Obviamente, el siglo al que se refiere el titular no es algo literal sino metafórico. Teniendo en cuenta la situación actual, el nuevo sistema regional se consolidará aproximadamente hacia el 2030 y, probablemente, podrá existir durante varias décadas (30 o 50 años) hasta que Oriente Próximo no se ponga de nuevo en movimiento.
De este modo, la perspectiva a largo plazo puede representar un período aproximado desde 2030 a 2070. Pero, incluso con toda la incertidumbre de una perspectiva tan lejana, se puede hablar sobre ciertos aspectos con una cierta seguridad.
Dentro de algunas décadas, los estados exportadores de petróleo quedarán privados de tres ventajas de las que disfrutan actualmente en el mercado energético mundial.
En caso de ser incapaces de adaptarse a las nuevas condiciones, estos países se encontrarán con problemas serios: degradación económica, aumento de la conflictividad y atraso social de sociedades ya de por sí bastante tradicionales, lo que puede provocar su radicalización política.
Para los países del Norte de África, y sobre todo del Magreb, la dinámica de sus relaciones con Europa tendrá un papel fundamental. Asumiendo una evolución favorable de los acontecimientos, se puede pronosticar el fortalecimiento de las relaciones sociales y económicas, y, a largo plazo, incluso una integración económica parcial. En caso de una evolución desfavorable (incluyendo el posible aumento de las situaciones de crisis en la UE), el Magreb se arriesga a retroceder en su desarrollo social y económico, lo que implicará un aumento de la tensión social y, posiblemente, la degradación política.
El problema de la escasez de agua se agudizará en la región. Esta cuestión ya está poniendo las bases para conflictos a todos los niveles, desde el local al internacional.
Observando el ámbito estrictamente social, se puede afirmar con seguridad que dentro de 40 años el mundo árabe se encontrará con una nueva crisis demográfica. Las personas que ahora tienen 25 años alcanzarán en ese momento la edad de jubilación. Se trata de la generación que hoy en día representa ese mismo “exceso de población joven” cuyos problemas de desempleo fueron una de las causas de las revueltas en Túnez, Egipto y otros países. De este modo, en el período futuro que analizamos, crecerá significativamente la carga económica sobre la población activa de la región, lo que puede provocar un aumento de la tensión social.
Por último, es necesario mencionar la posible transformación de la función social de la religión, que actualmente desempeña un papel importante en la región y, muy probablemente, lo mantendrá en el futuro.
Si en la región no se formula una nueva ideología que resulte atractiva (y, muy probablemente, no se formulará, no por causas regionales, sino globales, relacionadas con la disminución del papel de la ideología en el mundo actual), el discurso regional y las identidades confesionales mantendrán su papel de fuentes principales de inspiración y producción de ideas para las élites intelectuales.
Independientemente de los escenarios de desarrollo concretos (que siempre dependen de las especificidades de cada país), en todas las sociedades árabes que se encuentran en un proceso de modernización estable, el islam puede ocupar aproximadamente el mismo lugar que ocupa la religión en los países anglosajones.
Junto con esto, en los países que tengan que pasar por el difícil camino de la reconstrucción tras un conflicto, el papel de las identidades confesionales seguirá siendo muy importante y la religión puede convertirse en la base de la refundación del Estado y del sistema de relaciones sociales.
Además, la tendencia que se mantendrá en toda la región es la de la homogenización confesional de las sociedades y la represión de las minorías religiosas, lo que, sin embargo, ya no estará relacionado con los acontecimientos de 2050, sino con las características específicas de los conflictos actuales.
La dinámica del desarrollo de los conflictos actuales será otro factor que determinará el carácter de la evolución de Oriente Medio. Está claro que, en cualquier escenario de desarrollo de los acontecimientos en los países árabes, se conservarán muchas contradicciones económico-sociales, políticas, religiosas y de otra clase, así como un desequilibro en el desarrollo económico, lo que hará que este desarrollo sea especialmente vulnerable a los desafíos internos y externos.
Sin embargo, si bien intentar predecir la aparición de nuevos conflictos no tiene mucho sentido, es evidente que la dinámica del desarrollo de los conflictos actuales (como los de Siria, Libia, Yemen, así como otros conflictos menos intensos), influirá en el mapa de la región y en todo el carácter de su desarrollo durante varios años.
