El restaurante "Plakúchaia iva" ("Sauce llorón"). Un grupo de contrabandistas llevan allí astutamente al decente ciudadano soviético Semión Gorbunkov. Su objetivo es emborracharlo y entregarlo a una seductora que añadirá somníferos a su copa de vino. Y luego le robarán los diamantes que lleva cosidos en el casco...
Esta escena pertenece a la emblemática película soviética El brazo de brillantes (1969), y refleja plenamente la actitud de la mayoría de los ciudadanos soviéticos (y de la propaganda oficial) hacia los restaurantes. Eran un refugio del libertinaje, donde sólo se reunían elementos criminales para hacer sus fechorías. ¿Y de dónde sacan el dinero? Lo han ganado injustamente.
En la película Interdévochka (1989), muy posterior, por ejemplo, los restaurantes eran frecuentados por prostitutas que se aprovechaban de los extranjeros y ganaban en divisas. Esto también reflejaba la actitud hacia ese tipo de público. Ir a un restaurante significaba ser un gángster o una prostituta.
Los restaurantes eran caros
De hecho, para cenar en un restaurante, un soviético tenía que desembolsar un cuarto o incluso la mitad de su salario mensual. Por ejemplo, a principios de la década de 1980, sentarse en un restaurante costaba unos 25 rublos. A modo de comparación, ese era aproximadamente el estipendio mensual de los estudiantes de la capital. Y el salario medio mensual de un médico era de unos 120 rublos.
Por lo tanto, los restaurantes se consideraban, con razón, un entretenimiento para la élite y los ricos. Los ciudadanos soviéticos de a pie sencillamente no podían permitirse tales lujos.
"Mi futuro marido me conquistó literalmente invitándome a un restaurante a mediados de los 80", recuerda Olga de Moscú. "Él, científico y estudiante de posgrado, había viajado a Jakasia en una obra para ganar dinero, trajo de vuelta una gran suma de dinero y salimos a comer un par de veces a uno de los restaurantes de moda de Kalininski Prospekt [actual calle Novi Arbat]".
Comer en un restaurante era mucho más barato que cenar. La mayoría de las veces, se trataba de una serie limitada de platos ya preparados, algo así como un almuerzo de negocios moderno. Pero poca gente iba a comer a un restaurante.
Dificultades para entrar a los restaurantes en la URSS
Había muy pocos restaurantes. En Moscú y Leningrado eran algo más frecuentes, y en las ciudades de provincias como, por ejemplo, Taganrog (en la época soviética vivían unas 300.000 personas), sólo había unos pocos. En las ciudades pequeñas, incluso no muy lejos de Moscú, no había ningún establecimiento de este tipo, y los que querían cenar suntuosamente tenían que ir a algún sitio especial.
Por eso era difícil entrar en esos pocos restaurantes. Y no todo el mundo podía acceder. A menudo, para entrar, había que sobornar de alguna manera al maitre, que examinaba estrictamente a los comensales, organizando una especie de control facial (a todos los que no cumplían los requisitos se les decía que no había asientos).
Cabe señalar que los restaurantes a menudo parecían elegantes, sobre todo para los estándares de una persona soviética acostumbrada a la sencillez. Por ejemplo, el restaurante "Praga" de Moscú tenía un enorme acuario que asombraba a la gente común.
Por las noches siempre había música en directo, y mucha gente acudía a bailar. También era costumbre ir bien vestido al restaurante; la gente desaliñada o demasiado sencilla no tenía ninguna posibilidad de entrar.
Si una persona tenía la suerte de entrar, tenía que pagar al camarero. Y por dar una mesa decente, y por un buen servicio, y por traer platos más frescos y bebidas de mejor calidad. En la película 12 sillas (1971) se muestra cómicamente a camareros arrogantes que se limitan a ignorar a ciudadanos insolventes, y luego toman el pedido a regañadientes, diciendo de vez en cuando "éste no aguanta".
