El primer Kremlin de piedra se construyó en Moscú en 1366-68. Se utilizó piedra blanca. Sin embargo, en el siglo XV, bajo Iván III, se reconstruyó, esta vez en ladrillo rojo.
Se decidió no pintar la fortaleza de blanco, porque en caso de ataque enemigo a las murallas, la superficie pintada se desmoronaría, dejando al descubierto la capa roja y facilitando el ataque a las partes debilitadas.
No fue hasta 1680 cuando las murallas recuperaron su color blanco. Finalmente fueron pintadas, y esto no fue sólo un requisito de moda de la época, sino también un claro mensaje político: Rusia declaraba que su capital ya no temía ser atacada.
El Kremlin se encaló por última vez en la década de 1880. Con el tiempo, la pintura se desprendió y los ladrillos rojos cobraron protagonismo. Cuando se restauró la fortaleza tras la Segunda Guerra Mundial, se decidió dejarla roja.
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