La primera y única intervención militar estadounidense en Rusia comenzó el 27 de mayo de 1918, cuando el crucero USS Olympia llegó a Múrmansk, que ya estaba bajo control británico. Varios meses después, 5.500 soldados del ejército estadounidense desembarcaron en otro puerto ruso, Arcángel. Casi al mismo tiempo, otros 8.000 militares estadounidenses llegaron al Lejano Oriente ruso.
En un principio, la intervención a gran escala de Estados Unidos y las potencias de la Entente en la Guerra Civil de Rusia no estuvo motivada por su odio al bolchevismo. Ni mucho menos. La razón principal fue la conclusión del Tratado de Brest-Litovsk el 3 de marzo de 1918, entre el gobierno soviético y los alemanes, que supuso la retirada de Rusia de la guerra y el colapso efectivo del Frente Oriental. El Imperio Alemán podía ahora dirigir todo el poderío que le quedaba hacia Francia, lo que supondría grandes problemas para los Aliados. La Entente no veía a los bolcheviques como una fuerza real capaz de mantenerse en el poder durante mucho tiempo. Eran considerados marionetas alemanas y títeres del Kaiser que actuaban en su interés.
A nivel oficial, se declaró que la misión principal de los soldados estadounidenses sería proteger los suministros militares americanos que habían sido enviados a Rusia antes de la Revolución y que aún no habían llegado a manos de los bolcheviques. Washington temía que éstos los entregaran a los alemanes. Además, los estadounidenses debían ayudar al llamado Cuerpo (Legión) Checoslovaco a salir del territorio ruso. El cuerpo había sido formado en octubre de 1917 por el mando militar ruso y estaba compuesto por prisioneros de guerra checos y eslovacos que se habían presentado voluntarios para luchar contra Alemania y Austro-Hungría. Legalmente, estaba bajo mando francés. Los legionarios debían ser evacuados al Frente Occidental a través de los puertos de Extremo Oriente. Sin embargo, en la primavera de 1918, cuando los bolcheviques intentaron desarmarlos, se sublevaron y tomaron el control de amplias zonas de Siberia.
Estados Unidos declaró oficialmente que no contemplaba "ninguna interferencia de ningún tipo en la soberanía política de Rusia, ninguna intervención en sus asuntos internos, ni ningún menoscabo de su integridad territorial, ni ahora ni en el futuro". En la práctica, sus contingentes militares debían ayudar al movimiento blanco a ganar la Guerra Civil después de que éste declarara su intención de continuar la guerra con los alemanes. Sin embargo, ni Estados Unidos ni ninguna de las otras potencias intervencionistas planeaban perder a sus propios hombres en suelo extranjero y estaban decididos a derramar la menor cantidad de sangre posible. “Las tropas aliadas, sin embargo, no tenían instrucciones sobre su participación en las operaciones y llegaron con unos objetivos completamente vagos”, escribió molesto Iván Sukín, ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de Alexánder Kolchak, líder del movimiento blanco en el este del país.
A la Fuerza Expedicionaria Estadounidense en Siberia (8.000 soldados), al mando del general de división William S. Graves, se le encomendó la protección de tramos del ferrocarril transiberiano y de las minas de carbón de Suchan (Partizansk). Formalmente, estaba subordinado al general francés Maurice Janin, que estaba al mando general de las fuerzas intervencionistas aliadas en Extremo Oriente. Los estadounidenses no estaban en absoluto interesados en los legionarios checos, como se dijo públicamente, sino en sus propios aliados en la intervención, los japoneses. Tras haber enviado más de 70.000 de sus propios soldados a la región costera rusa como miembro de la Entente, Japón estaba jugando su propio juego, buscando abiertamente anexionársela. Esto no podía sino despertar los recelos de su rival del Pacífico, que utilizaba la fuerza de Siberia como elemento disuasorio frente al expansionismo de Tokio. Entre los estadounidenses y las fuerzas japonesas, así como entre los atamanes cosacos blancos subordinados a estos últimos, se desarrollaron relaciones de neutralidad rayanas en la hostilidad, que a menudo desembocaron en conflictos. Así, Graves calificó abiertamente al atamán Iván Kalmíkov de "asesino, ladrón y degollador" y de "la peor canalla que he visto o de la que he oído hablar".
