Su receta no es tan sencilla como podría parecer: la sal gema se mezclaba con harina de centeno o con el orujo de la bebida kvas, luego se añadían hierbas aromáticas y hojas de col. Envuelta en tela o corteza, la mezcla se introducía en un horno hasta que la sal adquiría el color del carbón.
La sal preparada se rociaba con agua bendita y se creía que protegía contra las maldiciones y el mal de ojo.
Hoy se utiliza con otros fines: en la cocina o, más raramente, como sal de baño. También es ingrediente de mascarillas faciales y capilares. Se cree que ayuda a regular la digestión y el sistema nervioso, limpia la piel y favorece el crecimiento del cabello.
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