El difícil camino hacia la reconciliación entre Rusia y Turquía

Las diferencias geopolíticas contrastan con la cooperación económica.

Las diferencias geopolíticas contrastan con la cooperación económica.

Alexander Demianchuk / TASS
Las disculpas de Erdogan por el derribo de un caza ruso han conseguido desatascar la situación. El comercio y la cooperación en materia de inversión podrían salir del punto muerto, pero las diferencias en geopolítica regional, como la de Siria, siguen intoxicando el diálogo.

La media disculpa que dio Erdogan  era todo lo que podía permitirse dada la tradición oriental de cuidar la reputación. El presidente turco delegó la tarea de curar este trauma psicológico a su equipo.

Rusia “no es solo nuestro vecino, con el que mantenemos unas relaciones íntimas y amistosas, sino también un socio estratégico”, declaraba el vice primer ministro turco Mehmet Simsek en vísperas de la reunión de Erdogan con Vladímir Putin para sellar la reconciliación, que tuvo lugar a principios de agosto.

Moscú, en un acto de pragmatismo a largo plazo, le concedió la media disculpa con un perdón completo.

Las dos justificaciones principales de Turquía y Rusia para reactivar su matrimonio por interés apelan al sentido empresarial (interdependencia económica) y a la necesidad de evitar confrontaciones en un momento en el que las fronteras nacionales y los estados fundados por el Acuerdo Sykes-Picot se están desmoronando.

Una interdependencia redescubierta

Cinco meses de estancamiento parecen haber sido suficiente para que ambas partes se dieran cuenta de la magnitud de su interdependencia.

Según Hay Eytan Cohen Yanarocak, de la Universidad de Tel Aviv, “Debido a las sanciones rusas contra Turquía en el sector turístico y en la exportación de fruta y verdura, la economía turca se encuentra en una situación muy grave. Erdogan tenía que rehabilitar la economía turca y para ello debía recuperar sus relaciones con los rusos”.

Además, Turquía, un país ávido de energías, tenía mucho que perder si la agencia nuclear estatal Rosatom, que ganó el concurso para construir una central nuclear en Akkuyu, en la provincia de Mersin, se echaba atrás.

Ankara alberga la ambición de convertirse en un centro energético regional gracias al gasoducto Turkish Stream de la empresa rusa Gazprom, diseñada para transportar gas natural a Europa por el lecho del Mar Negro.

Hasta ahora Turquía cuenta con la construcción de un solo ramal, lo cual bastaría para remplazar el tránsito actual por la ruta Ucrania-Rumanía-Bulgaria. A principios de septiembre, Ankara expidió los primeros permisos para la construcción del Turkish Stream.

La red de gasolineras existente en las principales carreteras de Turquía, propiedad de la mayor empresa petrolera privada de Rusia, Lukoil, es otro pilar de la interacción mutua.

Otras empresas turcas, como Enka, Vestel, Beko, Şişecam, Garanti Bankası o Pegas, han dejado también su huella en el mercado ruso.

Por último, los desarrolladores turcos tienen contratos de construcción con rusos por un valor total de más de 10.000 millones de dólares.

Cabe recordar los 3,5 millones de turistas rusos que en 2015 han disfrutado de los resorts marítimos “Todo incluido” de Turquía.

Occidente deja pocas opciones a Erdogan

El torpe golpe de Estado del pasado mes de julio llegó en el momento de la verdad. Estados Unidos y la UE no fueron demasiado contundentes en su condena de los sublevados ni en su celebración de la supervivencia del gobierno legítimo.

Además, la actual élite gobernante de Turquía ha atribuido la conspiración a Fethullah Gulen, el monje religioso que vive en Pensilvania desde 1999. Ankara exigió la extradición del supuesto dirigente de la revuelta, pero la administración de Estados Unidos se la negó rotundamente.

A pesar de formar parte de la OTAN y de la relación en cierto modo privilegiada entre Turquía y Estados Unidos (hasta que ambos países tomaron caminos separados debido al suministro de armas por parte de Estados Unidos a las formaciones paramilitares kurdas), el presidente Erdogan se ha dado cuenta de que no puede contar con el apoyo incondicional de Occidente.

Las perspectivas de convertirse en estado miembro de la UE también se han desvanecido. Los ciudadanos turcos, que no se han sentido bienvenidos, han desarrollado un fuerte sentimiento antieuropeo y se han convertido en otro baluarte del euroescepticismo.

Una encuesta reciente dirigida por la Fundación Europea Turca para la Educación y los Estudios Científicos (TAVAK) ha revelado un cambio en la actitud: el año pasado, un 48 % de la población dudaba que Turquía fuera a unirse algún día a la UE, y ahora este índice ha alcanzado el 64 %.

Decepcionado con sus aliados de la OTAN, Erdogan ha iniciado una reconciliación exprés doble con Israel y Rusia y ha enviado gestos amistosos a Irán, un antiguo rival. Dejado de lado por Occidente, Erdogan no ha tenido otra elección que buscar aliados en otro sitio.

La cooperación con Rusia parece una elección natural. Pero Moscú ya ha criticado a Ankara por su uso excesivo de las fuerzas armadas al norte de Siria. No obstante, según señala Gumer Isáyev, director del Centro de Estudios Contemporáneos de Oriente Medio de San Petersburgo, Moscú escoge sus palabras con cautela, lo cual revela “un cierto grado de coordinación en el campo de batalla sirio”.

Por ahora se desconoce si existe algún pacto secreto. Pero la prolongada incursión militar de Turquía en Siria supone una potencial amenaza para la reconciliación.

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