5 suizos que prestaron un ilustre servicio a Rusia

Historia
BORIS EGOROV
Algunos de ellos fueron tutores de los herederos reales de Rusia, mientras que otros ayudaron a reconstruir Moscú tras ser incendiada por los franceses. Y otros aplastaron a los enemigos de su nueva patria en el campo de batalla.

1. Domenico Trezzini

El arquitecto e ingeniero Domenico Andrea Trezzini trabajaba en la construcción de fuertes en Dinamarca cuando el embajador ruso en Copenhague, Andréi Izmailov, se fijó en él y le invitó a prestar sus servicios en Rusia. El suizo de lengua italiana llegó a San Petersburgo en 1703.

Dado que Rusia estaba inmersa en una ardua guerra contra Suecia, Trezzini recibió el encargo de asegurar la defensa de la joven ciudad a orillas del Nevá. Domenico afrontó la tarea con brillantez. Los fuertes que construyó repelieron con éxito los ataques de las escuadras navales suecas y, gracias a sus esfuerzos, la fortaleza de Pedro y Pablo, originalmente de madera, una de las principales ciudadelas de San Petersburgo, fue completamente reconstruida en ladrillo y piedra. En sus terrenos, Trezzini puso los cimientos de la Catedral de Pedro y Pablo, que posteriormente se convertiría en el principal lugar de enterramiento de los emperadores rusos.

El arquitecto suizo trabajó en el llamado estilo “barroco petrino”, conocido por su sobriedad arquitectónica. Entre sus otros proyectos figuran el Palacio de Verano de Pedro el Grande, el monasterio de Alejandro Nevski y el edificio de los Doce Colegios, actual sede de la Universidad Estatal de San Petersburgo. Sin embargo, el talentoso arquitecto siempre consideró la Fortaleza de Pedro y Pablo como “la primera de sus obras más destacadas”. 

2. Hans Kaspar Fäsi

Este zuriqués dedicó toda su vida al servicio militar. Tras alcanzar el grado de mayor en el ejército suizo, en 1816 decidió trasladarse a la lejana Rusia, que hacía poco había derrotado brillantemente a Napoleón.

El mejor momento de Fäsi en su nueva patria fue el levantamiento polaco de 1830-1831. Para entonces, Karl Kárlovich (como llegó a ser conocido a la manera rusa) ya era un general de división. En más de una ocasión demostró su intrepidez en el campo de batalla, dirigiendo personalmente a las tropas al ataque, como hizo cerca de Liw en marzo de 1831. En esta ocasión, dos batallones bajo su mando, a pesar del intenso fuego enemigo, irrumpieron en los reductos polacos y tomaron prisioneros a más de 200 de los defensores. En abril de ese mismo año logró incluso capturar al general Girolamo Ramorino, comandante del II Cuerpo polaco (aunque el enemigo logró liberarlo poco después). 

Posteriormente, Fäsi actuó con la misma audacia y valentía en el Cáucaso, donde se encontró luchando contra los montañeses, dirigidos por el imán Shamil, que se resistían a la dominación rusa. En reconocimiento a sus servicios, Fäsi recibió una espada de oro con diamantes con la inscripción “Por su valentía”.

3. Antoine-Henri Jomini

El comandante militar y teórico del arte de la guerra, Antoine-Henri Jomini, fue uno de los suizos más destacados al servicio de Rusia. Se da la curiosa circunstancia de que antes de trasladarse a Rusia había luchado activamente contra ella.

En las filas del ejército francés, Jomini participó en las campañas militares de 1805 y 1807, que se saldaron con duras derrotas para el ejército del zar Alejandro I. Tras la invasión del Imperio ruso por Napoleón en 1812, Jomini se convirtió en gobernador de la ocupada Vilno (Vilna) y luego de Smolensk. Durante la retirada de las tropas francesas, desempeñó un papel clave en la organización del exitoso cruce del río Berézina, que permitió preservar y sacar del territorio hostil ruso al menos a una parte del otrora "gran" ejército.

