Esta hazaña a pie no es casual para Serguéi. Toda su vida ha girado alrededor de la marcha a pie. Se convirtió en maestro de este deporte en la época soviética y con el paso de los años cada vez fue dedicando más tiempo a su hobby. En 2013 recorrió 2500 kilómetros por Europa y en 2014 otros 3000. Y en 2015 Lukiánov emprendió su viaje alrededor del mundo.
496 días después, Serguéi entraba en Río de Janeiro. Atrás quedaban Rusia, China, Vietnam, Laos, Indonesia, Tailandia y Malasia. El océano tuvo que cruzarlo en avión: Lukiánov todavía no sabe andar sobre el agua. Río es solo un descanso y pronto el caminante continuará su viaje. Serguéi planea volver a Rusia cruzando a pie toda Europa.
“Un pensionista llega a Río… y lo han descalificado por dopaje” — bromean ya en internet. Serguéi, naturalmente, no participa en los Juegos Olímpicos, pero tiene previsto un encuentro con los atletas rusos. “He escrito a Putin lo siguiente: ahí va un verdadero hombre ruso, si en Río nos cierran la puerta, nosotros nos colamos por la ventana” — se jacta Mijaíl, amigo de Serguéi y coordinador de todos sus viajes.
Cuando viaja, Lukiánov parece un vagabundo: viaja con pocas cosas y duerme en un saco de dormir. Sus gastos son mínimos, Serguéi ha recorrido el mundo con el dinero de su pensión y del alquiler de su piso. Se alimenta de pan blanco, embutido y Coca-Cola. Esta bebida es el artículo principal de los gastos del viajero en el extranjero, y Serguéi cuenta con ella como una cuestión de vida o muerte.
Serguéi lleva pocos objetos para entretenerse: un reproductor de música con canciones de Vladímir Vysotski (un cantautor y poeta ruso) y de Laskovi Mai (un grupo de pop de la época soviética tardía), y varias novelas de aventuras descargadas en su smartphone. “Serguéi opina que aburrirse en el camino es señal de falta de autosuficiencia” — explica Mijaíl acerca de la opinión de este gran caminante.
El propio Lukiánov se parece un poco al “noble salvaje” de las novelas de aventuras clásicas: para él la naturaleza es menos peligrosa que las personas. En una ocasión durmió en invierno junto con una jauría de perros callejeros para resguardarse del fío. Además, Serguéi estuvo a punto de meterse en la guarida de un oso y en otro viaje pisó la pata de un cocodrilo en Malasia, y no perdió la pierna. Los únicos animales que Lukiánov no soporta son las hormigas y las arañas, sus principales enemigos en la selva. A pesar de la longitud de sus caminatas y del peligro de llevar exceso de peso, el viajero a veces arrastra latas de Coca-Cola vacías durante varios días hasta que encuentra un basurero, hasta tal punto se preocupa por el medio ambiente.
Al llegar a Sudamérica a Lukiánov le robaron el móvil. Durante los primeros días tenía miedo hasta de irse a dormir: cada persona que se encontraba le parecía un ladrón. “Hay que buscar un lugar para dormir antes de que anochezca y dormir donde no te vean los ladrones” — comenta Mijaíl.
Para el caminante, esta aventura alrededor del mundo es la cima de la autorrealización para la que lleva toda la vida preparándose.
Serguéi tiene por delante otros 13.700 kilómetros, pero este no será su último viaje. “Si os encontráis con Serguéi por el camino, entenderéis que esa es su forma de vivir y que un viaje de miles de kilómetros es su estado normal” — explica Mijaíl.
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