La naturaleza de las relaciones entre las tropas estadounidenses y los destacamentos partisanos rojos locales oscilaba entre el deseo de evitarse mutuamente, por un lado, y el enfrentamiento brutal, por otro. El enfrentamiento más grave entre ellos se produjo en el pueblo de Románovka el 24 de junio de 1919, cuando los intervencionistas causaron 19 muertos y 27 heridos en un combate con el destacamento de Grigori Shevchenko. En respuesta, se montó una operación antipartisana en la que los bolcheviques fueron empujados a las profundidades de la taiga.
En la Unión Soviética se hizo costumbre creer que la fuerza de intervención estadounidense había participado activamente en ejecuciones masivas de civiles locales. El periódico Baikalski Rabochi escribió en su edición del 10 de junio de 1952 que 1.600 ciudadanos soviéticos habían sido fusilados por guardias blancos y estadounidenses en el barranco de Tarskaya, en la taiga, el 1 de julio de 1919. “Los cadáveres de los que habían intentado huir yacieron junto a la propia fosa durante varios días. Un médico de la Cruz Roja estadounidense impidió que los cuerpos de los asesinados fueran enterrados durante tres días”, escribió el periódico, citando las palabras de un testigo presencial de la matanza llamado Bolshujin. Hoy, sin embargo, las acusaciones de la implicación de las tropas estadounidenses en actos de terror masivo se consideran cuestionables, aunque sí se produjeron casos individuales de crímenes de guerra contra civiles.
El principal papel en la intervención estadounidense en el norte de Rusia, conocida como la “expedición del Oso Polar”, fue desempeñado por el 339º Regimiento bajo el mando del coronel George Stewart. Estaba compuesto por hombres del estado norteamericano de Michigan. Se pensó que, acostumbrados como estaban al frío en casa, se aclimatarían rápidamente a las duras condiciones climáticas de Múrmansk y Arcángel. En general, el mando de las tropas estadounidenses (5.500 hombres) fue ejercido por los británicos, cuyas fuerzas en la región eran varias veces superiores.
En el norte de Rusia, a diferencia del Lejano Oriente, los estadounidenses se encontraron luchando contra los bolcheviques a gran escala. Mientras que los “siberianos” de Graves estaban estacionados en la retaguardia de las posiciones del ejército de Kolchak, los “osos polares” se vieron envueltos en enfrentamientos directos, no sólo con destacamentos partisanos, sino también con unidades regulares del Ejército Rojo. En el curso de un avance del 6º Ejército cerca de Shenkursk en enero de 1919, hasta 500 soldados estadounidenses se encontraron rodeados. Perdieron 25 hombres, así como artillería, equipo y municiones, y sólo consiguieron escapar con la ayuda de oficiales blancos que conocían bien la localidad.
La firma del armisticio en noviembre de 1918 y luego la paz con Alemania en junio de 1919 pusieron un interrogante sobre la utilidad de la presencia de tropas estadounidenses en Rusia. “¿Cuál es la política de nuestra nación hacia Rusia?”, preguntó el senador Hiram Johnson en un discurso el 12 de diciembre de 1918. “No conozco nuestra política y no conozco a ningún otro hombre que conozca nuestra política”. Sin embargo, el mando del ejército no tenía prisa por ordenar una evacuación. Un grupo de soldados del 339º Regimiento que en marzo de 1919 había presentado una petición solicitando volver a casa fue amenazado con un consejo de guerra.
Después de que el movimiento blanco fuera aplastado en el norte y el este de Rusia a finales de 1919, la presencia de tropas estadounidenses allí perdió todo su sentido. Los últimos soldados abandonaron el territorio ruso en abril de 1920. Durante todo el período de la intervención, el Cuerpo de Siberia y los “Osos Polares” perdieron 523 hombres, muertos en combate o por enfermedad, congelación o accidente. El teniente John Cudahy, del 339º Regimiento, escribió en su libro Arcángel: “Cuando el último batallón zarpó de Arcángel, ni un solo soldado sabía, no, ni siquiera vagamente, por qué había luchado o por qué se iba ahora y por qué sus compañeros habían quedado atrás, tantos de ellos bajo cruces de madera”.
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