Cuando Rusia creó una nave aérea para atacar a…Napoleón

Ciencia y Tecnología
JAKOB ORÉJOV
Joseph y Étienne Montgolfier volaron por primera vez en un aerostato el 4 de junio de 1783 y, poco después, los rusos ya comenzaron a pensar en los usos militares de este sorprendente invento.

Rusia fue de las primeras naciones en explorar las posibilidades militares de los aerostatos. Y, ante los avances de Napoleón, el mismísimo zar impulsó los avances en esta tecnología (entonces de vanguardia) para atacar al invasor francés desde los cielos.

En 1812, Alejandro I encargó al ingeniero alemán Franz Leppich, reclutado por el servicio secreto ruso, la creación de una aeronave con la idea de usarla para atacar a los ejércitos de Napoleón.

En el verano de 1812, una construcción extraordinaria apareció en Moscú. En la finca de Voróntsovo, a siete kilómetros de la ciudad, el ingeniero alemán Franz Leppich dirigía las 24 horas del día los trabajos para la creación de una aeronave sin precedentes. La guerra aérea estaba a punto de despegar

A las afueras de la capital rusa, Leppich, bajo la supervisión del conde Rostopchin, diseñó, con la ayuda de 50 mecánicos germanoparlantes, un enorme ingenio con forma de pez y propulsado por aletas. 

El alemán, explican en Topwar pensó en cargar la nave con cajas de pólvora y arrojarlas sobre los soldados enemigos a través de las escotillas de la parte inferior de la góndola. Evidentemente, estas “bombas” improvisadas deberían haber sido provistas de algún tipo de espoleta de percusión, pero no se sabe nada de su diseño. Además la aeronave debía ir armada con lanzacohetes, sin embargo, dado que el globo estaría de hidrógeno, no fue muy buena idea.

Se llevó a cabo su construcción (finalizada justo después del incendio de Moscú) y el globo que debía sostenerlo llegó a inflarse, pero se rasgó o no pudo adquirir suficiente velocidad para volar en contra del viendo, haciendo imposible el despegue, por lo que se abandonó el proyecto.

En la novela Guerra y Paz, de Tolstói, el conde Piótr Kiríllovich Bezújov viaja con la intención de ver este invento, aunque sin éxito. Tolstói incluía en la novela una misiva del zar Alejandro I al gobernador de Moscú, conde Rostopchin, interesándose por el dirigible.

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