Hay un chiste en el Ejército ruso que dice que las tropas de defensa antiaérea son pilotos fracasados a los que no les gusta que vuele nadie más. Pero ni siquiera estas celosas fuerzas eran capaces de mantener los cielos completamente despejados en el período de posguerra.
Las armas antiaéreas disponibles en la década de 1950 no garantizaban que derribarían objetivos de vuelo rápido, y más bien desplegaban una pantalla de fuego para proteger de los aviones enemigos a los activos terrestres.
Mientras tanto, basándose en tecnología alemana capturada en 1945, tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética estaban ocupados desarrollando los primeros misiles antiaéreos. Diseñados para alcanzar objetivos a altitudes medias y altas, estos todavía permitían a los aviones enemigos volar incluso por debajo de los 300 metros con relativa impunidad. Se necesitaba un nuevo sistema de artillería móvil capaz de disparar sobre la marcha.
El Ejército estadounidense todavía utilizaba el M42A1 Duster, un sistema antiaéreo basado en tanques, con un cañón doble de 40 mm. También se estaba trabajando en el sistema Vulcan M163 de 20 mm, que se montaría en un vehículo blindado de transporte de tropas.
La Unión Soviética también tenía dos sistemas en desarrollo simultáneo, un modelo de cuatro cañones de 23 mm y un rival de cañones gemelos de 37 mm, llamados Shilka y Yeniséi por los ríos siberianos.
El Shilka ZRK-23-4 ganó la competición, pero todavía tenía algunos inconvenientes. El calibre de la munición, que también usaba el Yeniséi, era raro en las fuerzas soviéticas, y el peso de 28 toneladas del cañón combinado con el impulsor se traducía en que tenía que ser usado junto a unidades de tanques. Otro factor decisivo a favor del Shilka fue su eficiencia frente a objetivos a baja altitud y a corta distancia.
Una larga carrera llena de éxitos
El ZRK-23-4 entró en servicio en 1962, cinco años antes del Vulcan estadounidense, y fue una “verdadera revolución”, según escribió en sus memorias el coronel retirado del Ejército soviético Anatoli Diákov: “Si bien los oficiales de hoy en día dan por sentado el contar con estas unidades autónomas, supuso una cúspide del diseño de ingeniería en la década de 1960”.
Disparando 4.000 rondas por minuto, el Shilka puede alcanzar objetivos aéreos que vuelan a 450 metros por segundo, con un alcance angular de 2.500 metros o 2.000 metros en vertical.
Sus cañones pueden seguir a sus objetivos visualmente o por su radar, que rastrea automáticamente los blancos y envía datos a su computadora para generar coordenadas de disparo preventivo. El ángulo de inclinación del cañón también se ajusta automáticamente para compensar cualquier inclinación del vehículo cuando está en movimiento.
Aunque está bien protegido contra interferencias, su radar tiene un alcance bajo, de sólo 9-18 km, dependiendo de las condiciones meteorológicas. Esta deficiencia se puso de manifiesto durante las guerras árabe-israelíes de los años sesenta y en 1973. Pero aunque las tripulaciones sirias poco entrenadas a menudo prefirieron apuntar el arma visualmente, el Shilka sigue siendo el responsable de haber derribado 16 de los 117 aviones reclamados por las fuerzas de defensa aérea sirias en el periodo 1973-1974.
A pesar de estar ya obsoleto en 1990, el Shilka también causó la pérdida de aviones de la coalición occidental durante la Primera Guerra del Golfo, obligando a los pilotos a actuar con cautela a baja altitud y cometer errores.
Combatiendo sobre el terreno
Pero no sólo dejó su huella en objetivos aéreos. La intensidad del fuego producido por la versión remolcada del arma fue altamente valorada por las fuerzas guerrilleras de todo el mundo. En 1975, el arma entró en acción en Angola, cuando un puñado de cubanos la usaron para detener el avance combinado de combatientes del FLEC (Frente para la Liberación del Enclave de Cabinda) y unidades regulares del Ejército del Zaire. Después de minar la carretera, abrieron fuego desde posiciones preparadas y aniquilaron un convoy enemigo por completo.
Los soviéticos utilizaron un arma similar para hacer frente a emboscadas en Afganistán. A diferencia de los cañones de los tanques y de los coches blindados, los barriles de los Shilka podían elevarse verticalmente para apuntar a los combatientes muyahidines en lo alto de los acantilados. Esto dio como resultado una “variante afgana” especial del ZSU-23-4 que no iba equipado con equipo de radar, con la idea de aumentar el almacenamiento de munición y la capacidad de disparo hasta 4000 rondas por minuto. Los Shilka también lucharon con efectos devastadores en las guerras de Chechenia. El exjefe del distrito militar del Cáucaso septentrional, el teniente general Vladímir Potápov, señaló su gran eficacia contra los bastiones y puestos de disparo enemigos.
“Perfeccionado en la lucha callejera, la táctica de usar el Shilka cuando uno se enfrenta a una fuerte resistencia enemiga es sacar al vehículo desde detrás de su refugio, lanzar largas ráfagas de fuego e inmediatamente retroceder”, escribió Potápov en una evaluación de los resultados del combate.
Mientras tanto, sus debilidades inherentes, como el limitado alcance de tiro efectivo contra objetivos aéreos, la potencia insuficiente de las municiones y las deficiencias del radar, fueron eliminadas en tres actualizaciones a lo largo de medio siglo. Hoy en día, el Shilka sigue en servicio en 39 países.
También se utilizó en la década de 1980 para desarrollar el sistema de defensa antiaérea Tunguska, el precursor del contemporáneo Pantsir-S1, que está armado con misiles tierra-aire de corto y medio alcance y un sistema de artillería antiaérea.
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