Sin embargo, todo esto no impidió que Antoine-Henri Jomini acabara entrando al servicio de Rusia. El motivo fue una larga disputa con el jefe del Estado Mayor de Napoleón, el mariscal Louis-Alexandre Berthier, que hizo todo lo posible por obstaculizar el desarrollo de su carrera. Jomini ya había intentado marcharse a Rusia en 1810, pero el emperador francés no le dejó ir. En agosto de 1813, habiendo decidido que una vez más se le había estafado con los rangos y honores que le correspondían, el general viajó al cuartel general del zar durante una tregua periódica sin pedir permiso a nadie.

Acogido calurosamente en el ejército ruso, Jomini combatió en sus filas hasta la misma caída de Napoleón. También participó en la planificación de operaciones militares durante las guerras ruso-turcas (1828-29) y de Crimea (1853-56). Jomini realizó una importante contribución al desarrollo de la enseñanza militar superior en Rusia, convirtiéndose en uno de los fundadores de la Academia Militar Imperial (conocida hoy como Academia Militar del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa).

4. Domenico Gilardi

El joven Domenico conoció Rusia a los 11 años, en 1796, cuando viajó para estar con su padre, que trabajaba como arquitecto en Moscú. En honor a los servicios del mayor de los Gilardi, el joven fue enviado a estudiar arquitectura y pintura en Europa, financiado con fondos estatales rusos.

Domenico regresó a Moscú en 1811, y sólo un año después la ciudad que tanto le había gustado fue incendiada casi por completo durante la ocupación francesa. Gilardi tuvo la suerte de ser uno de los arquitectos encargados de restaurar la antigua capital del Estado ruso.

El arquitecto suizo participó en la restauración de los edificios del interior del Kremlin, reconstruyendo por completo el campanario de Iván el Grande. Gracias a sus esfuerzos, la Universidad de Moscú recuperó su aspecto original. Domenico también llevó a cabo nuevos proyectos “desde los cimientos”: en 1826 finalizó la construcción de la Casa de los Fideicomisarios del Orfanato de Moscú. 

En 1832 Gilardi se marchó a Suiza, pero allí le fue mucho peor que en Rusia. Su único proyecto terminado de vuelta a casa fue una capilla al borde de la carretera, cerca de Montagnola.

5. Frédéric-César de La Harpe

En 1783, la vida de un abogado de Berna dio un giro inesperado: amigos influyentes recomendaron a Frédéric-César de La Harpe a la emperatriz Catalina la Grande como tutor de sus jóvenes nietos Konstantín y Alexánder (el futuro emperador Alejandro I). 

En la corte rusa, La Harpe se comportaba con gran independencia y no buscaba padrinos ni participaba en intrigas políticas, lo que dificultaba mucho sus relaciones con los cortesanos. Pero desde el punto de vista de Alejandro, no sólo fue un maestro, sino que se convirtió en un verdadero amigo. Su joven pupilo prestaba mucha atención a las ideas liberales y amantes de la libertad que La Harpe trataba de implantarle.

En 1797, tras la marcha de La Harpe de Rusia, el ya adulto Alejandro escribió en una carta a su antiguo tutor: “Cuando me llegue el turno (de gobernar - Ed.), habrá que preparar a la nación -de forma gradual, por supuesto- para que elija a sus representantes y adopte una constitución libre, tras lo cual renunciaré plenamente a mi autoridad y, si a la Providencia le place ayudarnos, me retiraré a algún rincón tranquilo donde viviré una vida tranquila y feliz, observando la prosperidad de mi Patria...”

La amistad entre maestro y alumno no se extinguió ni siquiera después de la subida al trono de Alejandro en 1801. En numerosas ocasiones trataron asuntos de Estado y, en agradecimiento a los sabios consejos de La Harpe, el Zar le concedió la máxima condecoración del Imperio: la Orden de San Andrés Apóstol Primogénito.

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