Ser amigo del líder del Estado soviético, el todopoderoso "Arquitecto del comunismo" Iósif Stalin, podía reportar todo tipo de beneficios, incluida una posición elevada en la jerarquía de poder del país. Al mismo tiempo, no les garantizaba inmunidad personal ni siquiera la supervivencia.
Amigos apolíticos
Desinteresarse totalmente de la política era el principal requisito para una amistad larga y duradera con Stalin. Y los ejemplos de Piotr Kapanadze y los hermanos Egnatashvili lo confirman plenamente.
Iósif Dzhugashvili (nombre real de Stalin) conoció a Kapanadze en el seminario ortodoxo de su ciudad natal, Gori, en Georgia. Se convirtió en uno de los primeros amigos íntimos del futuro líder soviético.
Kapanadze nunca mostró interés por la política ni ocupó cargos directivos, lo que en gran medida permitió que su amistad durara toda la vida. Stalin le invitaba regularmente a pasar las vacaciones en sus dachas y le apoyaba económicamente de forma activa. Por ejemplo, en 1944 envió a su "amigo Petia [diminutivo de Piotr]" la cantidad de 40.000 rublos, en una época en la que el salario medio mensual en el país era de poco más de 400 rublos.
Stalin aprobó la idea de Kapanadze de escribir unas breves memorias sobre su infancia, pero las editó personalmente, eliminando pasajes poco halagüeños y comprensivos. Stalin siempre fue extremadamente quisquilloso con las biografías que se publicaban sobre él.
La amistad con Stalin también favoreció a los hermanos Alexánder y Vasili Egnatashvili, con cuya familia los Dzhugashvili siempre habían estado muy unidos. Alejados también de la política, se dedicaron al deporte profesional, la enseñanza y la cocina. Cuando, en la década de 1920, el gobierno implantó la Nueva Política Económica (NEP), que permitía en parte la actividad comercial, los hermanos llegaron a montar su propio negocio de restauración.
Poco después de que se pusiera fin a la NEP en 1929, Alexánder, como empresario privado, acabó en la cárcel. Al enterarse, Stalin lo sacó inmediatamente y lo incorporó a su círculo íntimo. Egnatashvili se convirtió en chef personal y catador de alimentos del líder del Estado, lo que constituyó una manifestación del más alto grado de confianza por parte de Stalin.
Devotos del “Gran líder”
El mandatario también tenía numerosos amigos entre los políticos y dirigentes del Estado soviético. Pero las amistades de este tipo sólo resistían el paso del tiempo si los individuos en cuestión demostraban una devoción personal incondicional hacia Stalin, loco por el poder.
Una de esas personas era el mariscal de la Unión Soviética Kliment Voroshilov, que había conocido por primera vez al futuro jefe de Estado durante la guerra civil rusa. Stalin ascendió a este líder militar extremadamente diligente al cargo de Comisario del Pueblo (Ministro) de Defensa, a pesar de no destacar especialmente como comandante.
A mediados de la década de 1930 se produjo una división en la cúpula militar del país: Voroshilov se enfrentó a su segundo, el mariscal Mijaíl Tujachevski, capaz, ambicioso y extremadamente independiente. A pesar de la importante contribución de este último al aumento de las capacidades de defensa del Estado, Stalin se puso de parte de su viejo amigo. En 1937, Tujachevski fue arrestado acusado de planear un golpe militar y fusilado junto con varios comandantes que compartían sus opiniones.
En agradecimiento, Voroshilov participó sin recato en la purga del cuerpo de oficiales del Ejército Rojo que comenzó poco después. Transmitió activamente listas de comandantes susceptibles de ser arrestados a los órganos del NKVD, con instrucciones de llevarse urgentemente a "toda la escoria". En la primavera de 1939, de los cinco mariscales sólo dos seguían vivos, y uno de ellos era Kliment Voroshilov.
Personas insumisas
Stalin era capaz de perdonar muchas cosas a sus amigos, pero ponía el límite a las críticas personales y a los desafíos a sus decisiones. Cualquiera que dudara de la corrección de sus acciones lo pagaba caro.
Descendiente de la nobleza georgiana, Alexánder Svanidze, con quien Dzhugashvili había forjado una amistad cuando ambos asistían al seminario de Tiflis, era una persona polifacética. No sólo trabajó en el campo de la política exterior del Estado y el comercio exterior, sino que se convirtió en organizador y editor de la publicación académica "Revista de historia antigua", autor de numerosas obras de erudición literaria y traductor.
En el periodo del “Gran terror”, a finales de los años 30, Svanidze criticó incesantemente a Stalin por las purgas que se estaban llevando a cabo, e intentó en vano hablar en favor de conocidos que habían sido arrestados y persuadirle de que reconsiderara la política. Describió abiertamente al líder como un "no revolucionario", algo que despertó la extrema irritación de este último.
Al final, el 23 de diciembre de 1937, Alexánder Svanidze fue arrestado acusado de participar en una organización antisoviética. Ni siquiera le salvó el hecho de ser hermano de la primera esposa de Stalin, Ekaterina "Kato" Svanidze.
Según las reminiscencias del destacado político soviético Anastas Mikoyán, en 1941, por orden de Stalin, al encarcelado Svanidze se le ofreció el indulto si pedía perdón al Comité Central del Partido. Consciente de no ser culpable de nada, se negó, y fue fusilado poco después. "Qué orgullo aristocrático", fue el comentario de Stalin sobre la decisión de Svanidze.
Un destino similar corrió otro viejo amigo de Stalin: Avel Enukidze, padrino de su esposa Nadezhda Allilúieva. El secretario del Presidium del Comité Ejecutivo Central de la URSS fue acusado de traición y espionaje, y fusilado el 16 de diciembre de 1937.
En el interrogatorio, Enukidze contó a los investigadores la verdadera razón de su lamentable destino: "Todo mi delito es que, cuando me dijo que quería organizar un juicio y fusilar a Kámenev y Zinóviev (estos últimos eran rivales de Stalin en una disputa intrapartidista), intenté hacerle cambiar de opinión. "Soso", le dije, "no hay duda de que te han hecho mucho daño, pero ya han sufrido bastante por ello: los has expulsado del Partido, los tienes en la cárcel, sus hijos no tienen qué comer. Soso -dije-, son viejos bolcheviques, como tú y como yo. ¡No puedes derramar la sangre de los viejos bolcheviques! Piensa en lo que el mundo entero dirá de nosotros". Sus ojos me miraron como si yo hubiera asesinado a su propio padre, y dijo: "¡Recuerda, Avel, quien no está conmigo está contra mí!".
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