Apoyada por dos destacados actores, Rusia y los EE UU, y luego refrendada por el régimen de Damasco y algunas facciones de la oposición, que durante los últimos más de cuatro años han tratado de derrocar a Bashar al Asad, el acuerdo para una tregua ha provocado tres reacciones diferentes.
Los diplomáticos muestran un cauto escepticismo. Los expertos en el mundo árabe son abiertamente escépticos y los adversarios que se miran a través del punto de mira en el campo de batalla lo acogen con cinismo.
Por otro lado, las victorias militares del régimen de Damasco han reducido el margen de maniobra de la oposición. Les ha dejado sin "profundidad estratégica” necesaria como para conseguir un retiro digno. Aunque la neutralización de la oposición que podría ser susceptible de llevar a cabo un proceso de negociación tampoco es una buena opción porque podría forzarlos a luchar hasta el final, "hasta que la sangre aparezca en los hocicos de los caballos".
Al mismo tiempo, la operación por la toma de Alepo apenas ha influido en una amalgama de formaciones paramilitares que pertenecen a grupos islamistas moderados o radicales, y que durante años han sitiado esta estratégica ciudad del norte de lo que antes era un país unificado. Para el régimen de Asad cualquier retraso en la, más o menos suave, recuperación de los territorios que había perdido puede ser contraproducente y si se ralentiza el ritmo de la ofensiva podría dar aire a sus enemigos que lo utilizarían para reagruparse, rearmarse y volver a atacar.
Es más, cualquier tregua no es más que el primer paso en una secuencia de eventos, el prólogo de un largo proceso. Es como una ruleta porque los términos de un posible acuerdo final deberán ser "revisados" con el propósito de supervisar cualquier proceso y especificar las maneras de poder hacer frente a los nuevos retos que emergan.
La viabilidad de la tregua para convertirse en el pistoletazo de salida de un proceso de transición en Siria la subrayó Grigori Kosach, experto arabista de la Universidad Estatal Rusa de Humanidades, que declaró a RBTH: "Miré casi toda la prensa de Arabia Saudí al día siguiente del anuncio de la tregua y antes del tradicional encuentro del gobierno presidido por el rey Salmán bin Abdulaziz Al Saud. No había ninguna mención al acuerdo. Mientras Arabia Saudí y las monarquías del Golfo no firmen el acuerdo, hay serias dudas de que pueda implemetarse".
En un discurso en el Día de los Defensores de la Patria, la celebración anual de las Fuerzas Armadas, el presidente ruso Vladímir Putin, se comprometió a tratar de convencer a los aliados de Rusia en la región a respetar el alto el fuego. Putin expresó su esperanza de que los EE UU también tratarán de hacer lo mismo.
Puede ser una táctica razonable, pero las credenciales de los EE UU como garante de la seguridad a largo plazo en Oriente Próximo están socavadas, y no es seguro que las monarquías sunitas vayan a escuchar a los EE UU, tal y como habían hecho anteriormente.
Y este no es el único problema que hay por delante. El presidente Asad sigue acorralado y preso de una ira suicida, por lo que Moscú se puede encontrar en una difícil situación. Kosach señala que el presidente sirio es un socio duro y a veces podemos pensar en él como en un “dócil perro que mueve su cola".
Si se establece un paralelismo con Sadam Husein, el hombre fuerte de Damasco puede tratar de llevar a cabo su propia agenda, a pesar de estar sinceramente agradecido a Moscú por su apoyo.
Por el momento, parece que los factores negativos tienen más peso que los positivos. Sería mucho mejor desechar estos presagios como si fueran malos augurios dejados en las tazas de café de Ankara y Riad.
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