Los camareros de los restaurantes eran considerados personas con mucha suerte, como si hubieran ganado un billete de suerte en la vida. Además de su salario, recibían cuantiosas propinas y tenían acceso a la cocina. Normalmente se llevaban la comida sin tocar que quedaba después de los grandes banquetes. Un caso así se muestra en la película Estación para dos (1982): una camarera se ofrece a dar de comer a un conocido, a lo que éste, aprensivo, pregunta: "¿Son sobras?". - "Son sobras", responde ella resentida y orgullosa.
En la URSS no existía la cultura de la hostelería
"Puedo contar con los dedos de las manos cuántas veces he ido a un restaurante. Un par de veces en la boda de alguien. Ni siquiera se me ocurrió ir allí. Cenábamos en casa después del trabajo. Los fines de semana íbamos a cenar a casa de mis padres. Luego venían los niños, no había con quién dejarlos por la noche para ir al restaurante", recuerda Elena, contable de los suburbios de Moscú. Por cierto, a los menores de 16 años no se les permitía ir por la noche.
Los cumpleaños, las veladas de amigos, las vacaciones y a menudo incluso las bodas, todo se celebraba en casa en la época soviética. Había toda una cultura de banquetes, se preparaban ensaladas con los productos disponibles, se sacaban los encurtidos preparados desde el verano.
Muchos residentes soviéticos crecieron en aldeas o pequeños asentamientos obreros, llegaron a las ciudades y ahorraron en todo para alimentar a sus familias y vestirse. Ir a un restaurante se consideraba algo superfluo, un lujo innecesario, incluso algo inmoral. Como decían en El brazo de brillantes: "Nuestra gente no va en taxi a la panadería". Los restaurantes pertenecían a la misma categoría.
¿Y adónde se iba si no era a los restaurantes?
Se podía comer en cantinas, que funcionaban sólo de día. En todos los institutos, empresas de producción, bibliotecas, etc., había cantinas con comida preparada para elegir. Era posible almorzar por 50 kopeks - 1 rublo (comparado con 25 rublos en un restaurante).
Además, había pequeños cafés, confiterías con mesas, cervecerías y puestos de bebidas. Ya a finales de la época soviética había bares de cócteles, y en ellos también había discotecas. También había bufés, en los teatros o, por ejemplo, en las salas de billar. Allí se podía pedir, por ejemplo, coñac, frutos secos, un bocadillo o un postre.
Pero, después de todo, ¿quién iba a los restaurantes?
Los soviéticos de a pie sólo iban en grandes ocasiones y, en la mayoría de los casos, ahorraban dinero de antemano. Pero también había un contingente de gente que iba a menudo a los restaurantes. Aparte de los delincuentes, los frecuentaba la llamada élite: funcionarios, altos cargos y profesores, así como sus hijos, la llamada "juventud dorada".
"Recuerdo cuando un profesor del departamento nos invitó al restaurante Pekín, fue todo un acontecimiento, pero él mismo iba a menudo", recuerda Olga. Era costumbre "lucirse" en un restaurante con motivo de la recepción de un título o de un nuevo rango de oficial.
"Mi abuelo sirvió en los años 50-60 en una unidad militar de élite e iba a restaurantes muy a menudo. Iba mucho y con compañeros de servicio, fumaban y se divertían a lo grande, los camareros que conocían les llevaban alcohol, incluso si se les acababa en el restaurante, y luego les ayudaban cuidadosamente a subir a un taxi para volver a casa o a su chófer personal", recuerda María, profesora de la Universidad Estatal de Moscú.
Por supuesto, los extranjeros también iban a los restaurantes. "Una de las pocas veces que estuve en un restaurante fue cuando vinieron húngaros a nuestro instituto como estudiantes, les llevamos al restaurante Budapest", recuerda el moscovita Serguéi.
Pasar el tiempo en restaurantes también era cosa de escritores, periodistas y actores famosos, que en la época soviética ganaban bien o incluso muy bien. "Íbamos a teatros y restaurantes", escribe Serguéi Dovlátov en su colección de relatos Compromiso. "En resumen, llevábamos un estilo de vida normal para la intelectualidad creativa".
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