Nuestro taxi fue volando desde Norilsk hasta el aeropuerto Alykel, atravesando la durmiente tundra de diciembre. Nuestros ojos apenas percibían el paisaje y es que el Ártico se había hundido en la larga noche polar. Solo veíamos una ventisca blanca que cubría la carretera y brillaba con la luz de los coches.
Fuente: Antón Petrov
Nuestro vuelo a Dixon se retrasó un día debido a las “adversas condiciones meteorológicas”. “Llevamos dos semanas esperando el avión. Unos viven en casa de sus familiares, otros están en hoteles. Pero pronto la tormenta va a amainar. Hay que esperar un poco más”, nos dijo con una voz tranquila una mujer que trabajaba en la recepción.
Allí vimos por primera vez a los habitantes de Dixon. La diferencia principal con los que viven en en el “continente” es que esta gente tiene una serenidad nórdica y mucha paciencia. Saben cómo esperar el sol, el desove de los peces, la llegada de productos, el avión...
Dixon es una pequeña aldea situada en el norte de la región de Krasnoyarsk, en la costa del mar de Kara. Es más pequeño que su vecino Norilsk. La población apenas supera los 600 habitantes.
Fuente: Antón Petrov
Es un sitio verdaderamente extremo. En invierno la temperatura suele ser de -30°C, la mayoría de las casas son austeras y se levantan del suelo con unas estacas, el transporte es en todoterreno porque apenas hay carreteras, el paisaje es el amenazante mar glacial y la impenetrable tundra donde no hay nadie y solo se franquea una vez a la semana, en avión. Sin embargo, durante la época soviética la aldea era “la capital del Ártico”.
Mijaíl y Zinaida Degtiariov son pescadores. Fueron a Dixon desde Bielorrusia para trabajar en una fábrica de pescado en los “años de oro” de la aldea. Mijaíl explica que llevan “53 años explorando la tundra”. Entre las décadas de 1960 y 1980 en esta parte del Ártico vivían muchas personas que realizaban actividades reguladas por el Estado: pesca, caza de visones y focas anilladas.
Fuente: Antón Petrov
Los Degtiariov tenían en la tundra un invernadero y allí pasaban casi todo su tiempo y solo a veces iban a la aldea. Tras la desintegración de la URSS Mijaíl y Zinaida tuvieron que comenzar a trabajar de manera privada y son los únicos pescaderos que hay en la aldea. Capturan apreciadas especies del norte: coregonus nasus, farra, tímalo, salmón blanco y cisco del Ártico.
“¿Están seguros de que quieren ir allí? Nadie va a acompañarles a la isla. Se ha convertido en un lugar salvaje. Es posible que haya osos”, nos dijeron en la administración local. Pero estábamos seguros, queríamos hacerlo y nos pusimos el pasamontañas, los válenki (tradicionales botas de fieltro) y los guantes de lana antes de subirnos a un todoterreno.
Fuente: Antón Petrov
Dixon es una aldea situada en una isla. Durante la época soviética aquí había caballos, un establo de vacas, una sala de cine, un lugar para alquilar películas, un restaurante y una panadería. También había muchas organizaciones y había gente que quería un espacio en residencias locales. Actualmente la isla está casi despoblada y se asemeja a un decorado de una película. Los únicos lugares con luz y gente trabajando son una pequeña estación meteorológica y un aeropuerto que funciona una vez a la semana y solo cuando las “condiciones climáticas son favorables”. Hay muchos edificios abandonados. Como dicen los lugareños: Dixon es una ciudad fantasma con las ventanas tapiadas y viejos coches durmiendo bajo la nieve.
Para explorar mejor la isla fuimos con linternas eléctricas pero no nos ayudaron nada. En Dixon uno aprende lo que es la verdadera noche polar. No es crepúsculo azulado como en Norilsk o Dudinka, sino que es negro como la tinta. No se puede ver ni el horizonte, ni siquiera las siluetas. El cerebro no entiende si es hora de irse a dormir o despertar y el cuerpo siente físicamente la proximidad del Polo Norte: uno tiene la sensación de que está en el punto donde convergen todos los paralelos y los meridianos y termina el tiempo tal y como lo conocemos.
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