Robinson pasó 44 años en la URSS, más tiempo que cualquier otro especialista que fue a la Rusia soviética en los años 30.
Lev Nosov / Sputnik“Tú, mono negro, tenías que haber llegado hace media hora. ¿No has podido venir antes?”
Esas fueron las primeras palabras que Robert Robinson, un ingeniero afroamericano de 23 años, escuchó de su jefe en la Ford Motor Company de Detroit un día de 1930. Había llamado a Robinson a su despacho para hablar de un asunto importante. Robinson estaba invitado... a la URSS.
En Estados Unidos, corrían tiempos difíciles para los negros. Además de las dificultades económicas de la Depresión, el racismo estaba muy extendido y era una cuestión de política estatal. Robinson era el único empleado negro de la fábrica Ford, con 700 trabajadores, y se enfrentaba a insultos y desprecios todos los días.
Entonces los soviéticos le hicieron una oferta muy buena: un salario mensual de 250 dólares (frente a los 140 dólares de Ford), más alojamiento y viajes. Los soviéticos, muy necesitados de especialistas cualificados para ayudar a industrializar el país y construir una sociedad comunista, contrataban extranjeros.
“Con ese [salario] podría traer a mi madre a Nueva York... ya que estaba sola en Cuba, sin familia”, recuerda Robinson en sus memorias Black on Red: Mis 44 años en la Unión Soviética.
Su decisión de ir a la URSS estuvo motivada además por el linchamiento del primo de su amigo unos meses antes. Robinson pensó que la URSS de Stalin no podía ser peor que Estados Unidos, así que firmó un contrato de un año.
Primeros grupos de trabajadores de EE.UU. y Canadá de visita en la Unión Soviética. Como se puede ver, los afroamericanos eran raros entre ellos.
Sputnik“Durante siglos, Nueva York acogió a los inmigrantes que llegaban a EE.UU. Pero en 1930-1931 miles de estadounidenses se marchaban de Nueva York hacia la URSS... huyendo del paro”, citaba Radio Liberty a Tim Tzouliadis, autor de un libro sobre los estadounidenses en la URSS. “Estaban muy solicitados porque los soviéticos estaban transformando el país, predominantemente rural, en una superpotencia industrializada”.
Como hombre negro, Robinson era doblemente atractivo para los soviéticos: también podía ser utilizado para la propaganda. Barbara Keys, historiadora de la Universidad de Melbourne, escribió sobre el caso de Robinson: ¡El Partido Comunista de la Unión Soviética abrazó la causa del igualitarismo racial, incluida la igualdad social y política de los negros, como parte de sus esfuerzos por ganarse el apoyo internacional".
Los afroamericanos fueron convenientemente usados en la URSS en los años veinte y principios de los treinta. Ayudaron a denunciar el racismo en Estados Unidos y también se utilizaron para alabar la aparente tolerancia soviética. El problema con Robinson, que fue a trabajar a una fábrica de Stalingrado (actual Volgogrado, 969 km al sur de Moscú), era que no estaba dispuesto a promover el comunismo.
Artículo de un periódico soviético dedicado a Robinson
Foto de archivo"Mis creencias fundamentales están en completa oposición al Partido y al régimen soviético. No soy ateo... creo en Dios”, escribió Robinson. Al mismo tiempo, las cosas iban bien en la fábrica de Stalingrado: “Todo iba bastante bien, a diferencia del trauma del periodo en el que trabajé en la compañía Ford”.
Sus compañeros soviéticos nunca mencionaron su origen ni el color de su piel, y la primera vez que Robinson se enfrentó al racismo fue cuando dos estadounidenses blancos le atacaron mientras paseaba por las orillas del Volga. Consiguió defenderse contra ellos y durante varios días la prensa soviética llamó la atención sobre el caso. Los delincuentes fueron deportados a Estados Unidos y Robinson se hizo famoso. A regañadientes.
“Muchos me veían como un héroe, lo cual era algo que realmente no podía entender”, se quejaba. Robinson sólo quería ganar el dinero suficiente para volver a casa, sin alardes.
"Black On Red". Robinson entre los soviéticos.
Foto de archivoHábil ingeniero, Robinson prolongó su contrato y en 1932 se trasladó a Moscú. Allí aceptó un trabajo en una fábrica de rodamientos de bolas y ayudó a construir equipos útiles para la industria. Incluso cuando visitó su casa en EE.UU. en 1933, se sintió decepcionado: “[La vida en EE.UU. durante la Gran Depresión] era tan contraria al animado espíritu que manifestaban los trabajadores rusos”.
Así que decidió quedarse en Moscú un poco más. En 1934, aunque Robinson no era miembro del Partido Comunista, los trabajadores votaron por él como candidato al Soviet de Moscú (consejo municipal). Aunque aturdido y ansioso, aceptó el cargo.
Tenía motivos para preocuparse: en los años treinta, las despiadadas purgas de Stalin cobraban fuerza. Robinson conocía a muchas personas que desaparecían, eran detenidas y fusiladas. “Lo más probable es que mi pasaporte estadounidense me salvara la vida en un momento en que miles de personas inocentes desaparecían a diario en una caza de brujas sancionada por el Estado”, escribió con tristeza. Muchos de sus amigos rusos, trabajadores corrientes, se convirtieron en víctimas.
El ingeniero Robert Robinson de la Primera Fábrica Estatal de Rodamientos [segundo a la derecha] dando instrucciones a los trabajadores.
Lev Nosov / SputnikAunque Robinson temía a Stalin, las circunstancias en Estados Unidos le parecieron mucho peores. Así que se quedó, viviendo con cuidado. “Aprendí el funcionamiento bizantino del sistema soviético y me discipliné para no cometer errores”, recordaría Robinson. Sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial cuando fue evacuado de Moscú, pero durante la Guerra Fría intentó volver a Estados Unidos.
No fue fácil, y hasta 1976 su solicitud anual de visado de salida fue rechazada. Ese año, sin embargo, consiguió viajar a Uganda y allí encontró refugio. Después se trasladó a Estados Unidos. Al fin y al cabo, era estadounidense y, como comentó en 1993, “el borsch era bueno, pero las patatas fritas, los boniatos y el estofado de pollo a la pimienta eran mejores”.
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