Para poder ingresar en el internado no solo valen los méritos de los padres, sino que hay que tener una salud envidiable y excepcionales resultados académicos. Además hay que pasar una serie de pruebas psicológicas y un equipo de pedagogos comprueban los conocimientos de lengua, matemáticas e idiomas. “El internado tiene un sistema propio de selección. Hemos tenido que madurar rápido, lo cual nos ha hecho fuertes y perseverantes”, relata Vika Mélnikova, antigua estudiante.
“El internado es como una pequeña imitación de la vida real. A veces cuesta, otras se ven lágrimas, pero al final todo toma sentido”, continúa Vika.
Las 840 estudiantes del internado viven en Moscú con manutención a cargo del Estado y solo pueden volver a casa en vacaciones. El plan de estudios no lo crea el Ministerio de Educación, sino el de Defensa, aunque las asignaturas no son estrictamente militares.
“Podíamos practicar cualquier deporte: natación, equitación, patinaje artístico, lucha libre e incluso esgrima — relata Sasha Bened, otra antigua alumna —. Podíamos ir a talleres de artistas y experimentar con ellos. Nos enseñaban a tocar instrumentos. En el internado hay un grupo de bateristas que van a diferentes concursos. Todos los años participan en el festival musical Spásskaya bashnia que tiene lugar en la Plaza Roja”.
Tras terminar los estudios en el internado hay quienes sigue la tradición familiar y hacen vida militar pero no so siempre es así. Con los conocimientos adquiridos, las chicas pueden aprobar sin problema cualquier examen de acceso a las universidad.
Cada año el internado envía al extranjero a algunas alumnas y se hace cargo de los gastos del curso y la estancia.
Las chicas afirman que el horario, tanto de los días laborables como durante los fines de semana está lleno de actividades y solo vuelven a sus habitaciones bien entrada la tarde. “Nuestro día siempre comenzaba con ejercicios y un desayuno bueno y abundante. Luego íbamos a clase y después teníamos actividades extracurriculares. Teníamos tiempo libre los días laborables después de cenar y los fines de semana. A las 23:00 apagaban las luces”, cuenta Sasha. Los fines de semana se organizan excursiones a teatros, museos y conciertos.
En el centro no solo se enorgullecen de la calidad de la enseñanza y del ocio sino que también cuentan con unas condiciones materiales considerablemente mejores que las de muchas escuelas. A las chicas que llegan se les entrega un ordenador portátil que usan hasta el término de los estudios. Cada una tiene un ropero propio. “Teníamos de todo; desde ropa para esquí hasta un vestido de fiesta”, dice Sasha.
El entrenamiento físico del internado tampoco es como el de una escuela normal. El programa académico se ha diseñado según la metodología del centro de Formación de Astronautas e incluye ejercicios de agilidad, rapidez, resistencia, flexibilidad y fuerza. Las clases extra como, por ejemplo, lucha libre o natación, las imparten expertos del deporte, algunos incluso antiguos participantes de las Olimpiadas.
La dieta también es un aspecto importante en el internado y cuentan con un dietista-nutricionista propio. Aunque es cierto que los profesores suelen entregar dulces a las niñas para darles ánimo en su travesía lejos de casa. “Creo que la relación entre las alumnas y los profesores es totalmente diferente a la que se da en las escuelas normales. Los profesores del internado no son solo profesores, sino que actúan como una pequeña ventana a la vida. Las chicas que echaban de menos a sus madres y abuelas encontraban sustitutos en sus profesores y educadores”, explica Vika. Sasha muestra su acuerdo: “Les estoy muy agradecida por su apoyo en momentos de dificultad, por su fe en nosotras cuando nos faltaban las fuerzas. Para nosotras se convirtieron en una segunda familia”.
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