Fuente: Vladímir Kúmov
Dos ruedas: libertad total de transporte, la posibilidad de detenerse a observar los detalles, estar en sitios por los que no pasa el automóvil ni se puede llegar a pie... Pero, ¿viajar en bicicleta durante medio año? Atravesar las fronteras de diez países, estar en sitios diferentes, de un océano a otro, subir las cimas nevadas de volcanes y descender cañones, cruzar desiertos y selvas tropicales, montañas y estepas. ¿Es esto difícil, temible, imposible? Vladímir Kúmov y Stas Dmitriev se decidieron y partieron. Emprendieron un viaje en bicicleta por América Latina con el objetivo de recorrerla de arriba abajo, ¡desde México hasta Argentina!
Sobre el proyecto Let's bike it!
El proyecto Let's bike it! fue creado hace dos años y comenzó con un viaje de San Petersburgo a Lisboa. Como resultado de este viaje hicieron un largometraje documental que se ha mostrado en más de 80 ciudades de Rusia y del resto del mundo, con un total de más de 15.000 espectadores. Hoy en día, el público fijo del proyecto Let's bike it! se compone de más de 20.000 personas y está en constante crecimiento.Pero el objetivo principal del proyecto no consiste solamente en recorrer distancias o comprobar la resistencia de uno mismo, sino en atraer la atención de todo el mundo hacia los problemas ecológicos y la accesibilidad de los medios urbanos, demostrar las posibilidades y la comodidad del transporte en bicicleta, y hablar al mundo del creciente movimiento ciclista, tal y como explican en su página web.
Al carecer de un trayecto concreto, los jóvenes decidieron partir de Guadalajara (México) escoltados por dos coches patrulla, gracias al proyecto local Paseo Nocturno Ciclista, que les permitió comenzar el viaje de forma rápida y sin tener que sufrir el tráfico matinal.
Pero el camino no siempre está bien asfaltado, y las bajadas lisas cambian por subidas largas y duras cuyo recorrido consume mucha energía. Lo cierto es que a veces parece más que están haciendo trabajos forzados que un viaje agradable, explican a Rusia Hoy.
Tras recorrer 130 kilómetros el primer día, completamente agotados, se echaron a dormir en el primer hotel que encontraron en Ciudad Guzmán.
es el autor de la idea y curador del proyecto además de productor del Bicycle Film Festival en Moscú. En 2010 ha viajado en bicicleta de San Petersburgo a Lisboa. El viaje lo comenzó él junto con Stas Dmitriev. Este lo abandonó en Panamá donde se unió Mijaíl Ratskevich.
Explican que al principio del viaje no se aseguraron de disponer de la cantidad de agua necesaria y tuvieron que comprarla por el camino. Pero tras recorrer varios kilómetros comprendieron que la tienda o incluso la aldea más cercana no se encontraba en las proximidades, y comenzaron a mentalizarse para pasar tres o cuatro días de "vida salvaje".
Pero tuvieron suerte y el camino resultó cómodo y, a cada kilómetro, en el aire se sentía cada vez más cerca la brisa marina. Además, casi todo este tramo consistía en una larga bajada que los llevó a la costa del Océano Pacífico.
Diversidad y hospitalidad mexicana
La suerte acompañaba a estos viajeros. En Tecomán conocieron a un habitante local, un empresario llamado Iván (un nombre muy ruso, por cierto), el cual guió a los ciclistas a la costa, los invitó en un restaurante junto a la playa a probar platos de la cocina costera y, después, a quedarse en un pequeño hotel propiedad de sus familiares. Esta hospitalidad los ayudó a cargar las pilas, pues tenían por delante un camino duro y varias noches en terreno rural.
Cruzaron la frontera entre los estados y, al cabo de un tiempo, la calzada empeoró. Mientras que antes habían viajado casi todo el tiempo por autopistas de múltiples carriles con arcenes anchos y asfalto liso, de repente se encontraron en una vía de dos carriles con asfalto rugoso. El camino se volvió más pesado y perdieron velocidad.
También los paisajes cambiaron. Aumentaron las colinas y el camino comenzó a serpentear alrededor de ellas, subiendo y bajando otra vez hacia el océano. En ocasiones tuvieron que subir a pie, cargando con las bicicletas, pero las bajadas, por supuesto, se hacían muy agradables. Las emociones que experimentaban con las bajadas (a una velocidad de más de 50km/h) compensaban todas las penurias de las subidas.
