Introducción al acmeísmo
La belleza no es el capricho de un semidiós,
sino el ojo certero de un carpintero.
Ósip Mandelshtam
La escuela acmeísta (del griego acmé, “florecimiento, esplendor”) surgió alrededor del año 1910, en la llamada Edad de Plata de la literatura rusa. El acmeísmo nació como respuesta a la corriente simbolista que imperaba en el paisaje literario ruso. Para los fundadores del acmeísmo, el simbolismo estaba demasiado alejado de la realidad. A modo de respuesta, construyeron una corriente propia. Si bien no rechazaban toda la herencia simbolista, se oponían firmemente al misticismo, a la abstracción y a la retórica, proponiendo en su lugar imágenes claras y sucintas de la realidad. Entre los acmeístas más renombrados se encuentran Anna Ajmátova y Ósip Mandelshtam.
Descritos como neorrealistas y neoparnasianos, los acmeístas hacían frente al idealismo alemán custodiando la racionalidad francesa. La cuna del acmeísmo fue San Petersburgo y, más concretamente, el café literario en el que se reunían para leer poesía e interpretar piezas de teatro, llamado El perro callejero. Dicho café estaba situado en lo que hoy en día es la Plaza de las Artes, en el corazón de la capital cultural rusa, desde 1834 hasta 1918 conocida como Plaza Mijáilovskaia y, desde 1923 hasta 1952, como Plaza Lassalle. Por aquel entonces, el café era muy concurrido por los representantes de la bohemia local: acmeístas, futuristas y, en menor medida, simbolistas, se reunían bajo su techo.
Los antecedentes, no obstante, se remontan al año 1909, cuando el historiador Serguéi Makovski (hijo del célebre pintor realista Konstantín Makovski) y Nikolái Gumiliov fundaron la revista cultural multidisciplinar Apollón. Para ellos, esta nueva corriente que se estaba fraguando estaba simbolizada por el dios griego Apolo, esclarecido e inteligible, en contraposición a la insinuante y exaltada poesía simbolista, que era representada por el dios Dionisio.
Nikolái Gumiliov, considerado como el principal fundador del acmeísmo, se casó con Anna Ajmátova en 1910. Dos años después nació su hijo Lev, quien se convertiría en un importante historiador. En 1921, la Cheka lo arrestó por conspirador y fue fusilado a la edad de 35 años. La poesía de Gumiliov está en gran parte influenciada por sus viajes de juventud en el continente africano.
Más allá de la memoria
Así toda la vida; errancias, cantos,
mares, desiertos, ciudades,
reflejos fugaces
de todo lo perdido para siempre.
La llama se agita, suenan las trompetas,
corceles amarillos brincan en el aire
mientras la gente inquieta habla,
al parecer, de la felicidad.
Otra vez el éxtasis y la aflicción.
Otra vez, como antes, como siempre,
el mar agita sus crines plateadas
y los desiertos y las ciudades se levantan.
Cuándo será -al fin- que sublevado
del dueño seré yo de nuevo yo,
un aborigen sencillo, adormecido
en alguna tarde sagrada.
Nikolái Gumiliov. Traducción de Jorge Bustamante García
En 1910, Mijaíl Kuzmín, músico y poeta, publica el que es considerado primer manifiesto acmeísta, un ensayo titulado Sobre la bella claridad. En 1912, los jóvenes acmeístas se encuentran en reuniones denominadas Taller de Poetas, ya que se consideraban artesanos literarios, escultores constantes de palabras precisas que creaban imágenes sensoriales sin espacio para la sugestión. Un año más tarde, Ósip Mandelshtam escribe otro manifiesto llamado La mañana del acmeísmo, en el que determina a los poetas parnasianos como predecesores del nuevo movimiento e intercede en la importancia del mundo físico y su descripción, evitando el verso enrevesado y las excesivas metáforas del simbolismo.
La concha
Tal vez no me necesites,
noche; de la vorágine mundial
yo fui lanzado a tu orilla
como una concha sin perlas.
Indiferente, tú espumas las olas
y cantas tercamente,
pero llegará el día en que amarás
la inútil mentira de la concha.
Tú te acuestas a su lado en la arena,
te vistes con su casulla
y con ella construyes una gran campana
irrompible entre las olas.
Y a las paredes de la frágil concha,
como a la casa del corazón vacío,
las llenarás con murmullos de espuma,
con viento, bruma y lluvia.
Ósip Mandelshtam, 1911. Traducción de Jorge Bustamante García.
Según palabras del propio Mandelshtam, los acmeístas “no quieren distraerse dando un paseo a través del “bosque de los símbolos”, pues tienen un bosque más virgen y más denso: la divina fisiología, la infinita complejidad de nuestro propio y oscuro organismo”. Tras la Revolución de Octubre, el acmeísmo entró en inevitable declive. La censura y el ostracismo forman parte del desenlace del movimiento acmeísta, y sus componentes fueron acusados de traición y conspiración, enfrentándose a exilios y fusilamientos, pero dejando un legado singular en la literatura universal.
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