y de producción. El estudio, creado en 1936 según los principios de la "cinta transportadora" de Disney (la producción se divide en una serie de operaciones, que se realizan secuencialmente en los talleres) llegó a un techo de posibilidades. Soyuzmultfilm no podía operar más de dos metros, y los que eran más largos provocaba retrasos - y el más mínimo retraso en cualquier etapa estancado el trabajo de toda la fábrica. Los directores podían esperar años a que llegara su turno para rodar la película. Como resultado, en las realidades de una economía planificada -con su tolerancia cero ante el incumplimiento de los plazos y las violaciones de los presupuestos- resultaba más rentable producir más cortometrajes que un largometraje del mismo metraje.

En muchos sentidos, la transición al formato corto predeterminó la "edad de oro" de la animación soviética. El formato pequeño amplió las oportunidades de búsqueda. Surgieron nuevos géneros, estilos y técnicas. Fue entonces cuando se hicieron ‘Winnie the Pooh’ de Fiódor Jitruk, ‘Érase una vez un perro’ de Eduard Nazárov, ‘El niño y Carlson’ de Borís Stepantsev y muchos otros dibujos animados, que aún se recuerdan y aman en Rusia. Sin embargo, sólo se podían ver por televisión: los cines eran muy reacios a proyectar cortometrajes, incluso los que se montaban en grandes programas de hora y media. Era mucho más difícil alquilarlos que los metros completos.

En consecuencia, debido a la reorientación hacia el metro corto, a principios de los años 70 la animación soviética casi desapareció de la distribución cinematográfica.

Contragolpe, el primero y el último

El nicho de alquiler de dibujos animados para niños y adolescentes estaba prácticamente vacío. Y tras el exitoso estreno del dibujo animado japonés ‘El gato con botas’ en el sexto Festival de Cine de Moscú (1969), todo el mundo tuvo claro qué hacer. En las dos décadas siguientes, en las pantallas soviéticas aparecieron una docena y media de dibujos animados japoneses, más que en ningún otro país. Muchos de ellos -el mismo ‘Gato con botas’ o ‘Barco fantasma’- se convirtieron en éxitos absolutos. Incluso los adultos los veían: en sus diarios, por ejemplo, el académico Andréi Sájarov, creador de la bomba de hidrógeno, y Andréi Tarkovski, director de ‘Stalker’, mencionan haber ido al anime.

Los directores de animación soviéticos, por supuesto, estaban bastante celosos de tal competencia, pero sólo fueron capaces de dar una respuesta en toda regla a principios de la década de 1980. Alexéi Janyutin, autor de la revista ‘Arte del Cine’, calificó explícitamente ‘El secreto del tercer planeta’ de "nuestro primer 'contraataque' en toda regla" a la posición de monopolio del anime. Sin embargo, no se produjo un segundo "contraataque".

‘El misterio del tercer planeta’ fue dirigida por Román Kachanov, creador del legendario Cheburashka (por cierto, en la década de 1960, el maestro japonés de animación de marionetas Kihachiro Kawamoto se formó con él). Kachanov no se quejaba por el inherente pesimismo y crueldad de las películas anime. Por eso hizo ‘El secreto del tercer planeta’ como  el espíritu de un cuento de hadas mágico y en aparente polémica con películas tan ‘sanguinarias’ como "Barco fantasma". La solución visual de ‘El secreto del tercer planeta’ se compara a menudo con el anime, aunque la diseñadora de producción Natalia Orlova tendío más bien hacia el estilo de ‘Yellow Submarine’, lo que se nota especialmente en la escena del mercado de pájaros del planeta Bluk.

El dibujo animado tuvo un éxito tremendo e instantáneo entre los jóvenes espectadores, pero -sorprendentemente- dentro de la comunidad de la animación la película se consideró más bien un fracaso. Especialmente notable en el contexto del anime. Como escribió Fiódor Jitruk, por ejemplo: ‘El misterio del tercer planeta’ carece de una intriga bien construida, que tanto distingue a los dibujos animados japoneses.

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