Dirigida por Anatoli Gurécivh fue clave en la lucha.
DPA/Vostock-PhotoAnatoli Gurévich, que más tarde se convertiría en el agente Kent, nació en la familia de un farmacéutico en la que se hablaba yiddish, hebreo, ucraniano y ruso.
En febrero de 1939, a la edad de 26 años, Gurévich juró su cargo y se convirtió, bajo el pseudónimo Kent, en agente clandestino del Departamento Central de Inteligencia del Ejército Rojo. Justo después de terminar su entrenamiento, viajó con el pasaporte de un artista mexicano que había pasado un tiempo en la Unión Soviética a Bruselas, donde se registró como el empresario uruguayo Vicente Sierra. Sin embargo, “Sierra” apenas sabía nada de su país natal.
Anatoli Gurevich / a-gurevich.narod.ru
A los tres años de vivir en Bélgica, el agente Kent se casó con la rica heredera de la gran empresa de importación y exportación Simexco. Sin embargo, durante los primeros días de la ocupación del país por las tropas alemanas, los padres de su esposa, que eran unos inmigrantes checos de origen judío, tuvieron que abandonar Bélgica de forma apresurada.
Gurévich se vio obligado a asumir la dirección de una empresa con filiales en París, Marsella y otras grandes ciudades de Europa. El dinero que acumuló le ayudaría en el futuro a mantener la red de espionaje soviética.
“Los batallones alpinos de la Wehrmacht se están preparando en las montañas para la guerra contra Rusia. Los altos cargos de la embajada alemana no esconden que el ataque contra la URSS está planeado para mayo-julio de 1941”, informó en esta época Gurévich a Moscú.
Sin embargo, esta información, como muchos otros de los datos que logró averiguar Kent sobre la preparación de la guerra contra la URSS, fue ignorada en Moscú: se había mandado no irritar con ello a Iósif Stalin.
En octubre de 1941 Kent recibió la misión de viajar a Berlín y restablecer el contacto perdido del Centro con los antifascistas alemanes, la organización Orquesta Roja. En la capital de Alemania, Gurévich se reunió con el oficial alemán Harro Schulze-Boysen, sobrino del almirante von Tirpitz.
La información obtenida del teniente de la Luftwaffe resultó ser de valor inestimable ya que revelaba las pérdidas reales de la Wehrmacht en Moscú. Además, contenía los planes de la comandancia nazi para la primavera de 1942.
El principal ataque de las tropas nazis, según informó Gurévich a Moscú, iría dirigido contra Stalingrado y contra el Cáucaso para hacerse con el petróleo de la región. Gracias a Kent, el Ejército Rojo recibió esta ofensiva completamente armado, logró liquidar la agrupación de ejércitos alemanes e impedirles el acceso a Bakú y al delta del Volga.
La organización cayó a finales de 1942, cuando el grupo de Bruselas fue capturado. Sin embargo, Kent y su esposa lograron huir de pura casualidad, primero a París y después a Marsella. Pero no lograron cambiar de pasaporte y el 10 de noviembre de 1942 la policía francesa los entregó a la Gestapo.
A diferencia del resto de miembros del grupo de espías, a Kent no lo mataron ni lo torturaron, incluso le permitieron pasar algunas noches en la misma celda que a su esposa, pero le dieron a entender claramente que su vida y la de sus seres queridos, incluida la de su esposa, dependían de que accediera a colaborar. Pasado un tiempo, informaron a Gurévich que Moscú recibía telegramas en su nombre con todo tipo de contenidos.
“Pase lo que pase, usted es un traidor para Moscú”, le dijo un general de la Gestapo a Anatoli.
Pasados muchos años, en la Unión Soviética se supo que Gurévich no había entregado a ninguno de sus aliados ni había revelado a la Gestapo un solo hecho que los nazis no supieran, ni siquiera su verdadero apellido.
De hecho, durante el tiempo que pasó recluido (desde noviembre de 1942 hasta junio de 1945) Anatoli Gurévich logró reclutar a varios guardias y protectores y los convenció de que el gobierno soviético sabría recompensar su trabajo en favor del Ejército Rojo”.
Al llegar a Moscú en junio de 1945 fue a parar directamente al edificio de la Lubianka del KGB, donde al poco tiempo le informaron de que su esposa y su hijo, que había nacido en la cárcel alemana, habían fallecido “durante un bombardeo”. En 1947 lo enviaron a cumplir 20 años en un campo de trabajos forzados “por traición a la Patria”. En 1955, junto a otros de los espías que habían vuelto a la URSS, fue amnistiado.
En 1958 comenzó a buscar justicia: escribió cartas a distintas instancias con la solicitud de que lo rehabilitaran. Sin embargo, acabó en la cárcel, donde pasó otros dos años.
El autor de estas líneas se encontró con Anatoli Gurévich, a sus 90 años, en 2003 en San Petersburgo.
“No sé por qué pasó todo eso. Puede que fuera por orgullo de la sede central, que durante la guerra cometió un sinfín de errores, para algunos generales el orgullo de un solo hombre pasa por delante de todo. Puede que fuera porque, por desgracia para ellos, yo seguía vivo y era testigo de esos errores, un recordatorio vivo” — me comentó Kent aquel día.
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