Imagen del hongo nuclear producido por el bombardeo de Nagasaki, visto a una distancia de 9.6 kilómetros. Japón, el 9 de agosto de 1945.
Getty ImagesHoy en día, las armas nucleares son un serio problema para la humanidad; sin embargo, fue precisamente su creación lo que puso fin a la época de las grandes guerras mundiales. La posibilidad de la destrucción mutua obligó a las superpotencias a llegar a acuerdos en situaciones en las que anteriormente habrían tomado el camino del conflicto armado.
Imagen del hongo nuclear producido por el bombardeo de Nagasaki, visto a una distancia de 9.6 kilómetros. Japón, el 9 de agosto de 1945.
Getty ImagesEn los primeros años de la era nuclear, los EE UU tenían el monopolio de la bomba atómica. En agosto de 1945 mostraron el peligro que corrían los países no pertenecientes al bloque occidental lanzando dos bombas sobre Japón. La situación cambió el 29 de agosto de 1949, cuando la Unión Soviética ensayó su propia arma nuclear.
La idea de que la inmensa energía obtenida de la fisión del núcleo del uranio podía utilizarse con fines militares fue propuesta por primera vez por los físicos a finales de los años 30. Los pioneros fueron los alemanes. Alemania avanzó más que el resto de países en el desarrollo teórico de la cuestión nuclear. El proyecto atómico alemán se inició en verano de 1939. Los físicos que habían huido de Alemania tras la llegada de Hitler al poder comprendieron rápidamente cuáles podían ser las consecuencias del éxito del proyecto. Era necesario adelantarse a los alemanes, y cuanto antes mejor.
En agosto de 1939, el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt recibió una carta del eminente científico Albert Einstein. El Premio Nobel de Física llamó la atención del presidente sobre el hecho de que los nazis llevaban a cabo investigaciones con el fin de crear un arma atómica, y propuso iniciar un proyecto análogo en EE UU. Durante los siguientes dos años, al otro lado del océano se desarrollaron colosales trabajos en los que se invirtieron medios considerables y que contaron con la participación de los mayores cerebros de la época: N. Bohr, E. Teller y otros.
La primera prueba de una bomba atómica del Proyecto Manhattan tuvo lugar un 16 de julio de 1945.
APDe todo esto estaban bien al corriente en la URSS. Los físicos soviéticos sabían de la actividad de sus colegas extranjeros. Los servicios de inteligencia tampoco estaban de brazos cruzados. En junio de 1940, informaron sobre el inicio de las investigaciones de uranio-235 por parte de los estadounidenses. Al cabo de año y medio, ya tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial, se recibió una información aún más alarmante: Inglaterra podía crear un arma nuclear hacia 1943. Esto significaba que los alemanes, cuyas tropas ya se situaban cerca de Moscú, estaban llegando a la recta final. La Unión Soviética se estaba quedando muy atrás en la carrera nuclear.
Toda la información sobre los éxitos de los países occidentales en la creación del arma atómica iba a parar al Kremlin. Iósif Stalin comprendió de inmediato que se trataba de una cuestión de vital importancia para el país. Su veredicto fue inequívoco: “No hay bomba, ¡trabajamos mal!”
Se logró detener el avance alemán hacia Moscú, y pronto se consiguió cambiar el curso de la guerra. Pero nadie garantizaba que la situación no iba a cambiar de nuevo si los alemanes obtenían un arma de inmensa potencia. Los éxitos de los estadounidenses y británicos también se observaban con alarma: si conseguían tener una bomba atómica, podían derrotar a Hitler por su propia cuenta, y luego amenazar a la Unión Soviética.
En septiembre de 1942, los líderes de la URSS aprobaron la creación de un laboratorio especial que se ocuparía de la cuestión nuclear. La historia del proyecto atómico soviético prácticamente comenzó con este laboratorio. Trabajaba un pequeño, pero muy cualificado, grupo de físicos bajo la dirección general de I.V. Kurchátov, quien pasaría a la historia como el padre de la bomba atómica soviética.
El académico Yuli Jaritón, uno de los creadores de la bomba atómica soviética.
Valentín Cheredíntsev/TASSCon los científicos colaboraban estrechamente los agentes de inteligencia. La red de espionaje soviética en EE UU disponía de información completa sobre la marcha del proyecto atómico estadounidense, incluyendo la ubicación de los principales centros de investigaciones. También se recibió una gran ayuda por parte de los físicos nucleares americanos que simpatizaban con la URSS. Gracias a ellos, los planos de la bomba atómica estadounidense estuvieron sobre la mesa de Kurchátov tan solo dos semanas después de su creación en 1945.
Alemania fue derrotada sin necesidad de utilizar el arma atómica. Los bombardeos atómicos estadounidenses sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 fueron más bien un acto simbólico: Washington anunció al mundo entero que estaba en posesión de una bomba de potencia extrema. Este mensaje iba dirigido en primer lugar a Moscú. Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, los antiguos aliados de la coalición en contra de Hitler se encontraron en bandos opuestos. Los militares estadounidenses y británicos elaboraban los planes de una posible guerra contra la URSS. Contemplaban el bombardeo de las principales ciudades soviéticas con armas atómicas.
Esto solo se podía evitar liquidando el monopolio atómico estadounidense. Dos semanas después de la destrucción de Hiroshima, se creó por orden de Stalin un comité especial ocupado de coordinar todas las tareas del proyecto atómico. Prácticamente se instituyó un súper-ministerio que contaba con enormes recursos y con competencias excepcionales. Estaba dirigido por Lavrenti Beria, estrecho colaborador de Stalin.
Bajo el liderazgo directo de Beria, en unos pocos años apareció en la URSS una nueva rama de la industria: la atómica. En un corto período de tiempo se crearon plantas de enriquecimiento de uranio, reactores, centrifugadoras y factorías de fabricación de bombas.
En Siberia y los Urales se construyeron nuevos complejos industriales en las profundidades de las montañas, de los que fueron retiradas cientos de toneladas de roca. A su alrededor surgieron ciudades enteras, que a menudo no aparecían en los mapas de uso general. Solo conocían su existencia los relacionados con la realización del proyecto atómico.
El gobierno estadounidense estaba convencido de que la URSS no obtendría el arma atómica antes de 1954. La prueba nuclear en el polígono de Semipalátinsk en 1949 fue una desagradable sorpresa para EE UU. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, en medio de las penosas condiciones de la posguerra, la Unión Soviética consiguió destruir el monopolio atómico de EE UU. Con ello se pusieron los cimientos de la seguridad internacional en los que se basa el orden mundial hasta el día de hoy.
Alexander Vershinin es doctor en Historia, profesor de Historia de la Universidad Estatal de Moscú e investigador del Centro de Análisis de Problema.
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