Al parar para observar las vistas en los miradores, uno entiende de repente que todos los esfuerzos no han sido en vano... el paisaje es arrebatador, confiesa Vladímir a Rusia Hoy.
Un viaje que no conoce la rutina
Elegían el lugar donde pasarían la noche en base al tiempo que les quedaba hasta la puesta de sol. En América Latina es peligroso viajar en la oscuridad, por lo que la norma principal que uno no puede saltarse es llegar al destino señalado antes de las 17:30.
Curiosamente, los habitantes locales respondían a la pregunta de cuánto falta para llegar a uno u otro sitio en minutos. Al parecer, se referían a lo que se tarda en llegar en automóvil, por lo que al principio hubo varios malentendidos.
Un día a la sombra de los árboles, otro por vastos prados, otro a la orilla del océano o a lo largo de altos precipicios. Los cocoteros, las plantaciones bananeras, los campos de maíz, etc., hacen que el viaje no sea aburrido. A cada momento surge algo nuevo, lo cual motiva mucho para seguir adelante.
Una parte del camino estaba en obras y el aire se llenó de polvo debido a los autos que pasaban. En ocasiones, debido a los problemas para respirar, hubo que ir en paralelo a la carretera.
Para recuperarse del mal rato, hicieron una parada en una cafetería sobre una colina con magníficas vistas al océano. No había carta, pero hablando descubrieron que había un pescado a buen precio.
Otro día, al caer la tarde, tuvieron que parar a pasar la noche en un pequeño lugar llamado San Luis de la Loma (estado de Guerrero, México), el cual, tal y como se descubrió más adelante, es conocido por su actividad criminal.
La ciudad resultó desagradable desde un principio porque notaron que los locales les prestaban mucha atención y los miraban con hostilidad. Casi desde cada tienda y tasca llegaban gritos de "What's up, gringo?" y otras cosas incomprensibles en castellano que hacían reír a los demás. No es raro que los lugareños saluden con la mano o griten algo como "Hello my friend", pero en esta ciudad la atención era excesiva y no muy acogedora.
Tuvieron que alojarse en un pequeño hotel de carretera en el que no había nada excepto unas camas y una televisión.
En los días especialmente calurosos, baten récords no solo de velocidad, sino también de cantidad de líquido consumida: ¡16 litros de agua en un día!
El siguiente punto fue un popular balneario entre las estrellas de Hollywood y los millonarios entre los años 50 y los 70, que aparece en decenas de canciones, así como en varias películas clásicas. Llegados a este lugar, comprendieron que quizás algunas expectativas podían superar la realidad.
La primera impresión fue bastante fuerte. Por un lado, playas cristalinas, caros hoteles-rascacielos a la orilla del mar, boutiques y restaurantes para todos los gustos, clubes y casinos... no es casualidad que Acapulco se considere el centro de la vida nocturna y el entretenimiento de México. Pero basta con desviarse un poco de la calle central para llegar a los barrios pobres: casas decrépitas, borrachos, basura, tráfico y carreteras que parecen haberse quedado abandonadas desde la década de los 50.
Sin embargo, gracias a la hospitalidad de los habitantes, todo esto resultó irrelevante.
Se hospedaron en el apartamento de Luis Miguel, con quien habían concertado la estancia de antemano. Al llegar, los invitados de Miguel los invitaron a beber cerveza fresca y a unirse a la conversación.
Charlaron largo y tendido, principalmente de las particularidades culturales de los rusos y de los mexicanos, de política, de las relaciones entre EE UU y México y de la presión constante por parte de EE UU en la lucha contra el narcotráfico a la vez que legalizan las drogas blandas en su país, de la prohibición a México de producir gasolina, por lo que el país debe vender todo el petróleo que extraen a EE UU y luego comprarles gasolina por un precio mayor.
Hablaron de los militares que recorren las carreteras en tanques y jeeps, metralleta en mano, de modo que parece que se ha desatado una guerra, pero resulta que es solo para "la tranquilidad de la ciudadanía".
El siguiente punto del trayecto era Puerto Escondido, a 410 kilómetros de Acapulco.
Continuará...
Más información en Let's bike it!
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