Todos los ciudadanos de la Unión Soviética tenían que participar en las elecciones, incluidos los monjes. A finales de la década de 1960, la urna electoral solía llevarse al refectorio del Monasterio de las Cuevas de Pskov. Y, después de cenar, los hermanos votaban bajo la supervisión del vicario.
Sin embargo, cuando el primer secretario del Comité Regional del Partido Comunista de Pskov se enteró de que a algunos monjes “salvajes” se les permitía votar al gran partido en su vetusto monasterio y no en el colegio electoral, el funcionario se indignó. Reprendió a todos y ordenó que, a partir de ahora, los propios monjes acudieran a las urnas como todos los ciudadanos soviéticos. ¡Y votar en los colegios electorales de sus lugares de residencia!
Se dice que el padre Natanael, del monasterio de las Cuevas de Pskov, dio al abad Alipio algunos sutiles consejos sobre cómo afrontar esta situación.
Pronto tuvo lugar otra elección. Era domingo y, después de que se llevase a cabo la Liturgia festiva en el monasterio, una procesión de la cruz con sacerdotes portando cruces e iconos salió de las puertas del monasterio y se dirigió directamente al colegio electoral más cercano. El metropolita Tijon lo describió con gran colorido:
“Agrupados en dos columnas, en una larga fila cantando himnos y en traje de gala, las tropas de monjes desfilaron por toda la ciudad hacia el colegio electoral. Sus antiguos estandartes ondeaban al viento mientras marchaban, portando sus tradicionales cruces y antiguos iconos. Pero esto no era todo. Como es costumbre antes de cualquier acto importante, justo en medio del colegio electoral, todo el clero se puso a rezar en voz alta. Los burócratas, muertos de miedo, intentaron protestar, pero el padre Alipio les interrumpió con firmeza y les dijo que estaban interfiriendo en el derecho de los ciudadanos a expresarse y a cumplir con sus obligaciones constitucionales. Después de haber ‘votado’, los monjes marcharon de vuelta con una ostentosa ceremonia similar a su santo monasterio”.
“Ni que decir tiene que, cuando llegaron las siguientes elecciones, la urna estaba de nuevo esperando a los monjes en la mesa del refectorio del monasterio”, escribió el metropolita Tijon.
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