Cada conflicto puede terminar en uno de tres posibles escenarios:
Positivo: restablecimiento de la autoridad estatal y las instituciones administrativas en todo el territorio del país.
Moderadamente negativo: fragmentación del Estado, incluyendo (con)federaciones formales, lo que, en la práctica, como resultado de la debilidad o la disfuncionalidad de las instituciones, conducirá a la pérdida del control del centro sobre la periferia, a la formación gradual de centros alternativos de poder en dicha periferia, y a la secesión.
En este escenario, Libia puede dividirse en dos o tres estados (probablemente en dos); Yemen, en dos estados; Siria, como mínimo en tres, aunque diversos expertos enumeran hasta una docena de posibles variantes.
Algunas partes de los estados que se dividan pueden integrarse en otros: Cirenaica puede unirse a Egipto, el Kurdistán sirio puede integrarse en Irak, etc.
El resultado de la fragmentación será la formación de estados débiles e incluso inviables, desprovistos de recursos económicos para desarrollarse. La falta de recursos y la debilidad de las instituciones producirá una agudización de la lucha en las élites, un nuevo aumento de la conflictividad y, posiblemente, una mayor fragmentación.
Por último, el tercer escenario, todavía más negativo, supone que la conflictividad se mantendrá durante un largo período, las instituciones de poder estatal sufrirán una degradación total y la sociedad estará cada vez más atrasada.
Los dos últimos escenarios incluyen una alta probabilidad de que los conflictos sigan extendiéndose a los países cercanos. Estos países serían Jordania, Líbano, Turquía y Arabia Saudí en la zona sirio-iraquí, así como Túnez y Argelia en el Magreb.
No obstante, incluso en el escenario más positivo, es evidente que la completa recuperación económica de los países afectados por conflictos no ocupará solo un año o dos, sino, en el mejor de los casos, diez, o incluso veinte.
En cuanto a la región como un todo, su forma futura será determinada por varios factores más, aparte de los ya enumerados. En primer lugar, por los procesos de integración.
En el Golfo Pérsico, los procesos de integración en el marco del Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo (CCEAG) ya han llegado más lejos de lo que se ha logrado nunca en cualquier lugar de Oriente Medio. En caso de un desarrollo favorable de los acontecimientos en los países que forman parte del Consejo, esta tendencia se mantendrá.
Sin embargo, es poco probable –incluso a corto plazo– que pase por la construcción de fuertes instituciones políticas supranacionales. Más bien, se prestará una atención especial a la cooperación económica, militar y, posiblemente, jurídica de los estados participantes. El temor a perder la soberanía política seguirá determinando durante mucho tiempo sus posturas ante los procesos de integración.
En el Levante mediterráneo e Irak, el proceso de integración, si es que llega a ponerse en marcha, se desarrollará en las difíciles condiciones posteriores y tras una la pérdida parcial de su autonomía en el escenario mundial. Si bien no parecen existir perspectivas de integración económica en esa zona, algunas formas de integración política –por ejemplo, mediante la creación de una gran confederación subregional– pueden ser necesarias precisamente para la reducción de la conflictividad y la solución de los problemas territoriales.
Finalmente, en el Magreb, no parece muy probable una integración en torno al eje Este-Oeste. Los sistemas políticos de los países situados en esta zona son muy distintos y, en general (exceptuando a Libia), autosuficientes. Sus economías están poco conectadas unas con otras. Más probable es el desarrollo de algunas formas de integración, sobre todo económica, en el marco del Mediterráneo, siguiendo el eje Norte-Sur.
Lo más probable es que, a largo plazo, la región continúe siendo dependiente de los centros de poder externos.
Todo esto expone una imagen bastante alarmante, incluso puede que sombría, de un futuro lleno de conflictos, riesgos socio-económicos e inestabilidad política. Superar estos desafíos requerirá del mundo árabe, sobre todo, la capacidad de buscar ideas creativas y descubrir nuevas soluciones intelectuales, así como aceptar la actual experiencia mundial de modernización y desarrollo de las instituciones estatales.
Vasili Kuznetsov es el Director del Centro de Estudios Árabes e Islámicos del Instituto de Estudios Orientales de la Academia Rusa de Ciencias.
Publicado originalmente en ruso en la web del Consejo Ruso de Asuntos Internacionales.
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