Ahora un arma vital en el arsenal de cualquier ejército moderno, el lanzallamas propulsado por cohete fue desarrollado originalmente debido a la necesidad de un poder de fuego eficaz contra un enemigo atrincherado en posiciones fortificadas, casas, cuevas y otras cubiertas sólidas.
Los clásicos lanzallamas a chorro de mochila usados para este propósito desde la Primera Guerra Mundial eran ineficaces a larga distancia, su chorro de fuego usualmente se extendía sólo 40 metros y podían verse afectados por la fuerza y dirección del viento.
Los diseñadores estadounidenses encontraron la solución a finales de la década de 1960 durante las pruebas del lanzagranadas de propulsión de cohetes XM-191 de cuatro cañones, que disparó proyectiles incendiarios de 66 mm, durante la guerra de Vietnam. La Unión Soviética pronto presentó su propia versión en forma de lanzallamas de infantería propulsado por cohetes Lynx.
Efectivas y precisas a más de 200 metros, estas primeras unidades de prueba exitosas no tenían la necesidad de que su operador se acercarse a las fortificaciones enemigas, marcando el comienzo de una nueva era en la historia de los lanzallamas.
Cuando el aire arde
El Shmel entonces superó a sus predecesores disparando una ojiva termobárica además del proyectil incendiario. La explosión inicial dispersa un spray de explosivo líquido que luego se enciende con un detonador especial. Formando una bolsa de alta presión de más de 80 metros cúbicos, la explosión de combustible-aire resultante es devastadora contra un enemigo ubicado en refugios.
Incluso antes de la detonación del aire combustible, la explosión inicial envuelve al objetivo sin penetrar las paredes defensivas. Esto crea instantáneamente una temperatura de 2.000ºC en toda el área de impacto, reduciendo las posibilidades de supervivencia casi a cero, mientras que las fuerzas enemigas situadas más lejos del epicentro sufrirán conmociones cerebrales y lesiones por la compresión del aire.
Después de que el Shmel entrara oficialmente en servicio en 1988, las unidades fabricadas en serie también utilizaban proyectiles que incorporaban una carga capaz de penetrar en vehículos blindados ligeros, paredes de ladrillo u hormigón.
Estos proyectiles perforan un agujero a través del cual la carga principal destruye todo lo que hay en el interior. Pero incluso con especificaciones superiores, el arma es técnicamente simple de producir y cuesta poco más que un proyectil de artillería convencional de 150 mm.
Experiencias de combate
Ampliamente utilizado en numerosas guerras y conflictos localizados, el Shmel ha visto un extenso servicio como “artillería de bolsillo” para la infantería en la guerra urbana, donde las fuerzas enemigas a menudo luchan muy cerca. Durante el asalto a Grozni en el año 2000, las tropas federales a menudo se encontraban ocupando un edificio mientras los rebeldes chechenos se atrincheraban directamente al otro lado de la calle.
Esto hacía que el uso de aviones y artillería fuera demasiado arriesgado y susceptible de causar bajas por fuego amigo. Con vehículos blindados (demasiado vulnerables a los cohetes) en las estrechas calles de la ciudad, el Shmel se convirtió en el medio más eficaz para hacer frente a los enemigos escondidos en bloques de apartamentos, sótanos y áticos.
“No podíamos suprimir las posiciones de fuego de los chechenos”, recuerda un funcionario del Ministerio del Interior que participó en la batalla por Grozni. “Habían tomado un edificio de ladrillos de dos pisos y nos disparaban desde allí con sus PKM [ametralladoras] y AK [fusiles Kaláshnikov]. Ni siquiera los francotiradores podían darles caza. Entonces nuestros chicos trajeron un Shmel y dispararon un proyectil a través de una de las ventanas. La casa se derrumbó ante nuestros ojos”.
Las tropas soviéticas y rusas que usaron el arma en Afganistán o Chechenia a menudo hablan de cómo una explosión de estos proyectiles termobáricos dentro de una casamata de piedra literalmente lanzaba por los aires el techo entero.
Un impacto directo sobre un vehículo blindado ligero o un vehículo de transporte de tropas también garantizaba su destrucción.
Hoy en día, el Shmel sigue en servicio en el ejército ruso. Y como su apodo sugiere, la “pipa del Diablo” es hasta cierto punto un arma psicológica también que aterroriza al enemigo haciéndole sentir una vulnerabilidad constante y ser consciente de su incapacidad para refugiarse ante el infierno que este arma desencadena en el campo de batalla.
Yuri Osokin es historiador y especialista en la historia de la política exterior rusa de principios del siglo XX.