Los 10 mayores imbéciles de la literatura rusa

Sputnik
No te gustaría conocer a uno de estos tipos en la vida real y es que en la ficción ya son un horror.

1. Eugenio Oneguin (novela en verso del mismo nombre, obra de Alexánder Pushkin, publicada en 1833)

Eugenio Oneguin es una obra destacada en la vasta herencia literaria de Pushkin. El poeta ruso más influyente del siglo XIX escribió esta obra maestra, que retrata plenamente la vida en la Rusia de esa época. El protagonista encarna los vicios de aquel periodo.

Un noble aburrido, que jamás ha trabajado, lleva una vida ociosa llena de entretenimientos sin sentido. Se burla de su mejor amigo, finge acercamientos a su amor (solo por diversión) y luego lo mata a tiros en un duelo. Menudo imbécil.

2. Alexéi Molchalin (El mal de la razón de Alexánder Griboiédov, 1825)

El mal de la razón es una exitosa obra de 1825 que se burla de la hipocresía de la aristocracia rusa, donde todos están obsesionados con los contactos y la influencia, olvidando por completo la integridad y la honestidad.

Molchalin, cuyo nombre significa “callado”, es el secretario de un viejo noble y está dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguir un ascenso, incluso a fingir sentimientos románticos por la hija de su jefe. Su nombre es sinónimo de un profesional astuto y sin principios, dispuesto a besar el trasero de todos si eso le ayuda a salir adelante.

3. Stepán Pliushkin (Las almas muertas de Nikolái Gógol, 1842)

En Las almas muertas, el protagonista Pável Chíchikov viaja por la Rusia de provincias comprando siervos muertos a sus dueños con el objetivo de cometer fraudes financieros. Se encuentra con terratenientes muy diferentes, aunque la mayoría son desagradables. Pliushkin quizá sea el peor de ellos: un viejo codicioso que colecciona todo lo que puede, a pesar de que su propiedad se está pudriendo, literalmente, a causa de la suciedad.

4. Porfirio ‘Pequeño Judas’ Golovliov (La familia Golovliov de Mijaíl Saltikov-Schedrín, 1880)

Como quizá ya hayas notado, a los autores rusos del siglo XIX les encantaba criticar a la aristocracia y nadie lo hacía mejor que, el brutalmente honesto, Mijaíl Saltikov. En La familia Golovliov describe una familia noble disfuncional en la que los niños se engañan y luchan entre sí para obtener su parte de la herencia.

Porfirio Golovliov, apodado “Pequeño Judas”, parece ser el peor. A través del engaño y la traición consigue toda la propiedad de su familia, pero no encuentra satisfacción en ello. Muere solo y siendo un miserable, como todo el mundo en esta novela. Saltikov no es para pusilánimes.

5. Grushnitski (Un héroe de nuestro tiempo de Mijaíl Lérmontov, 1840)

El protagonista de la única novela de Lérmontov, Grigori Pechorin, se parece a Evgueni Oneguin. Es otro noble cansado de sí mismo, incapaz de sentir nada, que arruina la vida de los demás. Sin embargo, Pechorin entiende su naturaleza pecaminosa y es un hombre inteligente.

Aunque en la novela tiene su doble, un claro ejemplo de mediocridad autocomplaciente: Grushnitski. Este oficial cuenta con todos los vicios de Pechorin, pero carece de sus talentos, así que asquea aún más a los lectores. Cuando Pechorin lo mata en un duelo, casi es un alivio.

6. Marfa Kabánova (La tormenta de Alexander Ostrovski, 1860)

Las mujeres también pueden ser villanas y así lo demuestra el dramaturgo Alexander Ostrovski en La tormenta. Marfa Kabánova es una viuda que gobierna a su familia con puño de hierro. Morosa y a menudo alardeando de su ortodoxia, Kabánova hace que su nuera Katerina se suicide. Kabánova simboliza el lado medieval y oscuro de Rusia, ese que desde hace siglos ha irritado tanto a los rusos progresistas.

7. La familia Kuraguin (Guerra y paz de Lev Tolstói, 1865-1869)

En la monumental novela de Tolstói aparecen reflejados los vicios y las virtudes de su época. A los Kuraguin les toca asumir los defectos. El viejo príncipe Vasili Kuraguin es un astuto y arrogante conspirador. Hace todo lo que puede para promocionarse en la corte, incluyendo algunos planes bastante oscuros.

Los niños son aún peores. El hijo de Vasili, Anatole, seduce a la inocente Natasha Rostova a pesar de estar casado en secreto con una mujer polaca. La hermana de Anatole, Helene, es una típica cazafortunas que engaña a todos sus amantes y a su legítimo marido. Además, se rumorea que ambos tienen un incestuoso romance. Los Kuraguin encarnaban todo lo que Tolstói despreciaba.

8. Pável Smerdiakov (Los hermanos Karamázov de Fiódor Dostoievski, 1879-1880)

Podríamos haber llenado la lista con personajes de Dostoievski, que era genial retratando seres humanos terribles. Sin embargo, Pável Smerdiakov, el hijo bastardo del viejo Fiódor Karamázov, que sirvió como cocinero en su casa, quizá sea el peor de todos.

Odioso por naturaleza, Smerdiakov detesta a todo el mundo: a su padre, a Rusia, al mundo y a sí mismo. Afirma que estaría bien “azotar a los rusos”. Es un siervo que sueña con convertirse en señor y castigar a todos. Smerdiakov conspira y ejecuta el asesinato de su propio padre y se suicida.

9. Guarda (Relatos de Kolimá de Varlam Shalámov, 1966-1967)

Es una imagen colectiva, nos referimos a cualquier guardia que trabaje en los campos de trabajo soviéticos, donde Shalámov pasó 14 años durante la época estalinista. Su prosa es básicamente documental. Su obra es una colección de cuentos cortos titulada Relatos de Kolimá, donde Shalámov describe la horrible existencia de los hambrientos e impotentes prisioneros y guardias, que en ocasiones matan a los reclusos sin razón alguna, simplemente por pura insensatez. Esa gente existía realmente y había muchos de ellos.

10. Andreí Komiaga (El día del oprichnik de Vladímir Sorokin, 2006)

En esta novela la sátira y la distopía se entremezclan. Estamos en el año 2027 y Rusia se ha convertido en una monarquía ultraortodoxa donde los nuevos oprichniks(originalmente, los esbirros de Iván el Terrible) aterrorizan a la nación en nombre del zar, matando y chantajeando a todo el mundo. Eso es lo que hace Komiaga, el protagonista de la novela. Su día incluye asesinatos y violaciones, así como drogas y orgías, y siempre con el nombre de Dios en la boca.

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