Vera Davídova en la ópera 'Borís Godunov' de Músorgski
Dominio público; Nikolái Jorunzhiy/SputnikVera Davídova, solista del Teatro Bolshói, fue descrita como “el último amor de Stalin” y se cree que ambos mantuvieron un romance que duró 19 años, según un libro del emigrante ruso Leonid Gendlin. Había trabajado en la orquesta Bolshói y en la década de 1980 publicó un libro titulado Confesiones de la amante de Stalin. En él, el autor afirmaba relatar lo que la propia mezzosoprano le había contado. El libro fue un éxito de ventas mundial. A Davídova le dio un ataque cuando se enteró.
La cantante negó que ella y el líder supremo hubieran mantenido una relación íntima. Sin embargo, se sabe que Stalin se reunió con ella en numerosas ocasiones desde la década de 1930, en particular en recepciones oficiales a las que era invitada como solista principal del Teatro Bolshói. Según la nieta de Davídova, Olga Mchedlidze, “mi abuela ya estaba casada con [el georgiano étnico Dmitri] Mchedlidze, así que sabía algo de georgiano y podía responder a Stalin en su lengua materna, lo que, por supuesto, le agradaba mucho”.
Stalin también asistió a sus actuaciones en el Bolshói en muchas ocasiones, dejándole magníficas cestas de flores y, entre 1946 y 1951, fue galardonada tres veces con el máximo honor de la URSS, el Premio Stalin.
Olga Lepeshínskaia en el ballet "Mirandolina
Nikolái Jorunzhiy, Anatoly Garanin/SputnikTambién se cree que Stalin tuvo un romance con otra artista del Bolshói: la primera bailarina Olga Lepeshínskaia. Esta recibió cuatro veces el Premio Stalin y el gobernante soviético era un gran admirador de su talento: vio la producción Las llamas de París al menos 17 veces. “Cuando tenía algo de tiempo libre, siempre venía a sentarse en su palco y sabíamos que Stalin estaba en el teatro. Muchos jóvenes bien vestidos aparecían entre bastidores”, dijo Lepeshínskaia en una entrevista.
Las visitas de Stalin al Teatro Bolshói eran legendarias. Siempre se sentaba en el palco del zar y entraba y salía en cualquier momento durante la representación. Otros líderes del partido también pasaban tiempo en el teatro. Borís Ilizarov, autor del libro La vida secreta de Stalin, fue bastante inequívoco sobre estas visitas: “Miembros del Politburó, altos funcionarios y la plana mayor del ejército disfrutaban utilizando a las bailarinas, cantantes y coristas locales como prostitutas muy bien pagadas”.
No hay pruebas documentales de un romance entre Stalin y Lepeshínskaia. Muchas fuentes citan al periodista Iván Gronski, que pertenecía al círculo íntimo del tirano. En sus memorias, Gronski escribe que, a mediados de la década de 1930, Stalin regresaba a menudo al Kremlin a altas horas de la noche, después de visitar a cierta famosa bailarina.
En 1940, se erigió un monumento a una bailarina en el tejado del edificio de la calle Tverskaia 17, la principal arteria de Moscú. Se creía que Lepeshínskaia había hecho de modelo y que la escultura se había instalado por orden personal de Stalin. La propia bailarina afirmó que no tenía nada que ver con ella. La escultura fue desmontada a finales de la década de los 50.
María Yúdina
Dominio públicoLa talentosa María Yúdina era conocida popularmente como “la pianista favorita de Stalin”. Era muy religiosa y, como judía convertida al cristianismo ortodoxo, vivía modestamente: siempre llevaba el mismo vestido negro largo hasta el suelo y a menudo pasaba sus días sin comer lo suficiente. En 1921 empezó a actuar con orquesta y más tarde viajó por todo el mundo en giras de conciertos.
Personas cercanas a ella recordaban que solía enviar los honorarios de sus conciertos a los campos de prisioneros políticos o donarlos a la Iglesia. No era una disidente, pero nunca ocultó sus opiniones. Así, en los años 30 fue despedida del Conservatorio de Leningrado por manifestar abiertamente su fe cristiana ortodoxa y, en los 60, fue expulsada del Instituto Gnesin de Moscú, por su abierta afición a la música occidental contemporánea y, en particular, al compositor emigrado Ígor Stravinski.
El compositor Dmitri Shostakovich mencionó en una de sus entrevistas que Yúdina había sido increíblemente popular tanto en la URSS como en el extranjero, pero que había sido bastante excéntrica. Según el compositor, en 1943, Stalin, que escuchaba mucho la radio, llamó a la dirección del Comité de Radio y preguntó si tenían una grabación del Concierto para piano nº 23 de Mozart interpretado por Yúdina, que había escuchado en la radio el día anterior. No la tenían, pero temían decirle “no” a Stalin. “Llamaron por teléfono a Yúdina y a la orquesta e hicieron una grabación esa misma noche. Todos temblaban de miedo. Excepto Yúdina, naturalmente. Pero ella era un caso especial, sin ninguna preocupación en el mundo”.
Poco después, la pianista recibió un sobre con 20.000 rublos. Le dijeron que había sido enviado por instrucciones especiales de Stalin. Le escribió una carta para agradecerle su apoyo. “Rezaré por usted día y noche y pediré perdón al Señor por sus enormes pecados contra el pueblo y el país. El Señor es misericordioso. Te perdonará. He donado el dinero a la iglesia de la que soy feligresa”, fue lo que contó Shostakovich sobre el contenido de la carta, según le contó la propia Yúdina.
Envió la carta, pero no le ocurrió nada. También se libró de ser perseguida en las purgas, aunque hubiera habido motivos suficientes para ello, probablemente debido a la protección personal de Stalin. “Dicen que, cuando el líder supremo fue encontrado muerto en su dacha, en su tocadiscos había una grabación de Mozart grabada por ella. Fue lo último que escuchó...”, según Shostakovich.
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