1. Sus creadores se despreciaban unos a otros
Antes de la creación de la Corona Imperial, los zares rusos usaban una corona de un solo uso para las coronaciones. Las cosas cambiaron cuando Catalina la Grande ascendió al trono en 1762. Para su ceremonia de ascenso al trono, encargó una corona al joyero suizo, George Eckart, y al tallador de diamantes suizo, Jeremiah Pozier. Además de tener que lucir sensacional, sólo se marcó una directriz más. Para que la ceremonia de coronación de cuatro horas fuese más llevadera, la corona no debía pesar más de 2 kg.
Los dos hombres no se aguantaban el uno al otro. Durante los dos meses y medio que duró el trabajo sobre el símbolo de la nueva Rusia, la mayoría de las veces estuvieron a la gresca. Eckart incluso escribió a Catalina quejándose de que el boceto inicial de Pozier se parecía a una iglesia ortodoxa. “La rompió, llevado por la rabia” y la hizo suya. Pero Pozier finalmente consiguió vengarse, con la ayuda del secretario de Catalina, que lo ayudó. Se probó personalmente la corona delante de la emperatriz y recibió un bono por encima de sus honorarios, mientras que a Eckart ni siquiera se le pagó la suma acordada.
2. Fue usada por una emperatriz rusa y siete emperadores
La corona de Catalina se convirtió en un elemento permanente en las cabezas reales del país eslavo. Su hijo y heredero Pablo I, a pesar de odiar a su madre, decretó que no debía ser desmontada (como se hicieron con las coronas anteriores), sino que simplemente se le debía dotar de un borde para acomodarla al tamaño del cráneo del actual gobernante (una tarea confiada sólo al joyero más experimentado de la corte). La corona se usaba sólo en ocasiones especiales: días de fiesta, recepciones y tiempos de luto.
La propiedad del artefacto, de un valor casi incalculable, fue pasando hasta a ocho miembros de la familia Romanov: Catalina II (la Grande), Pedro III (fue coronado póstumamente), Pablo I, Alejandro I, Nicolás I, Alejandro II, Alejandro III y Nicolás II. Aunque la dinastía sobrevivió hasta 1917, la última vez que la corona apareció en público fue en 1906 en la ceremonia de apertura de la primera Duma Estatal.
3. El ‘verdugo’ de los Romanov intentó venderla a Occidente
Después de que el zar y su familia fuesen ejecutados, muchas de sus joyas cayeron en manos de los bolcheviques. Tantas que se creó un Depósito Estatal de Metales Preciosos con la misión de custodiar los tesoros recolectados, así como de “despersonalizarlos” y venderlos (por poco comunista que esto suene). Esto a menudo implicaba extraer las piedras de donde estaban engarzadas y luego llevarlas al extranjero, donde eran intercambiadas a cambio de préstamos y/o lealtades. El jefe del Departamento de Oro del Depósito Estatal de Metales Preciosos era Yákov Yurovski, el hombre que había supervisado la ejecución e incineración de los cuerpos de los Romanov.
Bajo su atenta vigilancia se intentó, entre otras cosas, vender la corona. Pero este hecho se filtró a la prensa internacional, convirtiéndose en una noticia importante. Se dijo que aquellos diamantes reales estaban manchados de sangre. Alrededor de 1934, por orden personal de Stalin, se paralizó la venta de las joyas imperiales, pero sólo porque estaba perjudicando la reputación del partido, no porque los comunistas tuvieran en gran estima por la corona parcialmente intacta.
4. No se le pudo poner precio
En 1920, el valor de la corona se estimó en 52 millones de dólares (no era una suma pequeña en aquellos días): está decorada con más de 5.000 gemas con un total de 2.858 quilates; la piedra más grande, una espinela roja, tiene casi 400 quilates.
Las piedras vendidas por los bolcheviques fueron finalmente reemplazadas en 1985, y en 1998, por decreto presidencial, la corona fue trasladada al Fondo de Diamantes del Kremlin. Posteriormente fue declarada de valor incalculable, en un sentido no metafórico.
5. Tiene una gemela
Se cree que la corona nunca abandonó Rusia. Desde 1991, incluso su salida del territorio del propio Kremlin está prohibida. La única excepción a esta regla es si se encarga por decreto personal del presidente ruso y sólo como último recurso (por ejemplo, si Moscú es invadida).
En 2012, 60 cortadores de diamantes de la fábrica Kristall en Smolensk hicieron una réplica exacta de la Gran Corona Imperial. A diferencia de la original, tiene precio: la doble está asegurada por 100 millones de dólares. En 2015, se subastó por 1.000 millones de rublos (15 millones de dólares al tipo de cambio de entonces), pero no encontró ningún comprador interesado.
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