“Como un lobo”, respondió con una sonrisa el etólogo soviético georgiano Yasón Badridze, cuando le preguntaron cómo se había sentido cazando ciervos. Entre 1974 y 1976 el científico vivió en una manada de lobos, compartiendo comida y durmiendo con seis de ellos.
Todo comenzó en la niñez, cuando el padre de Badidze lo llevó con él al bosque en Georgia. “Oí aullar a un lobo y fue algo que me dejó aturdido y puso mi alma patas arriba”, recuerda en una charla con la revista Russkii Reportior. Después de aquello Badridze sabía lo que iba a estudiar cuando fuera científico.
Los etólogos estudian el comportamiento animal y en los años 70 los científicos soviéticos apenas sabían nada acerca de los lobos salvajes. Había muy pocas publicaciones sobre estos animales y la gente local en Georgia prefería acabar con ellos. Después de terminar sus estudios de biología, Badridze decidió cambiar la situación.
Su investigación se llevó a cabo en secreto. Se mudó a la garganta de Borjomi, donde encontró un grupo que le iba bien dentro de un área de 100 kilómetros cuadrados. Badridze declaró que pagaba a los guardias locales, que solían disparar a los lobos, para que dejaran en paz a los animales y que “amenazó con pegarles” si rompían el acuerdo.
¿Cómo se comunica una persona con depredadores salvajes? No es una tarea fácil, incluso para alguien como Badridze, que había sido cazador y sabía cómo vivir en el bosque durante meses. “La única manera era hacer que se acostumbraran poco a poco a mi presencia” comentó en la revista Gato de Shroedinger.
Le llevó cuatro meses. Badridze siguió a los lobos cautelosamente sin tener contacto directo con ellos, haciendo que la manada se fuera acostumbrando a su presencia. Después comenzó a dejar en los alrededores pequeñas piezas de tela que había vestido. Al principio los lobos evitaron los tejidos pero después aceptaron su olor como algo familiar. Después de que se acostumbraran a su olor y a su presencia, faltaba el paso más peligroso, el encuentro directo.
Badridze recuerda vivamente cómo fue el primer encuentro con un lobo adulto. Estuvieron cara a cara a una distancia de 5 metros. “Me miró a los ojos durante menos de un minuto pero me pareció una eternidad. Entonces sonrió y se fue con su pareja, de vuelta al bosque”, recuerda el científico.
Badridze se quedó helado y aturdido, incapaz de moverse. No recuerda el tiempo que estuvo así. Entonces entendió que había comenzado algo diferente. Había tenido éxito: los lobos lo reconocían y lo aceptaban.
La manada a la que se unió Badridze tenía dos lobos adultos (una pareja), tres cachorros y un viejo lobo que lideraba el grupo. Poco después de ser aceptado, Badridze se unió a ellos, durmiendo cerca de sus lugares de reunión, donde la manada pasaba tiempo junta.
Los seguía a todos lados. Cuando corrían, él también corría. Es cierto que se quedaba un poco rezagado pero como estaba en buena forma, no iba muy lejos. La manada incluso invitó a Badridze a participar en la caza, algo que hizo en muchas ocasiones. Obviamente no era el que mataba al ciervo, esa era la misión del lobo adulto, pero el hombre, junto con las crías, ayudaba a perseguir a las presas.
Los lobos compartían amablemente la carne con Badridze. Obviamente no se la comía cruda y se iba al otro lado del río a cocinarla. Además de eso, básicamente vivía comiendo pan y guisos. “Todavía odio los guisos, simplemente no puedo estar cerca cuando hay uno”, se ríe.
A lo largo de los meses que pasó con las diferentes familias de lobos con las que vivió, Badridze aprendió mucho acerca de su comportamiento. En ocasiones fue difícil. Una vez fue testigo del altruismo de los lobos. Los animales lo protegieron de un oso. Lo consideraban uno de los suyos así que asustaron al oso y salvaron la vida del científico.
“Volvíamos de un intento de caza fallido. Estábamos muy cansados cuando me senté sobre una piedra grande... entonces un oso, que estaba durmiendo allí se levantó de repente, mirándome. Los lobos lo oyeron y atacaron al oso, aunque podía habar matado fácilmente a cada uno de ellos de un manotazo”, recuerda Badridze.
Badridze se mantuvo fiel a sus amigos carnívoros. Incluso le es familiar su lenguaje de aullidos y ladridos. Después de que mataran a la familia de lobos con la que había estado años después de su ausencia, Badridze continuó trabajando con estos animales a lo largo de decenas de años, y trató de repoblar Georgia.
Tomó varias crías de los cazadores y las crió en cautividad, les enseñó cómo comportarse en un medio salvaje y, cuando llegó el momento, les dejó libres. En total crió 22 lobos pero quizá el mayor bien que ha hecho (y continúa haciendo) ha sido hacer ver a la gente la verdadera naturaleza del lobo. Badridze ha roto esa imagen semimítica de bestias ávidas de sangre.
“Creo que los que son criaturas extremadamente violentas son los humanos, son los únicos a los que les gusta la agresión. Para otras especies es como el miedo, la gente proyecta sus propias características desagradables sobre los animales”, explica Badridze.
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