A pesar de las pesimistas previsiones de la mayoría de los analistas, el acuerdo de alto el fuego en Siria se está cumpliendo en general e incluso han renacido unas tímidas tentativas para la reanudación del proceso político. Todo se apoya en una base todavía muy inestable pero las peores previsiones no se están cumpliendo.
Si analizamos todo lo que está pasando en relación con Siria desde el punto de vista del sistema internacional se pone de relieve una cosa curiosa. Es como si los intentos de construcción del mundo de los últimos 25 años se hubieran esfumado. De nuevo, aparte de Moscú y Washington, los “jefes” de la época anterior, no hay nadie que esté en condiciones de tomar una decisión importante y ponerla en práctica. Es una triste noticia para las organizaciones internacionales, que en teoría tendrían que dirigir el mundo, y sobre todo para la UE, cuyo papel en una zona tan importante para ella como es Oriente Próximo es francamente insignificante.
Esto no significa que se vuelva instaurar la estructura anterior del sistema mundial pero sí que confirma de forma evidente que no hay ningún nuevo mecanismo eficaz a nivel global. Una de las causas de que eso sea así es que no se ha decidido qué sitio debe ocupar Rusia.
Durante todo el periodo que siguió a la guerra fría el posicionamiento ruso en la arena internacional fue contradictorio. Aunque Rusia sea la sucesora de la Unión Soviética, su estatus en la jerarquía mundial no es comparable al que tenía la URSS. Incluso en el momento de empezar su declive y mientras sufría las mayores dificultades, la URSS continuaba siendo uno de los dos referentes globales, un país sin el cual era imposible decidir ninguna cuestión importante.
Después de 1991 Rusia cayó en una situación extraña: heredera de una superpotencia con casi todos sus atributos formales, pero al mismo tiempo un Estado obligado a superar una debacle y dependiente de la misericordia de aquellos que hasta hace poco eran sus enemigos. Y esto sin haber proclamado ni admitido la derrota en la confrontación.
Rusia intentó adaptarse de diferentes maneras a la nueva situación: desde la aceptación de facto de que Moscú no tenía “intereses nacionales” diferentes a los del “mundo civilizado” (la primera etapa, aproximadamente hasta el año 1994) hasta tener un tener un papel global por medio de la presencia en los principales formatos de discusiones diplomáticas (aunque sin mecanismos para presionar).
Sin embargo, desde el punto de vista occidental el lugar deseable para Rusia era el de una especie de “Europa ampliada”. Esta idea tomó forma como concepción política hacia principios de los años 2000 pero había empezado a materializarse antes. Preveía la presencia de un espacio europeo, cuyo núcleo sería la UE- de facto también la OTAN, aunque los propios europeos siempre subrayaron la diferencia de los dos uniones.
Se tenía en cuenta que una parte del antiguo bloque comunista ingresaría en estas estructuras y los otros adoptarían las normas y las reglas aunque no llegasen a ser miembros. Rusia se consideró siempre un caso especial. Sin embargo, se partía del supuesto de que el país también ocuparía su lugar que, aunque fuera importante, estaría sujeto a la subordinación general en el diseño de la futura Europa.
En otras palabras, a Rusia se le ofrecía un puesto en la arquitectura europea que, para ese momento, ya no era global. A diferencia de la Casa Común Europea, que quería construir Mijaíl Gorbachov y en la cual la URSS tenía que tener el papel de codiseñador, con los mismos derechos, la nueva concepción de la estructura europea era más regional. Es decir, Moscú renunciaría a sus ambiciones globales y en el interior de una gran Europa admitiría la subordinación a las normas elaboradas sin la participación rusa.
Por muchas causas Rusia no se acopló al rol que se le asignaba en la construcción del orden mundial que tendría que haber surgido tras 1991. Y no se puede decir que Rusia no lo quisiera. Hasta mediados de los años 2000 Moscú se las arregló en el lugar que se le ofrecía, intentando limitarse y a la vez ampliándolo un poco. Sin embargo, pronto todo el diseño de los años 90 empezó a hundirse y a deformarse bajo la influencia de las cambiantes circunstancias externas.
Los acontecimientos de los años 2014-2015 para Rusia representaron una demolición definitiva de la construcción que se había mantenido en su aspecto general durante un cuarto de siglo. La operación en Crimea fue una respuesta a un constante avance de las estructuras occidentales hacia el este, que no cesó durante todo el período que transcurrió tras la guerra fría. Es decir, la idea de la UE/OTAN como elemento central de Europa fue rechazada de la forma más contundente posible, con el uso de la fuerza militar.
La campaña en Siria fue el paso siguiente. Rusia, con el objetivo de regresar a la arena internacional, expresó su reivindicación para ser un participante clave en los procesos que no le afectan directamente pero que son importantes para el futuro equilibrio de fuerzas. La campaña rusa tuvo como consecuencia no solo el reforzamiento del régimen de Bashar al Asad, sino también el acuerdo con EE UU sobre un alto el fuego y la reanudación del proceso político. Todo eso a pesar de las muy malas relaciones en todo el resto de cuestiones y de las graves acusaciones mutuas.
El renacimiento de Moscú como actor global es una condición indispensable para el equilibrio general. Pero un mero posicionamiento es claramente insuficiente. Rusia tiene que hacer algo urgentemente con su política económica ya que en el estado actual no puede tener una posición líder en el mundo. Además, el sistema internacional necesita ampliar el número de potencias responsables y capaces de solucionar problemas y no solo de crearlos.
Fiódor Lukiánov es presidente del Consejo de política exterior y de defensa de Rusia.
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